La Jornada Semanal, 24 de marzo de 1996


Poesía y crónica en Jaime Sabines

Antonio Deltoro

La poesía de Antonio Deltoro (recogida en un libro fundamental entre nosotros, Los días descalzos, Vuelta, 1992) es una de las más originales de su generación. Dueño de un universo donde el juego, el deseo y el ocio recuperan su poder consagratorio, Deltoro ha celebrado los milagros de la vida diaria en poemas memorables. En este ensayo nos descubre la obra de Jaime Sabines como un puntual retrato que nos incluye a todos.



Con los poemas y con los versos de Sabines a menudo nuestros contemporáneos se expresan cuando le quieren dar intensidad al amor, cuando les surge entre los dientes la muerte, cuando se lamentan de su destino.

Sabines habla con Dios, con la mujer, consigo mismo de la manera en que los noctámbulos, los solos, los insatisfechos, los fracasados se oyen en sus entrañas, cuando el frío y la borrachera de la noche, el insomnio, la soledad, el dolor, la desazón y el fracaso los obligan a detenerse. Cada interior colectivo, cada época, cada nación tiene una forma aguda, punzante, de decirse la verdad, o lo que cree que es la verdad, de vaciarse de mentiras y de consuelos. La de Sabines forma parte de la nuestra. No es una forma seca, racional, despojada, exacta; es, por el contrario, una compuesta de excesos, de llantos, de gritos, de declaraciones de amor, de vaivenes violentos.

La distancia que el poeta chiapanecotiene frente a sí mismo o frente a los acontecimientos que provocan sus poemas es mínima. Escribe simultáneamente a la muerte de su padre o de su madre, al nacimiento de su primer hijo, al paseo dominical de las sirvientas, a la noche de insomnio y a la de amor. Su mundo es el del asfalto y el de la queja de nuestra ciudad, en este sentido es un cronista: escribe como el buen periodista, en caliente, no a toro pasado. Todos sus poemas comparten esta urgencia del reportaje, esta obsesión por el contacto, por el enfrentamiento con el núcleo pasional de los hechos. Sus poemasestán fechados no por el tiempo estacional o largo de la naturaleza, ni siquiera por el de la historia, sino por el calendario semanal y ciudadano de la época. El autor de Tarumba ama u odia según las horas del día, hay en sus versos huellas de casi todas la sustancias; las pequeñas y las grandes, las materiales y las religiosas, las naturales y las artificiales que componen nuestra vida.

Roberto Juarroz decía que su forma de escribir consistía en borrar cualquier dato concreto, cualquier indicio que diera una pista del origen biográfico o circunstancial de un poema; otros poetas incluso parten de una ficción o de un experimento mental. Sabines, en cambio, quiere "alcanzar a la vida en esa recóndita sencillez de lo simultáneo".

En Diario semanario y otros poemas en prosa nos dice: "No sé por qué camino, pero hay que llegar a esa ternura de Tagore y de toda la poesía oriental sustituyendo a la muchacha del cántaro al hombro por nuestra mecanógrafa eficiente y empobrecida." Él ha recorrido este camino y al hacerlo ha introducido, no sin sus contradicciones y sus excrecencias, no sin sus impurezas y hasta con sus cursilerías, nuestra vida diaria en un mundo poético que se le ciñe efectivamente como un guante.

Sabines no quiere ser pájaro ni pez, no quiere la transmutación o la metamorfosis, está muy lejano al lírico que caracterizaba Kundera, para el que la vida siempre estaba en otra parte. Sabines siempre es el mismo; el adolorido y el deseoso, el acompañado y el perseguido por la muerte, el insomne, el esposo, el padre de familia y el amante; quiere vivir la vida de aquí, para él no hay otra, aunque le canse y le repugne, pero le repugna más la ficción y la mentira: "Mientras yo no pueda respirar bajo el agua o volar (pero de verdad volar, yo solo, con mis brazos) tendrá que gustarme caminar sobre la tierra y ser hombre, no pez, no ave."

Sabines es un poeta de la estupidez del tiempo moderno y citadino: "Pasa el lunes y pasa el martes/ y pasa el miércoles y el jueves y el viernes/ y el sábado y el domingo,/ y otra vez el lunes y el martes/ y la gotera de los días sobre la cama donde se quiere dormir,/ y la estúpida gota del tiempo sobre el corazón aterido."

Toda la poesía de Sabines es también un hablar con Dios en innumerables tonos: "Uno podría hablar de Dios interminablemente, con ternura y con odio como de un hijo perdido"... "Quiero que me socorras. Nadie, de esta intranquila supervivencia, de esta sobremuerte agotadora." Sabines conoce el pecado que no quita el placer pero sí da dolor y le asusta la muerte y habla con Dios y no sabe si existe y si será un Dios que tenga otro como Dios, hasta llegar al primero y al último, solo y desamparado, más solo y desamparado que el hombre sobre la tierra.

