Hubo momentos, meses atrás, en los cuales parecía reclamable la pasividad y prudencia de don Luis Colosio Fernández. Sus declaraciones de prensa, sus respuestas públicas a las preguntas de los periodistas, parecían demasiado cuidadas, dichas como sin ánimo de ofender, todavía institucionales y disciplinadas. Esperanzado, atenido a las promesas oficiales, don Luis mantenía en sus palabras un tono sosegado y prudente, que constrastaba con la estridencia creciente de quienes exigían justicia y apuntaban sus baterías hacia lo más alto del sexenio pasado y del presente.
A dos años de distancia, esa prudencia del padre de Colosio es la mejor prueba de que los límites de la espera son ya inaguantables, y que hasta ahora el poder ha tejido con engaño y doblez historias para entretener al público, mientras oculta a los verdaderos sospechosos y deja correr el tiempo.
Don Luis Colosio ha dicho que la inmensa mayoría de los mexicanos piensa, pero lo ha dicho con el peso y la fuerza de quien ha aguantado y padecido con prudencia y serenidad ese segundo complot que se ha organizado desde el poder ya no para asesinar al que fue candidato presidencial sino, ahora, para impedir que los autores intelectuales sean castigados y que la verdad cruda sea conocida por todos.
Ese segundo complot tiene como organizadores ya no a Carlos Salinas y a José Córdoba, como la creencia generalizada asume a ambos personajes en el caso del primer complot, sino a los encargados hoy de la procuración de justicia, y especialmente al titular del Poder Ejecutivo, al presidente Ernesto Zedillo, cuya responsabilidad es intransferible en el caso Colosio. Zedillo es el responsable, y no sólo Lozano, como interesadamente pretenden las cúpulas priístas, incapaces de enfrentar al presidente, por lo cual prefieren desquitarse con su representante acusándolo de panista.
Tiene razón y tiene derecho don Luis Colosio en decir lo que ha dicho. Y aunque los nombres de Salinas, de Córdoba y de Camacho no fueron pronunciados, es evidente que en el ánimo de los mexicanos existe ya un maduro juicio acerca del papel que jugaron estos tres personajes en la creación del ambiente enrarecido alrededor de Colosio, en su pretensión de hacerlo a un lado pacíficamente, primero, y, finalmente, en el caso de los dos primeros, de manera violenta.
Triste es el papel, por otro lado, de las cúpulas priístas, empecinadas en aparecer como promotoras de vergonzosos actos de presunto homenaje al sonorense. Discursos paniaguados, moños negros, actos luctuosos, coronas de flores, guardias de honor, montadas a lo largo y ancho del país por personajes que en mucho son cómplices de la misma estructura que asesinó a Colosio: los antidemocráticos, los represores, los corruptos, los autoritarios, los falsarios, hoy usan el nombre de Colosio para asomarse a los espacios públicos y colgarse al pecho medallas de buena conducta cívica.
Santiago Oñate, el presidente nacional del PRI, ha mantenido hasta ahora una pasividad que lo emparenta con su antecesora, María de los Angeles Moreno, en cuanto a la sospechosa reticencia a ubicar a Salinas de Gortari en el espacio de razonable sospecha en que los mexicanos lo instalan, y en el hecho de mantener absolutamente inmovilizado al partido para que no exija con la vehemencia que le corresponde el esclarecimiento del crimen. Las estampas conocidas por los medios de comunicación de los presuntos homenajes priístas nos mostraron una tendencia a la declaración y a la apariencia, pero no a la exigencia fuerte, frontal, verdadera, de justicia en el caso Colosio. Podrá Oñate, y las cúpulas priístas con él, exigirle al responsable de la conducción del país, y desde luego de la procuración de justicia, al presidente Ernesto Zedillo, que deje de escudarse en declaraciones legalistas y revele la verdad a los mexicanos? Podrá ese PRI domesticado exigirle a Zedillo que deje de encubrir a Salinas y a Córdoba, y que se plante ante los mexicanos como un verdadero líder y no como un cómplice más?Mientras tanto, sigamos escuchando la voz de don Luis Colosio, una voz que hoy denuncia con claridad ese segundo complot desde el poder. Una voz, antes tan prudente y tan sosegada, que hoy, cuando por fin se desahoga y libera, nos dice con fuerza lo que muchos pensamos: no hay voluntad para esclarecer el crimen, hay un doble discurso desde el poder, y los autores intelectuales son los que todos siempre supusimos.