No. No se trata de que el Palacio de Bellas Artes ofrezca un recital poético sobre el Childe Harold de Lord Byron. Se trata de una exposición, magna por sus dimensiones, del pintor Byron Gálvez nacido en Mixquiahuala, Hidalgo, en 1941. Estudió en la ENAP y hasta donde alcanzan mis recuerdos era uno de los jóvenes más prometedores de su generación.
Fui a ver con cuidado su exposición, montada en las salas Justino Fernández, Paul Westheim (que tuve el honor de bautizar con esos dignísimos nombres) y Diego Rivera del esplendoroso y remozado recinto. Fue pésima opción exponer a Byron Gálvez en vecinazgo con los murales de Tamayo, su principal héroe. Es posible advertir que la paleta tamayesca y en algunos casos también las texturas están reeditadas en varios cuadros del pintor Gálvez. Pero Byron no es en modo alguno ``un segundo Tamayo'' (eso no se puede) ni tampoco un seguidor del maestro oaxaqueño. Las fórmulas se lo llevan por delante y el número excesivo de cuadros improcedentes se ``comen'' a los que pudieran salvarse. El abuso del magenta (así le llamaban en San Carlos al rosa mexicano), combinado con rojos, naranjas, púrpura, lilas, verdes, amarillo cadmio alcanza dimensiones apoteóticas en una serie exhibida en la Sala Diego Rivera donde los colorines son tales que una se pregunta si el pintor quiso ensayar con todos los tubos habidos y por haber de la afamada marca Windsor & Newton, o si tal vez recordó su infancia, época en la que por lo común se suele abarrotar un pizarrón con gises de colores. Pero lo de Byron no tiene nada de infantil, nada de frescura.
Y no es que desconozca el quehacer del pintor. Al contrario: sabe pintar, conoce técnicas, es refinado en las texturas, sabe enfrentar contrastes, etcétera. Creo que lo que le sucedió de tiempo atrás fue que ironías de la vida?, se le indigestaron Tamayo y Wifredo Lam al tiempo que se enamoró perdidamente de la escultura africana de la que extrajo soluciones formales que se le convirtieron en esquemas reiterativos, a mi juicio insostenibles. No hay erotismo alguno en esas formas que pretenden homenajear a la mujer, los ritmos son convencionales, como acordes monótonos desplegándose en forma de friso, combinando curvas con rectas con objeto de crear fetiches que ni son africanos ni son poscubistas ni están ``desconstruidos'', para utilizar la palabra de moda.
Es reciclador de lenguajes, eso es cierto. Hasta la sombra de Ricardo Martínez viene a encontrarme en una figura grande, semirrecostada, resuelta en negros y grises, con los inevitables toques de rosa, color predilecto del pintor hidalguense.No puedo mencionar los cuadros que me parecieron buenos porque todos carecen de título. Pero es posible afirmar que los monocromos son quizá los mejores y que si uno logra prescindir de la composición formal (cosa difícil de lograr, pero se puede), las entonaciones negro, grises, algo de marrón, resultan gratificantes. También encontré fragmentos de cuadros que me parecieron aceptables.
Hay dos naturalezas muertas de floreros con sandías y limones. Una está entonada en claros y la otra en oscuro. Debo confesar que me admira la rapidez con la que pinta Gálvez. La oscura fue realizada en su totalidad el 29 de noviembre de 1988 y la clara el 7 de diciembre del mismo año. Muchas otras piezas están fechadas también al día. Son obras, como otras, eminentemente comerciales, que tal vez puedan satisfacer ciertos gustos abtrusos en cuanto a decoración.
Hay algunas pinturas que parecen estar referidas al mundo taurino, pero no me dí cuenta de ello inmediatamente. Creí que la primera que vi representaba a Don Quijote con el yelmo de Mambrino, y que de llevar título, podría tratarse de Don Quijote en Xochimilco, en realidad se trata de un rejoneador.
Es verdad que cuando me acercaba a ciertas pinturas (en algunas aparece representada una vela encendida) me decía: si sólo estuviera la vela en un espacio de 40 x 40 cm, la composición funcionaría. Lo mismo me sucedió con un cuadro, colección del artista, en tonos oscuros, grises y el imprescindible magenta un poco ensuciado con blanco. Estas entonaciones son el landmark y Gálvez, las que le procuraron éxito, las que en una ocasión, ya lejana, yo le critiqué severamente a Estrella Carmona. Pero ella espintora siempre en busca de un lenguaje propio, que ya posee.
Byron Gálvez tiene mucho éxito comercial, no sólo en México, sino también en California. Aparece anunciado en revistas de arte y tiene varios coleccionistas privados. Yo me explico el fenómeno, porque en gustos se rompen géneros y porque el mercado del arte poco puede tener que ver con la incidencia estética de un artista en el ámbito cultural. Cada quien tiene derecho a ganarse la vida, y si el público es analfabeta artístico, es el público el responsable, no el productor. Pero no puedo tomar distancia ante ciertas cosas. Por ejemplo, hay un cuadro de 1995 en el que aparecen unas sandías infladas, enormes, reiterando una conocida composición de Tamayo. De qué se trata? Hay otras sandías de 1990 (lo que en términos artísticos se llama ``apropiación'', cosa hoy día legítima) que están mejores.
Reitero: Byron Gálvez tuvo muy buena academia, sabe de factura, puede modular perfectamente las esferitas gemelas (totalmente antieróticas) que funcionan como senos de mujer, sabe graduar, pero de tiempo a la fecha optó por repetir, con variantes, ciertos patterns compositivos que desde mi punto de vista le resultaron fatales. Eso puede contrastarse observando dos obras de 1967 y 1968, ambas de colección particular. La primera mide 175 x 140 y la segunda 170 x 130. Por supuesto no tienen título, aunque en tiempos anteriores quizá sí lo ostentaron. Las dos son muy buenas.