Los antiguos mexicanos daban a su emperador el título de Tlatoani: el señor de la gran voz.
Lola Beltrán, en el México moderno, es la señora de la gran voz, la emperatriz de una palabra que nuestras mujeres han conquistado poco a poco. A su amante Doña Marina el conquistador Hernán Cortez la llamo ``mi voz'' y el mestizaje adquiere la palabra; Sor Juana Inés de la Cruz llena con su voz el silencio de la colonia española; la cantante ranchera da voz al México independiente: ella nos ha dicho siempre las otras palabras, las que no se escuchan en el mundo del machismo cruel o solemne. La voz del machismo no es una voz erótica: sólo puede ser violentamente sexual. La de la mujer sí, si el erotismo, como dice George Bataille, es la aprobación de la vida hasta la muerte. Esta es la voz de Lola Beltrán.
El silencio en México tiene dos maneras. Uno es el silencio de la ternura, el respeto a uno mismo y a los demás, la contemplación y el espíritu: es el silencio de los amantes y los amigos, de los niños y los poetas. El otro es el silencio del abandono, el miedo, el olvido de sí y de los demás. La voz de Lola Beltrán rompe el segundo silencio, el silencio malo, que en el fondo es el de la indiferencia, el desprecio y la injusticia. Su voz canta en nombre de los que se atreven a ser y se niegan a callar. Pero esa misma voz sabe cantar en silencio, con un registro de amor y amistad, de infancia y de poesía que es como una caricia vocal.
Yo, que me he pasado la vida viviendo y escribiendo y amando y viajando con la voz de Lola Beltrán siempre cerca de mí, en un disco, en una onda, en la cinta de la memoria sobre todo, les digo a ustedes que esta mujer rompe el silencio o respeta el silencio para que su canto se escuche en varias dimensiones. Tiempo y espacio: Dónde estás?; hace tres días... Pero en ese lugar pasa: Qué estás haciendo?; y en ese reloj hay una ausencia: no sé de ti. El deseo y la pasión llenan los receptáculos del tiempo y el espacio en la voz de Lola Beltrán: una voz apasionada, una voz que desea.
Pero el que desea y no actúa, decía el poeta Blake, corrompe al mundo. Por eso la voz de Lola Beltrán inicia una pasión en cada canción: desea a otro ser pero no basta desear para tener: hay que actuar y eso supone un riesgo enorme: un salto mortal. En México hay demasiada distancia entre el deseo y la realidad. La voz de Lola Beltrán es una de las maneras más bellas, puras y arriesgadas que tenemos hoy por hoy los mexicanos de dar el salto mortal a la orilla del deseo cumplido.
Hay, además otro riesgo en la voz de Lola Beltrán: al tocar el objeto del deseo, la pasión se desata porque el deseo en la voz de Lola Beltrán nunca es inocente: es un deseo que quiere cambiar al ser deseado, hacerlo suyo, recuperarlo para la unidad original con la mujer, la madre, la amante. El ser deseado puede temer esto; incluso puede rechazarlo. Puede corresponder también con el peligro de su propia pasión: una respuesta que el canto de Lola Beltrán puede aceptar con placer o rechazar con temor.
La pasión y el deseo, la alegría y el riesgo, la ternura y el clamor por existir, son las alas de esa paloma que es la voz de nuestra señora Lola Beltrán.
* Texto del autor de Terra Nostra escrito para el programa de mano del concierto que ofreció Lola Beltrán en Bellas Artes el 24 de octubre 1994.