Como parte de las actividades que desarrolló El Colegio Nacional para celebrar sus primeros 50 años de vida, a partir de 1993 inició el proyecto de publicar las obras completas de todos sus miembros, excluyendo aquellas que hayan sido objeto de tal publicación por otra u otras editoriales y que se encuentren accesibles en librerías.
El amable lector recordará que en el momento de su fundación El Colegio Nacional tenía 15 miembros, pero quizá no sepa que el decreto presidencial que le dio origen senaló que serían 20, y que un nuevo decreto (en 1971) elevó la cifra a 40. Desde su fundación, El Colegio ha recibido en su seno a 77 miembros, todos ellos, como señala el mencionado decreto, ``...personas de reconocido prestigio e indudable competencia en su especialidad''.
Los 15 miembros fundadores fueron Mariano Azuela, Enrique González Martínez y Alfonso Reyes, escritores; Ezequiel A. Chávez, jurista; Antonio Caso y José Vasconcelos, filósofos; Diego Rivera y José Clemente Orozco, pintores; Carlos Chávez, músico; Ignacio Chávez y Manuel Uribe Troncoso, médicos; Isaac Ochoterena, biólogo; Ezequiel Ordóñez, geólogo; y Manuel Sandoval Vallarta, físico. En el decreto se establece que El Colegio escoge libremente a sus nuevos miembros cuando ocurren vacantes, casi siempre por fallecimiento, ya que los nombramientos tienen carácter vitalicio. La lista completa de los 77 miembros de El Colegio incluye los nombres de algunos de los más distinguidos humanistas, científicos y artistas que ha dado México en este siglo, pero debe insistirse en que si bien ``son todos los que están, no están todos los que son''. Por lo tanto, la edición de las obras completas de este grupo selecto de intelectuales y creadores mexicanos conforme se vaya integrando, será una verdadera historia de gran parte de la cultura de nuestro país en el lapso cubierto.
Una labor de este tipo se antoja, a primera vista, como un trabajo de romanos, en vista de la enormemente rica productividad de la mayoría de los miembros de El Colegio, junto con la gran dispersión de los medios utilizados para difundirla y con lo exiguo de los registros de su obra que muchos de los ya fallecidos nos dejaron. Por fortuna, la mayoría de estos casos también son personalidades tan veneradas y conocidas como Antonio Caso, Ignacio Chávez o Manuel Sandoval Vallarta, lo que facilita la recopilación (casi) completa de sus textos, realizada con amoroso cuidado por sus respectivos discípulos, con frecuencia miembros actuales de El Colegio.
Por ejemplo, ya han aparecido cuatro volúmenes de las obras completas de Manuel Martínez Báez (1894-1987), editadas por su hijo, el doctor Adolfo Martínez Palomo, también miembro de El Colegio, un volumen de las obras de Arturo Rosenblueth (1900-1970), bajo el cuidado del doctor Pablo Rudomín, miembro de El Colegio que fuera su alumno, y se anuncia la próxima publicación de otras más. Entre los miembros actuales de El Colegio que ya han iniciado la publicación de sus obras se cuentan Adolfo Martínez Palomo, Pablo Rudomín y Marcos Moshinsky.
@TEXTNE-95 = Con la muy grata e indispensable ayuda de mi hija Isabel, desde hace un par de meses yo también he estado preparando mis publicaciones para su edición por El Colegio Nacional. No se trata de editar mis Obras completas, porque todavía espero agredir a mis amables pero seguramente escasos lectores futuros con muchas más, sino colectar (de la manera más completa posible) las que llevo escritas hasta ahora. Cuando inicié esta tarea lo hice con el mismo entusiasmo con el que siempre me enfrento a algo ya conocido, pero me llevé una inesperada sorpresa: una buena parte de los textos que llevan mi firma (los de las décadas 1960-1980) parecían escritos por otro sujeto. Pronto me dí cuenta de que eso era precisamente lo que había sucedido: en esos años ya lejanos yo era otro, o más bien fui otros. Recordé la historia del turista que en el mercado de Oaxaca compra el cráneo de Juárez en un puesto, y a dos metros se encuentra con otro puesto que le ofrece ``el cráneo de Juárez''. ``¡Pero si lo acabo de adquirir!...'', dice angustiado, a lo que el vendedor le responde; ``¡Ah, sí, pero este es de cuando Juárez era chiquito!...''.
Frente a los cerros de papel que he cubierto con mis palabras a lo largo de casi 45 años de labor académica, filosófica y periodística, que finalmente han empezado a aceptar una clasificación que me parece razonable, mi primera reacción fue condenarlos todos a la hoguera: ``Aquí no hay nada me dije fáusticamente que merezca conservarse''. Pero cuando estaba a punto de unir el pensamiento a la accción, recordé que algunos de esos textos no son totalmente míos: muchos de los escritos científicos los firmo con amigos y colaboradores. También pensé que quizá no todo lo escrito en tan largo plazo era necesariamente inútil; si con el transcurso del tiempo había perdido actualidad, en ese mismo lapso podría haber adquirido relevancia histórica. Hoy siento que la publicación futura de mis Obras por El Colegio Nacional puede cumplir con una función útil para las nuevas generaciones de científicos mexicanos del siglo XXI; relatar la historia real de la vida y del pensamiento de un colega suyo de finales del siglo XX.