El último adiós del mariachi. Foto:
Víctor Mendiola
En este día se esperaba la salida de Lola del hospital. ``Ya estaba bien, fuera de peligro'', refiere su hermano y representante, José Manuel Beltrán Ruiz. La acompañaba su hija María Elena en el cuarto 603 del Hospital Los Angeles cuando, repentinamente, sobrevino el fin para la máxima intérprete de la música mexicana. El mismo domingo, casi a la medianoche, una imagen estremeció a Carlos Monsiváis, presente en Gayosso en señal de sus casi cuatro décadas de amistad con la cantante: María Elena Leal Beltrán apareció en la funeraria como una Dolorosa, sostenida por dos amigas. Ayer sufrió un desvanecimiento y no pudo acudir al homenaje de cuerpo presente en Bellas Artes.
Tocan una tercera canción, El crucifijo de piedra, y luego los mariachis callan para sumarse a la guardia fúnebre. Después comienza el desfile de la inmensidad de deudos que Lola La Grande ha dejado: su público. Se persignan frente a Lola inmortal, le rezan, se postran de rodillas, le dicen adiós, muchos le hablan en susurro, otros le leen poemas con voz trémula, algunos se detienen a cantarle alguna de sus canciones. El cristal del féretro se cubre de estampas y milagros. También de lágrimas.
Al salir, los dolientes permanecen en su mayoría a las puertas del palacio, asomados entre el cristal y los barrotes de hierro. Otros rodean la carroza, aún cubierta de los pétalos de flores que le fueron lanzados a su salida de la agencia funeraria. Hay quienes contemplan a la multitud desde los edificios vecinos. Leen muchos un vespertino que anuncia: ``Lola no quería morir''. Cuando comienza a caer la noche, todos afuera se unen en un gigantesco coro que entona, lastimero, Paloma negra.
Habría de volver Lola a Gayosso a las 20:00 horas, descartado por su hija un nuevo homenaje en el Teatro Jorge Negrete. El último tributo le será entregado hoy en el Teatro Angela Peralta de Mazatlán, a donde sus restos deberán ser trasladados a las 8 de la mañana para cumplir mañana su voluntad de recibir sepultura en la misma tierra que la vio nacer: El Rosario, Sinaloa. Su Rosario.