Cristina Barros
Democracia y justicia

Atendiendo a la invitación del EZLN a través de Octavio Rodríguez Araujo, para participar en las mesas de San Cristóbal sobre democracia y justicia, y en la imposibilidad de estar allá, me valgo de la hospitalidad de La Jornada para hacer llegar mi aportación.

Considero que nuestro país está marcado por la antidemocracia y la injusticia desde el impacto de la conquista, pues por la fuerza un grupo minoritario trató de imponer sobre la cultura india, religión, formas de vida, idioma, leyes, que no correspondían a las del enorme grupo social dominado.

Las cartas de los emigrantes demuestran, como ha observado José Luis Martínez, hasta qué punto los españoles atendían exclusivamente a sus deseos de enriquecerse lo más pronto posible. Ninguna mención a las costumbres, ningún comentario acerca del paisaje.

Los indios no representaban para ellos nada más que mano de obra para el trabajo agrícola, para el trabajo en las minas, para el trabajo en los obrales. Los evangelizadores, entre los que los hubo amorosos, señalaron con horror la explotación humana de la que estaban siendo víctimas los indios, y sin embargo, ellos mismos tenían como propósito borrar toda huella de su religión y su cultura.

A partir de estos hechos las grandes luchas de este país han estado marcadas por la búsqueda de la democracia y la justicia. Y mientras unos cuantos, a pesar de ser ellos mismos descendientes de los indios, negándose a sí mismos, se han convertido en sucesores de los españoles y se han adueñado de las tierras y los recursos naturales o han permitido que extranjeros hagan lo propio, otros dan hasta la vida, en el afán de lograr que todos los mexicanos tengan voz para defender sus puntos de vista y sus derechos, que los recursos naturales y las tierras sean de sus verdaderos dueños, que no se imponga la ley del más fuerte por encima de los intereses colectivos, que no se compre la justicia, sino que ésta se ejerza de acuerdo con las leyes.

Si en México existieran democracia y justicia, no se impondría el punto de vista de un sólo hombre o de un grupo sobre los intereses de la mayoría; habría formas legales que permitieran que todos expresáramos nuestros puntos de vista y cuando la opinión se hiciera saber a través de representantes, habría mecanismos que permitieran garantizar que realmente llevaran la voz de las mayorías.

En un México con democracia y justicia no se toleraría que la riqueza que generan los recursos naturales y la fuerza de trabajo se concentrara en unas cuantas manos, permitiendo que hubiera dos docenas de muy ricos, frente a millones de muy pobres. El Estado regularía la justa distribución.

Vivir en un país justo significaría que no habría en las cárceles hombres y mujeres inocentes, mientras que gozan de libertad otros que han sido reconocidos por todos como verdaderos delincuentes y cuyas acciones han llevado a la miseria a millones, por lo que son culpables por la pérdida en la calidad de la alimentación, de acceso a la salud, educación, vivienda, de impedir en suma la felicidad de una gran mayoría de mexicanos.

La vida en democracia tendría formas para que todos los mexicanos fueran escuchados; no se asesinaría impunemente a quienes buscan defender sus derechos, no habría personas que tuvieran que ofrendar su vida en huelgas de hambre para hacer llegar su voz ni habría movimientos sociales que duraran meses, cuando su único afán es que les permitan tener un empleo para mantener dignamente a sus familias.

La democracia impediría que los medios de comunicación ocultaran o contaran a su antojo la verdad acerca de lo que ocurre en México, y que a través de anuncios y programas se ofrecieran formas de vida distintas a las nuestras y aun contrarias a nuestra cultura.

Si hubiera verdaderas formas democráticas, no sólo en México, sino en el mundo, los millones de dólares que hemos aportado con base en nuestra fuerza de trabajo y en la venta de nuestros recursos naturales, no se habrían utilizado en el pago de una deuda absurdamente contraída y pagada varias veces con intereses agiotistas, sino en obras de interés común que aseguraran mejor calidad de vida para las mayorías.

En un México con justicia y democracia habría un futuro digno para nuestros jóvenes y una sonrisa luminosa en los rostros de nuestros niños. No habría sido necesario que nuestros hermanos chiapanecos se desgastaran en una larga guerra y los recursos que se han empleado en intentar un acuerdo, se habrían utilizado en obras de beneficio para ello. Finalmente cada uno de los que estamos empleando nuestro esfuerzo para que el país cambie, ahora sí a fondo, utilizaríamos nuestra energía en una verdadera revolución social y cultural que hiciera posible que surgiera incontenible la creatividad y la fuerza de la que somos capaces los mexicanos.

Para lograrlo es necesaria la unión. El poder establecido ha demostrado que no quiere ver ni oír. Sin la lucha conjunta a través de formas creativas, que permitan los cambios, no podremos llegar a la meta. El primer gran esfuerzo lo tenemos que hacer los que buscamos el cambio, anteponiendo con humildad el interés colectivo a la búsqueda de poder individual o de grupo. Nuestra debilidad estará en fraccionarnos por las pequeñas diferencias; nuestra fuerza, está en continuar demostrando con mayores avances, que dejamos atrás las antiguas formas, para unirnos con un propósito que es, de corazón y sin demagogias, lograr un México para todos, un México con democracia y justicia.