La memoria, además del departamento que le corresponde en el piso de la masa encefálica, tiene sus deslices hacia otras partes del organismo. Un olor puede remitirnos a cierta escena del pasado. Esa mujer que nunca fue nuestra y que olía a corteza de pino joven, regresará a nuestra memoria, por la vía del olfato, cada vez que andemos cerca de un pino joven. Y con frecuencia, en el momento de olerlo, la memoria nos dolerá en el estómago.
Pero hay olores inolvidables, que a través del olfato también nos provocan dolor de estómago y, curiosamente, nunca podemos recordar qué demonios nos recuerdan. No sé qué me recuerda el olor de la brea, sólo sé que me acalambra. Lo mismo sucede con los demás sentidos. Cada quien, según su sensibilidad, tiene la memoria repartida en metástasis por todo el cuerpo. Hay quien recuerda viendo, o degustando, o tocando u y aquí es donde irremediablemente caeremos a la músicaoyendo.
La música es, casi, el lugar común de la memoria. Hay canciones que son auténticos viajes al pasado. Si no fuera por nuestra masa corporal excesiva y por nuestra escasa tendencia a la espiritualidad, podríamos diseñar un nuevo túnel del tiempo en donde, en lugar de andar vagando a merced de la tecnología, como lo hacían los héroes de televisión Douglas y Tony, nos transportáramos a través de la música, que tiene menos láminas y menos tornillos. Entonces, situándonos en la escena del rock, a bordo de Shine on you Crazy Diamond, o de Baba O'Riley o de Pride in the Name of Love, llegaríamos a los sitios selectos de nuestra existencia. Esta máquina del tiempo (como de por sí sucede) podría manejarse hacia adelante: previendo el siguiente instante de gozo podríamos, deliberadamente, musicalizarlo con nuestra canción favorita; así conseguiríamos, en el futuro, recordar ese instante que fabricamos alrededor de la canción.
Además de funcionar como vehículo hacia el pasado, y como astillero de los recuerdos del futuro, la música actúa con eficacia sobre el presente: el más triste peladero, con un soundtrack adecuado, puede convertirse en un paisaje paradisiaco. Un romance lamentable puede volverse la mejor pasión tormentosa, de altura cinematográfica, si tenemos a Dead Can Dance de fondo. Apoyados en la idea de que la música transforma al mundo, y en esa otra de que viajar por carretera sin música es una actividad que raya en lo miserable, ensayaremos a continuación, aprovechando que empieza la Semana Santa, el atlas musical para carretera, con querencia natural hacia el rock.
Las obras responden al humor general de los paisajes y pueden oírse en autoestéreo, si se viaja en automóvil, o en walkman, si el transporte es camión o algún otro medio fuera de nuestro control.
Para la autopista a Cuernavaca se recomienda Automatic, de Jesús & Mary Chain o el álbum doble en directo de Joaquín Sabina y viceversa. Si la ruta se hace por la carretera federal, o vieja, entonces hay que cambiar a Rain Dogs de Tom Waits y completar con The Head on the Door de The Cure. La autopista del sol, por la que vamos hasta Acapulco, pagando cada centímetro de asfalto a precio de centímetro de plutonio, debe musicalizarse al principio con Throwing Copper de Live; a la mitad, refrescar con Hand on the Torch de US3, y ya cerca del mar, Flashpoint de los Rolling Stones. Si se hace el trayecto por la federal, entonces intercalar los grandes hits de Steely Dan, los éxitos de James Brown y Who's Last, de los Who, ya que el sol y el tráfico se pongan insoportables.
Para salir rumbo a Puebla por la autopista hay que musicalizar las bajas temperaturas de Río Frío con The Trinity Session de los Cowboy Junkies o con Sleeps with Angels de Neil Young & The Crazy Horse. La recta antes de las cumbres de Acultzingo, corre bien a ritmo del disco Laid, de James. La cuesta hay que subirla con Ainda de Madredeus y bajarla con Dookie de Green Day o con Siamese Dream, de los Smashing Pumpkins. En la autopista de Córdoba a Veracruz hay que aplicar Tribal Voice de Yothu Yindi o Animal Tour de Radio Futura. Si se opta por la carretera federal, agregar So de Peter Gabriel o Diamond Dogs de David Bowie.
Por la autopista de México a Querétaro hay que mezclar a la camarilla Smith: los volúmenes I y II de los Smiths, con el álbum Wave de Patti Smith. De Querétaro a San Miguel de Allende, nada como Ten de Pearl Jam, seguido (si alcanza el tiempo) de The Lion & The Cobra de Sinead O'Connor. Si la ruta sigue de Querétaro a Guadalajara, entonces oír en orden: Fear de Toad the Wet Sprocket, Colores Santos de Cerati y Melero, Welcome to the Canteen de Traffic y Radio K.A.O.S. de Roger Waters, procurando que éste último empiece en las cercanías de Tepatitlán. Si de Querétaro el viaje se desvía hacia Zacatecas, entonces aplicar la tirada Into the Labyrinth de Dead Can Dance, Cohen Live de Leonard Cohen y Símbolos de Santa Sabina. Si el viaje es a Pachuca, nada más abandonando el espectro de Indios Verdes hay que oír Monster de R.E.M., luego completar con el álbum Velvet Underground & Nico y terminar con el primero de Caifanes (la versión original, sin ``La Negra Tomasa'') o bien con Solo Piano de Philip Glass.
Si por alguna razón vial, biológica o climatológica, las carreteras no mejoran con la música propuesta, entonces hay que aplicar, de forma inmediata, estos discos de emergencia, auténticos salvavidas emocionales: Music for the Masses de Depeche Mode, Achtung Baby de U2 o de plano el Songbook, de Billie Holiday.
El viaje bien musicalizado nos dejará dos o tres imágenes inolvidables, y con suerte, un recuerdo que a veces nos duela en la memoria del estómago.
(Remitente electrónico: jsoleraixxi.com.mx)