Este fin de siglo y de milenio, escenario de la agonía del sistema político mexicano, está exigiendo una muy alta cuota de sangre. Pareciera que se ha enseñoreado en el país un dios cruel y sádico que reclama el sacrificio humano y usa como instrumento ritual a este régimen declinante.
Es un dios que no sabe, ni quiere saber, de derechos humanos, dignidad, miseria, inequidades... Tiene una sed de sangre imposible de saciar sólo con la vertida en accidentes, asaltos violentos y otros hechos hoy tan comunes en el clima de grave inseguridad prevaleciente en México. Es menester, entonces, que la irracionalidad, la ineptitud y la insensibilidad suban a escena, y tanto en Aguas Blancas como en Pichucalco y Nicolás Ruiz cobren vidas mediante la acción de policías tan ineficaces contra los delincuentes que, en esa trabucación de valores y hechos a la que he aludido repetidamente en semanas recientes, agreden y asesinan ellos, creados para proteger vidas y patrimonios a campesinos cuyo máximo delito es dar vigencia al viejo y nuevo ideal zapatista: la tierra es de quien la trabaja.
A tono con esa trabucación, los delegados gubernamentales al diálogo de San Cristóbal de las Casas se enojan por el lenguaje de los delegados zapatistas, indignados a su vez por la muerte de sus hermanos indígenas durante los desalojos del predio El Gran Poder, municipio de Nicolás Ruiz. Es claro que los excesos en el lenguaje pueden causar irritación, pero no matan, como sí lo hacen los excesos de autoridad, esos que, materializados en gases y balas, le quitaron la vida a un campesino que, a las puertas de su choza, bebía pozol cuando una bala le partió el pecho, como nos lo ha narrado Jaime Avilés en La Jornada.Los desalojos de tierras fueron ordenados por el gobierno chiapaneco después de que el presidente Ernesto Zedillo dio por concluida (martes 19 de marzo) la disputa por la tierra en Chiapas, y como otras veces en otros asuntos, los empecinados hechos desmintieron al mandatario. Como los actos de fuerza se ejecutaron simultáneamente con una nueva etapa del diálogo por la paz entre el gobierno y los zapatistas, se erigieron en un monumento a la inoportunidad, a menos claro que precisamente se trate de hacer naufragar las pláticas, lo cual sería una descomunal torpeza.
Como quiera que sea, los responsables de este conjunto de decisiones parecen haber olvidado la vocación por la muerte que, irónicamente, anima la vida de los zapatistas. Dicho de otro modo, la guerra por fortuna breve iniciada el 1o. de enero de 1994 puede reencenderse, no está descartada del panorama del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y para ello no obstará ni la masiva presencia militar en Chiapas ni la perspectiva de muerte casi segura que se abriría para los rebeldes.
Es este reencender bélico el que busca el gobierno? Si así fuera, convendría que, para percibir la duración del conflicto armado (y sus consecuencias sobre la economía del país), tuviera presentes estas palabras pronunciadas por una de las víctimas de Nicolás Ruiz, a quienes podría suponerse vacilantes y temerosos después de la represión:''Los que murieron no son animales, eran cristianos como todos. Ahora hay que sepultarlos, pero los demás vamos a seguir luchando y uniendo...'' Se dijo en este espacio (5 de marzo) que en Televisa se estaba dando un importante intento por ponerla en consonancia con el reloj de la pluralidad política a contracorriente de quienes pretenden hacer una televisión sujeta a los estrechos criterios gubernamentales, pero que esto había generado una tensa pugna en el poderoso consorcio.
Se dijo también que la corriente de renovación era encabezada, desde la vicepresidencia ejecutiva de Televisa, por Alejandro Burillo Azcárraga (sobrino de Emilio Azcárraga Milmo, El Tigre), quien ponía énfasis en evitar las ocultaciones, distorsiones y manipulaciones habituales en las emisiones del consorcio. El hecho de mayor relevancia en ese sentido fue la difusión del ya famoso video de la matanza de Aguas Blancas, en el programa Detrás de la noticia, de Ricardo Rocha, lo cual multiplicó la indignación por el asesinato colectivo de campesinos inermes y aceleró la defenestración del gobernador Rubén Figueroa. Para bien de la sociedad y de la propia Televisa se dijo asimismo, es deseable que triunfe Burillo en la pugna.
No triunfó. La noche del lunes 18 de marzo, en un escueto comunicado, el Grupo Televisa informó que Burillo había renunciado a su puesto ``para dedicarse a sus negocios personales'', si bien conservó la vicepresidencia del Consejo de Administración. Aunque no lo explicó el boletín, esto último se debe a la importante participación accionaria que Burillo controla y que podría propiciar su futuro retorno a funciones ejecutivas, sobre todo si, como es previsible, la credibilidad de los noticiarios de Televisa continúa en picada.
Debo reiterar lo escrito el 5 de marzo. La sociedad mexicana no puede o no debe aceptar el papel de convidado de piedra al que pretenden relegarla los manipuladores de la información, sino tomar una actitud participativa capaz de hacer entender a los concesionarios de la televisión que difundir sin distorsiones la verdad o las varias verdades y no sólo una es rentable y su contrario, en cambio, desprestigiante y antieconómico.