Pero mal comprenderíamos su poesía si nos quedáramos aquí. Sabines, como todo poeta, extrae su fuerza de la visión del paraíso: "Qué es el canto de los pájaros Adán? Son los pájaros mismos que se hacen aire." En su poesía hay, dispersas a veces, a veces concentradas, esquirlas puras de paraíso, versos que brotan directamente de la frescura del agua o del canto de los pájaros. Pero para él el paraíso es, tal es a veces su furia, más que el paraíso perdido, el paraíso robado, y sus lectores nos podemos dar cuenta de la maravilla pasada por la enormidad del hueco que dejó y por la amargura de la queja que provoca. Aunque la mayor parte del tiempo el paraíso no se dé en la naturaleza desnudo, sino muy sabinescamente en las calles o en las habitaciones de nuestro tiempo: "En dónde estamos, desde hace tantos siglos, llamándonos con tantos nombres Eva y Adán? He aquí que nos acostamos sobre la yerba del lecho, en el aire violento de las ventanas cerradas bajo todas las estrellas del cuarto a obscuras." Para Sabines la mujer es nuestra única ración de paraíso, aunque sea a su vez nuestro círculo de muerte necesario.

Desde sus primeros libros Jaime Sabines nos habla, con profundidad y con riqueza, de la muerte. La muerte para él, aparte de ser una afrenta, está llena, como para todos los mexicanos, de las cosas de la vida, no es una muerte desnuda y metafísica, es un esqueleto real y descarnado. En toda su obra la muerte es vivida de una manera brutal y tangible. Jaime Sabines no es "padrote de la muerte", "ni orador de panteones", por eso se resiste ante ella y lucha para que sus muertos no desaparezcan; les da rasgos, nombre, temperamento; a veces se niegaa esa costumbre salvaje del entierro y logra con su escritura dejarlos fuera para que sus huesos nos hablen de su muerte; otras lucha inútilmente contra su presencia y le ruega a la tierra que acabe con ellos.

Si Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique empieza con un largo y efectivo recuento de lo que era la muerte para los hombres de su época, si fue escrito después del acontecimiento que lo provocó y en una templanza y ánimo hoy desconocidos; Algo sobre la muerte del mayor Sabines empieza en un hospital (hoy nacemos y morimos en un hospital) y el autor comienza a escribir con su padre agonizante: "Convalecemos de la angustia apenas y estamos débiles, asustadizos, despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño paraverte en la noche y saber que respiras." Esta simultaneidad entre el sucesomás doloroso de la vida del poeta y la redacción del texto es lo que nos conmueve, hace que lo sintamos a flor de vísperas y lo que espanta al propio poeta: "Me avergüenzo de mí hasta los pelos/ por tratar de escribir estas cosas." Esta vergüenza es muy de Sabines; en muchos poemas se avergüenza de no poder mantenerel silencio; una necesidad imperiosa lo obliga a escribir en estados de ánimo extremos. Jaime Sabines escribe en el borde, descalzo, le gusta pisar la hierba que crecerá sobre su tumba. Por eso ante la muerte de su padre se niega el consuelo y se entrega a morir "como una piedra al río/ como un disparo al vuelo de los pájaros"; agudizasentidos y sentimientos y escribe versos como éstos: "Te enterramos ayer./ Ayer te enterramos./ Te echamos tierra ayer./ Quedaste en la tierra desde ayer..." Quién ha aliado estas dos palabras, tierra y ayer, a un mismo tiempo tan comunes y profundas, de forma tan inmisericordemente machacona, tan ineludible, como Sabines? Desde su primer libro, Horal, hasta el más reciente de sus poemas, toda la obra de Sabines intenta hacer poesía sin separarse niun centímetro de su realidad. Siempre el mismo, siempre bajo su nombre, Jaime Sabines vive su condición de poeta: "Me quejo de estar todo el día en manos de las gentes,/ me duele que se me echen encima y me aplasten, y no me dejen siquiera saber dónde tengo los brazos.../ Abandona a tu padre y a tu madre, y a tu mujer y a tu hijo y a tu hermano/ y métete en el costal de tus huesos/ y échate a rodar si quieres ser poeta." Él se ha echado a rodar y nos ha metido a todos en su costal y nos ha demostrado, pese a los versos anteriores, que se puede ser poeta sin abandonar hijos, padres, hermanos; que se puede ser poeta en medio de los otros. A diferencia de ese personaje de Borges que intenta hacer un mapa del mundo y que al final de sus días se encuentra con que ha dibujado su rostro, la obra de Sabines es un autorretrato que desde sus primeros trazos incluye nuestro mundo.