Luis Enrique Ramírez Lola Beltrán, con rosas en las sienes y las manos sobre el pecho, luce su vestido favorito. ``Es de encaje de bolillo, finísimo'', presumía. Fue hecho para ella por artesanos mexicanos y así, toda de blanco, hace su última entrada al Palacio de Bellas Artes, el recinto que en 1976 ella abrió a la música popular. ``Lola!, Lola!", le grita la multitud allí congregada desde el mediodía y bajo el sol ardiente. A las 13:30 horas desciende de la carroza el féretro de madera tallada, entre aplausos y sollozos, vivas y lamentos; muchos se abalanzan y lo tocan. Después, se forman en una larguísima fila que llegará a rodear la zona.Adentro, un mariachi la recibe con la canción que Lola convirtió en su rúbrica y que jamás se escuchó tan triste: Cucurrucucú, paloma. Cucurrucucú, cantaba. El ataúd se rodea de coronas y flores blancas cuando suena el himno de la tierra de Lola: El sinaloense. Los altos funcionarios del Instituto Nacional de Bellas Artes, Gerardo Estrada, Ignacio Toscano, Ricardo Calderón y Carlos Reygadas, montan la primera guardia. Vendrán después Rocío Durcal, Héctor Suárez, Alicia Montoya, Talina Fernández y Alejandro Carrillo Castro, entre otros. No se cumple la anunciada presencia del presidente Ernesto Zedillo.


El último adiós del mariachi. Foto: Víctor Mendiola

En este día se esperaba la salida de Lola del hospital. ``Ya estaba bien, fuera de peligro'', refiere su hermano y representante, José Manuel Beltrán Ruiz. La acompañaba su hija María Elena en el cuarto 603 del Hospital Los Angeles cuando, repentinamente, sobrevino el fin para la máxima intérprete de la música mexicana. El mismo domingo, casi a la medianoche, una imagen estremeció a Carlos Monsiváis, presente en Gayosso en señal de sus casi cuatro décadas de amistad con la cantante: María Elena Leal Beltrán apareció en la funeraria como una Dolorosa, sostenida por dos amigas. Ayer sufrió un desvanecimiento y no pudo acudir al homenaje de cuerpo presente en Bellas Artes.

Tocan una tercera canción, El crucifijo de piedra, y luego los mariachis callan para sumarse a la guardia fúnebre. Después comienza el desfile de la inmensidad de deudos que Lola La Grande ha dejado: su público. Se persignan frente a Lola inmortal, le rezan, se postran de rodillas, le dicen adiós, muchos le hablan en susurro, otros le leen poemas con voz trémula, algunos se detienen a cantarle alguna de sus canciones. El cristal del féretro se cubre de estampas y milagros. También de lágrimas.

Al salir, los dolientes permanecen en su mayoría a las puertas del palacio, asomados entre el cristal y los barrotes de hierro. Otros rodean la carroza, aún cubierta de los pétalos de flores que le fueron lanzados a su salida de la agencia funeraria. Hay quienes contemplan a la multitud desde los edificios vecinos. Leen muchos un vespertino que anuncia: ``Lola no quería morir''. Cuando comienza a caer la noche, todos afuera se unen en un gigantesco coro que entona, lastimero, Paloma negra.

Habría de volver Lola a Gayosso a las 20:00 horas, descartado por su hija un nuevo homenaje en el Teatro Jorge Negrete. El último tributo le será entregado hoy en el Teatro Angela Peralta de Mazatlán, a donde sus restos deberán ser trasladados a las 8 de la mañana para cumplir mañana su voluntad de recibir sepultura en la misma tierra que la vio nacer: El Rosario, Sinaloa. Su Rosario.