La anunciada parte dos de la columna anterior encontró una singularidad en el liso espacio de la página y por ahí se fue al abismo. Pero no importa, el espacio es reducido y la realidad tan grande, los observadores innumerables, la madeja enredadísima. Cada cabeza un mundo, cada palabra un bosque encantado, cada revista o periódico, cada programa de radio, cada telenovela un cosmos en sí mismo. El universo en una gota de rocío, en un pañuelo el mundo.
Ya no el mundo newtoniano de acción y reacción, causa y efecto, ni tampoco el refinado universo dialéctico. El mundo de ahora es fragmentario y probabilístico, no lineal, ``caótico'', incierto, su geometría una palanqueta espolvoreada con polvos de Cantor. No importa que la geografía inmediata siga siendo euclidiana y que a fin de cuentas la luz siga haciendo arco iris en el prisma. Lo neto es que los observadores de oficio, físicos renombrados a la cabeza del león y analistas de marketing a la cola, nos heredan un mundo finisecular hecho pedazos en su imperfecta redondez y total globalidad. Cada átomo de continente para sus reales y a ver qué mares se forman. El neolítico está aquí mismo, a unos kilómetros, y el siglo XII y el Romanticismo, Cristo está entre nosotros, Zapata cabalga de nuevo. Qué es el tiempo sino atractiva publicidad para vender el horario de verano.
Mundo incierto y fragmentario, así ha de ser la cosa. Las ecuaciones visionarias y los proféticos paradigmas suelen ocultar del mundo tanto como iluminan. Si cambiamos los ojos en órganos de visión a rayos X, por ver los huesos dejamos de ver la luz dorada de la piel que los envuelve. Por ver el orden minucioso de la naturaleza las leyes naturales despreciaron por mucho tiempo lo que tiene de desordenada y tuvo que irse muy matemáticamente abstracto el ojo humano para observar las grandes incertidumbres y entrarle a las no linearidades tan comunes en el mundo y sus inmediatos como distantes alrededores.
Pero la fragmentariedad posmoderna sólo abarca a su vez un fragmento del campo visual, una celdilla del ojo de insecto que es la civilización en estos días. Con la geometría fractal de la naturaleza coexisten las muchísimas otras observaciones e intentos por ordenar a partir de ellas el sorprendente y complicado misterio circundante.
Los coloridos conjuntos de Mandelbrot no obstan para que el neochogüí rampante haya juntado el día del equinoccio un millón de personas en Teotihuacán y varios respetables miles entre Cuicuilco y Chalchihuites. Ahí la unidad de todo lo que existe es extrema y las vibraciones auténticamente cósmicas. No escapa al acucioso observador la pureza implícita en la buena onda y el blanco de los sencillos como cómodos atuendos, la bondad de los cristales de cuarzo apuntando al cielo para recibir con premura los fotones y neutrinos que le tocan, la energía solícita del significante primavera en los penachos de hierba. Con todo, fue un gran día para los comerciantes en pequeño.
Lo importante es que en todos los casos, así la vida íntima como el más riguroso teorema, la observación lleva al mito, éste es el depositario último donde se junta la luz que alcanzó a pescarse en los prismas incontables del ojo compuesto.
(Viaja que vuela la mecedora y el cometa Hyakutake pasa esta noche por la Gan Osa.)