El rasgo distintivo de los avances en la tecnología médica en el campo de la reproducción es, al finalizar el siglo XX, la gradual separación del individuo del acto de la generación. En su lugar el laboratorio, los medios de cultivo, las micromanipulaciones. Testículos metáticos enfriados con nitrógeno líquido. Los procesos fisiológicos naturales y la corporalidad se hacen prescindibles. No es necesaria ya la participación de los órganos sexuales de los padres. El coito, otrora precursor mágico de la procreación, cede su sitio a la frialdad de una caja de Petri.
No solamente es factible aislar de la persona a las células sexuales (óvulos o espermatozoides) y mantenerlas vivas por periodos prolongados --la separación es absoluta y conmovedora, pues el donador puede haber muerto, aunque siga ahí, esperando su turno para participar en la creación de nuevos seres humanos. Además, procesos funcionales clave como la propia fecundación o la implantación de embriones, se convierten en técnicas regulares en laboratorios y hospitales, al margen del individuo.
El motor de la mayor parte de estos adelantos ha sido la idea de vencer a uno de los males que aquejan a millones de personas en el mundo: la esterilidad. Pero sus efectos, como ocurre con todos los productos del conocimiento, ha sobrepasado las metas originales y en este caso modifica todos los conceptos vinculados con la reproducción, es decir, con lo profundamente humano. La paternidad, como ya se sospechaba desde por lo menos hace dos siglos, queda al margen de lo biológico. El donador anónimo de esperma carece de todo derecho de paternidad y la inseminación intrauterina (IUI), procedimiento al que se recurre de manera rutinaria --un tubo de polietileno se hace pasar por el cuello uterino para depositar los gametos previamente congelados-- viene a reafirmar ese abismo entre los cuerpos. la efectividad es mucho menor a la que ofrece el coito (10 por ciento de éxito), por lo que debe repetirse hasta que la fecundación se logra. El costo promedio de cada intento es de 300 dólares.
Pero también es posible manipular la propia fecundación. La técnica más conocida es la de fertilización in vitro (IVF). Aquí, independientemente de su procedencia, un óvulo y los espermatozoides se combinan en una pequeña caja de vidrio que contiene un medio apropiado. El embrión resultante (con un promedio de aciertos del 18.6 por ciento) está en condiciones de ser transferido a un útero. ¿qué significa ser madre desde el punto de vista puramente biológico cuando el óvulo puede ser donado y el útero en el que habrá de desarrollarse el embrión humano puede ser alquilado? Como puede comprenderse en este caso ni siquiera tiene importancia cuál es el sexo biológico de la ``madre''.
Los sitios de la fertilización pueden ser elegidos a voluntad. Puede ser el laboratorio o una región específica del tracto reproductivo. Para ello pueden llevarse las células sexuales --propias o de donantes-- al sitio seleccionado, mediante procedimientos como la transferencia intrafalopiana de gametos (GIFT) o la transferencia intrafalopiana de cigotos (ZIFT). En el primer caso se depositan el óvulo y los espermatozoides en la trompa de falopio --sitio en el que ocurre normalmente la fecundación-- se logra el éxito en el 28 por ciento de los casos. En el segundo, se realiza primeramente la fertilización in vitro y el cigoto se lleva de la manera descrita hasta la trompa, con un promedio de aciertos del 24 por ciento. Los precios van de los 8 mil a los 10 mil dólares, para cada una de estas técnicas.
La separación con respecto al individuo es tajante, al grado de que pueden sustituirse procesos fisiológicos de una gran complejidad. En condiciones normales ocurre una selección natural del espermatozoide que habrá de fecundar al óvulo. Una sola célula entre millones, por un mecanismo que nos es completamente misterioso. Pero eso ya no importa, pues la tecnología reproductiva, en este caso la inyección intracitoplásmica de esperma (ICSI), permite que la sabiduría de la naturaleza pueda sustituirse por la habilidad de un técnico que, mediante una micropipeta, introduce a través de la membrana del óvulo un espermatozoide, elegido por él bajo el microscopio. El porcentaje de éxitos mediante esta técnica no es despreciable, 24 por ciento, y su costo es de entre 10 mil y 12 mil dólares.
Posible solución al problema de infertilidad, mercado floreciente, vía para una mayor comprensión de la fisiología reproductiva. Todo eso, pero además, un cambio en los conceptos sobre lo humano y detrás de ellos un debate permanente sobre una multitud de aspectos éticos. Pero en este cambio sobre lo humano, propiciado por el propio humano, es posible advertir una tendencia. La cada vez más acelerada seperación del individuo del proceso generativo. No quiere decir que el individuo desaparezca. Más bien su participación cambia. La reproducción aparece cada vez más como un proceso centralizado, que se realiza en laboratorios sofisticados y salas hospitalarias y está a cargo de personal altamente especializado. La decisión individual sobre la procreación persiste, pero al margen de una participación biológica directa.
Son muchos los temas de reflexión a los que obligan estos cambios, pero sólo me referiré a uno de ellos. En algunos medios uno de los últimos reductos sobre los que se funda una separación biológica entre los sexos, es la reproducción. De acuerdo con esta idea la certeza de dos sexos únicos puede sostenerse por una distribución de roles reproductivos en los que a la mujer corresponde una parte específica del proceso generativo y al hombre otra. Esto ya no es así. La decisión de un individuo o de una pareja para tener un hijo es independiente de su sexo. Puede ser un hombre o una mujer solos o una pareja compuesta por personas del mismo sexo. La tecnología reproductiva da así un golpe de muerte al paradigma de dos sexos únicos.