Guadalajara, rehén de narcotraficantes
Alberto Nájar, enviado, y Gerardo Rico, corresponsal/ II Guadalajara, Jal. Al principio fueron dos los cadáveres que aparecieron con tiro de gracia, las manos atadas a la espalda y la cabeza cubierta con vendas. Semanas después, el hallazgo de otros dos cuerpos ejecutados en forma similar ocupó espacios destacados en las planas de los periódicos locales. Pero al comienzo de este año, cuando los asesinatos con estas características ocurrieron con mayor frecuencia, se tuvo la certeza de que la ciudad atravesaba por una nueva etapa de reacomodo de las bandas de narcotraficantes que pelean por el territorio desde hace varios años.
Hasta la fecha, según las investigaciones de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), se ha comprobado que el móvil de la mayoría de las 23 ejecuciones cometidas es el mismo: ajustes de cuentas entre las bandas de los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix, en su disputa con los restos de la organización encabezada por Héctor Luis El Güero Palma, Joaquín El Chapo Guzmán y la parentela de Rafael Caro Quintero.
Aún no se ha determinado la identidad de los autores materiales de los homicidios, pero el procurador estatal, Jorge López Vergara, admite que podría tratarse de un grupo ajeno al estado, contratado ex profeso para realizar estas tareas. No se sabe tampoco cuál de las bandas financia el repaso de esta lista de la muerte.
Sin embargo, tras bambalinas, el nombre de un individuo hace tanto ruido entre los investigadores como el apodo que lo identifica: Humberto Rodríguez Bañuelos, alias La Rana, gatillero de los hermanos Arellano Félix, enemigo de El Chapo Guzmán, integrante del grupo que participó en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo el 24 de mayo de 1993, y quien regresó a Guadalajara a finales del año pasado cuando, coincidentemente, empezaron a aparecer los primeros ejecutados.
Lista negra, muerte igual
Para los tapatíos se hizo claro que los grupos de narcos empezaron a reacomodarse a partir del 2 de diciembre pasado, cuando se encontró a Daniel Ojeda Manjarrez y Carlos Barrón López atados de pies y manos, con la cabeza vendada y con sendos tiros de gracia en la nuca.
Sin embargo, informes de la PGJE señalan que en realidad la cuenta se empezó a cobrar dos meses atrás, con el homicidio de Martín Curiel Becerra, de 32 años y a quien el 31 de octubre acribillaron al salir del restaurante Viva Sonora, ubicado en una de las zonas residenciales más importantes y tradicionales de Guadalajara, la colonia Chapalita.
Según el reporte, a Curiel Becerra le vaciaron un cargador de pistola calibre .38 súper, pues su cuerpo presentaba ocho heridas producidas por proyectil de arma de fuego. La PGJE empezó la averiguación previa 29420/95, pero este caso, al igual que los posteriores, lo investigan también peritos de la Procuraduría General de la República.
La madrugada del 2 de diciembre, en el kilómetro 5 de la avenida Prolongación Mariano Otero, en una zona despoblada de Zapopan, se encontraron los cadáveres de Ojeda Manjarrez y Barrón López, a quienes abandonaron después de ejecutarlos, también con una pistola calibre .38 súper. A ellos también les vaciaron el cargador. El primero, originario de Sinaloa, presentaba tres heridas de bala y su acompañante cuatro.
De acuerdo con las pesquisas los occisos, que aparentemente eran comerciantes, habían desaparecido varios días antes, pero sus familiares no reportaron el hecho a las autoridades.
A Paz Burgos Ramírez, comerciante originario de Sinaloa, no lo ataron de pies y manos para matarlo, pero sí le dieron un balazo en la nuca, también con una pistola calibre .38 súper. El cuerpo se encontró el 9 de diciembre en su domicilio de la calle Isla Samoa, colonia Jardines de San José, al poniente de Guadalajara. Según los dictámenes periciales, al occiso lo torturaron antes de ejecutarlo.
Durante más de un mes hubo una pausa en las ejecuciones hasta el 26 de enero, cuando se encontró a Delia Guillermina Flores Covarrubias y a su chofer, Rolando Rosales Castellanos, asesinados en la brecha que conduce al club deportivo de la Universidad de Guadalajara, en el bosque de La Primavera.
Ambos tenían las manos atadas a la espalda y la cabeza vendada, y según las pesquisas los habían secuestrado una semana antes. Guillermina era viuda y originaria de Mazatlán, Sinaloa, y se dedicaba, al parecer, a la promoción de actos y espectáculos. Los presuntos responsables utilizaron una pistola calibre .45 para asesinarlos.
Cinco días después, el 31 de enero, en un camino de tierra que conduce a los campos deportivos de la colonia Alamo Industrial, aparecieron los cadáveres de Esteban Tirado López y Fernando Tovar Sepúlveda, a quienes mataron con una pistola calibre nueve milímetros. Horas antes de su muerte los habían secuestrado en lugares distintos.
