La Jornada Semanal, 24 de marzo de 1996
I
Al pie de tu cadáver sólo llora tu hija.
Nadie te pone amor, ni flores, ni recuerdos.
Desnuda estás, y sola, entre cuatro paredes
altas, altas y solas, sin penas y sin duelos.
Ni una silla siquiera, ni un banco en que la gente
si llegara a mirarte se sentara en silencio.
Arden las cuatro velas y arden las paredes
con una llama fría, un apagado incendio.
El hospital es tierno y son tiernas las manos
que te han puesto bonita en tu vestido viejo.
Tu nariz se adelgaza y tu blancura crece,
se derrama en tu piel como un viento.
Arañas, caen arañas del techo, caen cenizas,
papeles, sombras, trapos, caen del cielo,
rosas que Dios te tira,
ángeles en pedazos, y sueños.
II
Vas a morir tres horas
despierta estás muriendo
pero nomás tres horas
y tirarás el tiempo.
Es preciso que tires tanto dolor y mugre,
tanto remordimiento,
tanto odio, tanto amor descosido,
tanto tragar en silencio.
Empiezas a dar de vueltas
montando caballos muertos.
Tu cabeza de neblina
cae al suelo.
San Roque te agarra un brazo,
don Julio te corta el pelo,
y el agua hinchada del ojo
se queda viendo.
(Qué descanso en la barriga
ya con el tumor bien muerto!
Qué alivio de los pulmones
sin el aire negro!)
Con las uñas sin sangre
hay que raspar el hueco
donde estabas.
Hay que cortar la soga
donde colgó tu alma
tanto tiempo.
Jaime Sabines conserva, escritos en cuadernos largos y esbeltos, muchos textos que nunca publicó. Desde uno de esos cuadernos "La hermana Rosa", un texto de 1960, viene a sacudirnos con la misma violencia y ternura de sus grandes poemas sobre la muerte.