El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) fue diseñado con tino y oportunidad para rescatar a nuestra comunidad científica, todavía incipiente y por ello débil, de la amenaza de extinción por la catástrofe económica de hace más de dos sexenios. El SNI logró su propósito y salvó a la empresa científica mexicana de ser un mortinato. Sin embargo, a lo largo de los años el SNI se ha burocratizado, y lejos de corregir sus deficiencias y errores parece haberlos acumulado. En su reciente convocatoria han salido a la luz innumerables defectos que son motivo de disgusto y de agrios comentarios entre los investigadores, así como de numerosas publicaciones periodísticas de crítica y protesta. Y cuando el río suena es que agua lleva. Así como las comisiones respectivas evalúan a los investigadores, quizás sea tiempo de que una comisión dictaminadora evalúe al SNI. En todo sistema se requiere de un proceso de supervisión que lo depure y mejore continuamente; sólo así se garantiza su vigencia y superación continua.
Las inconformidades han ido in crescendo, e incluyen desde el proceso de recolección de la información hasta los datos más objetivos de la producción científica como son las citaciones. Un breve análisis de los problemas nos dará una idea de la magnitud de la situación.
El diskette. Toda la información debe vertirse en un programa elaborado ex profeso en un disco que se lee en una computadora personal (PC). Con ello el SNI supone que todos los investigadores tienen ese instrumento, siendo que en las solicitudes de apoyo a protocolos de investigación el Conacyt y otras instituciones nacionales desalientan y limitan la compra de equipo de cómputo por considerarlo superfluo o de lujo.
El programa es realmente malo, está lleno de errores, se traba con frecuencia e ignora rubros importantes del quehacer científico y pide datos absurdos que carecen de utilidad para cualquier comisión evaluadora. Por ejemplo, en la bibliografía se pide el mes de la publicación, lo que muestra la ignorancia de quien elaboró el programa. En otro sitio se piden documentos de examen de grado de los alumnos del investigador, documentos que jamás tiene el tutor, lo que revela nuevamente el desconocimiento de los programadores de los procesos universitarios. Para ellos sólo hay tres niveles de formación: licenciatura, maestría y doctorado; ignoran los postdoctorales, los fellowships y los cursos tutoriales, pero lo más grave es que se han olvidado de la especialidad como otra vía fundamental en la formación de posgrado. En la sección de cursos, sólo pueden anotarse los universitarios y no consideran aquellos que por invitación se imparten en congresos internacionales y que sólo se asignan a investigadores de reconocido prestigio. Para ellos eso no vale. Por si esto fuera poco, a todos los investigadores que ya fueron calificados y que por ello enviaron con anterioridad su currículum y documentos probatorios, se les pide que de nueva cuenta elaboren este documento, pero ahora en el absurdo y defectuoso programa del diskette. A nadie en el SNI parece importarle que esa tarea ocupa a los investigadores un promedio de dos semanas completas, durante las cuales precisa hacer a un lado cualquiera otra actividad.
Las citas y las publicaciones. La parte medular de la evaluación se centra en el número de citas y en el impacto de las publicaciones. Para ello se solicita como única fuente la consulta del Science Citation Index (SCI). Aquellos que carecen del acceso institucional a este índice deben desembolsar a compañías privadas alrededor de 7 mil pesos por la búsqueda, casi 2 meses de beca de un nivel II.
Pero lo más grave es que la citación por sí sola no permite evaluar la calidad del investigador. Los datos publicados por el Institute for Scientific Information (ISI), quien elabora el SCI, revelan cifras interesantes y paradójicas. Casi el 50 por ciento de las publicaciones enlistadas ahí, no recibe citación alguna y casi la mitad de las citadas sólo recibe una en un lapso de 10 años. Un estudio de Garfield, director del ISI, muestra que las publicaciones más citadas (más de 10 mil citas) no son las de más calidad, como ocurre con el famoso método de Lowry que no pasa de ser una buena técnica para cuantificación de proteínas.
Otro dato interesante es que el 90 por ciento de las citas es a trabajos publicados en el 10 por ciento de las revistas internacionales. Es evidente que el número de citas no equivale a la calidad ni a la preparación de un científico. Por otra parte, no se consideran las citas que un autor hace de sus trabajos previos (autocitas), hecho indispensable para cualquier investigador que tiene alguna línea de investigación y que publica periódicamente sus resultados. Sorprende además que no se tomen en cuenta las publicaciones nacionales a pesar de que sean de alta calidad y de que estén incluidas en el SCI y en otros índices de carácter internacional. Con ello se yugula cualquier intento por editar revistas científicas prestigiosas en México. Por último, muchos investigadores pertenecen a los cuerpos editoriales de revistas científicas para los que han sido seleccionados por su relevancia y experiencia, pero esto carece de relevancia para el SNI.
El posgrado. Tal parece que la única forma de ser investigador es ostentando un grado de doctor. Se ignora que una buena parte de los investigadores activos, tanto en México como en el extranjero, no tienen ese grado y que su formación ha sido tan sólida o mejor que muchos doctores en ciencias. En medicina, por ejemplo, la especialidad realizada en instituciones de alto nivel requiere del trabajo de investigación y muchos especialistas, además de su trabajo asistencial, realizan investigación del más alto nivel. Por otra parte, en México la proliferación incontrolada de programas al vapor de maestría y doctorado hace dudar de la calidad de muchos de sus graduados. El poseer el grado de doctor no garantiza la formación ni la actividad como científico. ¿No acaso tenemos multitud de doctores en la industria y en la política que jamás hicieron ni harán investigación?
Nos encontramos nuevamente en una crisis económica muy grave, peor que la que motivó la creación del SNI. México dedica sólo el 0.36 por ciento de su PIB para ciencia y tecnología, a diferencia del 2.3 que usan los países desarrollados, pero considerando que nuestro PIB es muy inferior, la diferencia de recursos entre nuestro país y aquellos resulta abismal. Es evidente que no se debe usar el mismo rasero, de los científicos que tienen todo, para juzgar a los nuestros. Si el SNI quiere ayudar a la planta científica y apuntarse de nuevo el éxito de antaño, debe revisar sus reglas del juego. Menos burocracia y más sentido científico ayudarían a corregir el sistema.