El 29 de febrero el doctor Enrique Alonso Rubio apareció ejecutado, con las manos atadas atrás y con los ojos vendados. Lo asesinaron con la misma pistola calibre .45 con que ultimaron a Flores Covarrubias y a su chofer, y al igual que ellos, su cuerpo apareció en el camino al Club Deportivo de la UdeG, en el Bosque de La Primavera. Los dictámenes de balística indicaron que en este crimen se utilizó la misma arma.
En los casos anteriores había indicios de que se trató de ajustes de cuentas relacionadas con el tráfico de drogas, pero en la muerte de Miguel Antonio Fernández Payán no quedó duda al respecto porque el occiso era pariente de Rafael Caro Quintero y tío de Enrique Fernández Quintero, El Kiki, quien el 11 de junio de 1994 festejaba los 15 años de una de sus hijas cuando recibió un regalo inesperado de la familia Arellano Félix: un auto bomba que explotó fuera del hotel Camino Real, donde se realizaba el convivio.
A Fernández Payán le dispararon en la cabeza con una pistola calibre .45 cuando salía de un bar al sur de la ciudad.
Días después, la cuenta se le cobró al ex comandante de la Policía Judicial Federal Edgar Antonio García Dávila, a quien persiguió un comando de sujetos armados que lo balearon en la esquina de Casiopea y Estrella Polar, en el fraccionamiento La Calma, considerado lugar permanente de residencia para las familias de narcotraficantes.
García Dávila era guardaespaldas de Humberto Rodríguez Bañuelos, La Rana, a quien se acusa de ser el autor intelectual del asesinato del ex procurador Leobardo Larios Guzmán y gatillero de los hermanos Arellano Félix. Regresó a Guadalajara a finales del año pasado, y escapó de una operación policiaca el 19 de diciembre. Su llegada coincide con el comienzo de las ejecuciones.
Luego, el 9 de marzo se encontraron cuatro cadáveres de personas ejecutadas en forma similar a las anteriores: las manos atadas y los ojos vendados. El primero apareció en un terreno de la colonia Ciudad Granja, al surponiente de la ciudad. La víctima se llamaba Alfredo Beltrán Valle.
Los otros tres, Oscar Kalef Carranza Quevedo, Oscar Ernesto Carranza Valdez y José de Jesús Lozano Díaz, aparecieron tirados en otro terreno ubicado en avenida Guadalupe, también al surponiente de Guadalajara. En el primer caso se confirmó que se usó la misma pistola calibre .45 utilizada para asesinar a las personas que aparecieron en el bosque de La Primavera.
El viernes 22 de marzo tres jóvenes fueron asesinados a balazos, al parecer por el mismo motivo. Hasta la fecha no se ha determinado oficialmente si también se trata de una venganza entre narcotraficantes, pero por la forma como ocurrieron los hechos, todo parece indicar que así fue.
El triple homicidio ocurrió en la colonia San Onofre, sector Libertad. Un sujeto identificado como Gregorio Alvarez Solórzano llegó a donde se encontraban Luis Fernando Ponce Cuevas y Carlos González Hernández, y les pidió ``un paro'' para vengarse de un individuo que lo había golpeado.
Los tres se dirigieron a la calle Hacienda de las Cruces, a donde llegaron varios sujetos que les dispararon en la cabeza con una pistola calibre .45. No se ha determinado si esa arma es la misma que se utilizó en los crímenes anteriores.
La más reciente de las ejecuciones ocurrió la madrugada del sábado pasado. Esta vez la víctima fue un joven de 25 años, a quien golpearon y balearon con una pistola calibre nueve milímetros. El cadáver se localizó en un camino de terracería que conduce al poblado de La Venta del Astillero, en Zapopan, que es el municipio donde ha ocurrido la mayoría de estos asesinatos.
``Está grueso''
A solicitud de la PGJE, en las investigaciones de estos crímenes participa un grupo especial de la Procuraduría General de la República, que en los hechos se encarga de todo el caso. El procurador estatal, Jorge López Vergara, reconoce que los avances son pocos, porque hasta la fecha se desconocen la identidad de los autores materiales y ``los motivos exactos''.
Tienen la certeza, eso sí, de que el tráfico de drogas es el hilo conductor de todo el asunto. ``Son grupos de narcotraficantes que se están peleando y que de alguna manera así resuelven sus diferencias, terriblemente''.
Añade: ``Están muy localizadas estas personas; varios son originarios de Sinaloa, otros tenían antecedentes de haber sido recientemente aprehendidos con droga. De otros tenemos datos de que pueden tener alguna relación directa con personas que se dedican a estas actividades''.
Rechaza que Guadalajara esté invadida por traficantes de drogas, aunque su número ``es importante'', y luego reconoce que al tomar posesión como procurador, hace un año, no esperaba encontrarse con un panorama de esta naturaleza.
``Hemos detectado que la problemática del narcotráfico es mucho más grave, mucho más compleja; los intereses son más grandes de lo que yo en un principio pensaba. Es parte de lo que tenemos que resolver. El problema del narcotráfico en Jalisco está grueso''.