Ultima presencia de Lola en Bellas
Artes. Foto:
Víctor Mendiola
Que viva Lola! Qué linda! y sonaban cañonazos de palmas agitadas, fuego cruzado de ovaciones.
Lola! Lola! Te queremos! y el grito fungía como batuta: un mariachi se ponía al frente del vuelo canoro de Las Golondrinas que salían de dos en dos en sonoros dos de pechito, de ronco pechito de hombres, mujeres y niños, entonados, voces bravías, voces de clases de solfeo, voces entrenadas lo mismo que voces rigurosamente desafinadas por causa de su emocionado furor de muerte y despedida. La voz del pueblo así la despedía.
No te vas, Lola, que aquí dentro estás viva y se señalaba con el puño el pecho una doliente de entre el pueblo congregado.
Ay este México cómo es de lindo, hasta las señoras pobres jalan con todo y pipiolera y aquí están, con biberones y bebés en el sepelio felicitaba lujosa dama desde sus afeites, enjoyada.
Es que cuando una aprecia a alguien, señora... respondía sencilla la de piel cobriza y tres hijos pequeños, uno de ellos envuelto en rebozo y con mamila.
El inmueble de Gayosso Félix Cuevas era, desde hora muy temprana, templo laico, receptáculo de todos credos, religiones y clases sociales reunidas por una causa ultrasensible: la señora de la gran voz se ha ido, repentina.
Y quiero morir-cantaando, como-muere la-cigarra cantaba enrojecida dama montada en sus sandalias de plástico gastado y cuyo luto contrastaba con lo níveo de su estandarte: un gladiolo como un copo de nieve derretido en el gentío, en su blanquísimo flotar en mar de lágrimas.
El amor congrega. Lola Beltrán, como siempre, reúne al pueblo en torno suyo: he ahí, al pie del féretro, los uniformes caqui de tres cilindreros que dejaron encargado el artefacto para pasar a rendir pleitesía postrera a la reina del vernáculo umbrío. He ahí, portando flores finas, la mano callosa de cinco operarios de Luz y Fuerza, la bolsa del mandado y el mandil de las señoras, la cofia de varias enfermeras, el portafolios del oficinista, los cuellos luídos y corbatas chillonas de la burocracia, el dril planchado y oloroso de las púberes obreras, el bies verde del mesero, el manojo de flores de un joven de párpados caídos, las camisas tamarindo de los policías viales, las cicatrices viejas del Ratón Macías, el glamur de las estrellas de la tele, los guaruras de los altos funcionarios, las batas azul marino de las afanadoras en la hora del almuerzo, la vara de nardo que carga un niño de menor estatura que esa flor, el poema que lee un señor de aspecto humilde, trabajado con su puño y letra apenas esta madrugada, el maletín del plomero, la bici del repartidor, la camiseta heavymetal del adolescente conmovido. Una antología de atuendos populares con el corazón en alto: Lola! Lola! Viva Lola! Te queremos!
Así transcurre la mañana de este lunes, entre el cucurrucucú de mariachis y espontáneos que se turnan, y el baño de pueblo que se escancia sobre el féretro. A las 12:35 hacen descender por un elevador pequeño el ataúd caoba hacia la carroza junto a donde Silvia Pinal se abre paso para ofrecer sus condolencias. Difícil ha sido todo el tiempo controlar a la multitud, dosificar el desfile popular, evitar los empujones que siguen en el estacionamiento de Gayosso y se multiplican por la calle donde se arma el cortejo: seis motociclistas de tránsito, varias patrullas y un oficial que dicta itinerario: todo Gabriel Mancera vuelta a la derecha todo Angel Urraza vuelta a la izquierda todo Eje Central hasta llegar a Bellas Artes.
En el trayecto se suceden otras varias formas de homenaje, entre ellas una escolta verde de volsváguenes sedán que se forman espontáneamente a los flancos de la carroza: taxis cuyos conductores han decidido acompañar viaje gratis, pues es doña Lola Beltrán quien viaja por vez última el cortejo protegiéndole sus flancos mientras las patrullas se adelantan para cerrar las bocacalles y así pasamos muchas, muchas calles.
La ciudad está en su punto. Pocos se enteran del cortejo, salvo por el ronronear de los motociclistas y la sorda luz de las torretas policiacas que rodean esa nave negra que navega en medio del cortejo: obreros, empleados, secretarias abandonan un momento sus puestos de trabajo, escolares detienen su pinta, transeúntes desprevenidos, pues es tal el tráfago de la ciudad que sólo unos instantes después se enteran de la noticia que conmueve a México. Levantan entonces la mano y acarician a lo lejos el cortejo que llegará a la una y media al Palacio de las Bellas Artes:
Adiós, descanse en paz, señora cantan su adiós las manos populares por las calles.