EL TONTO DEL PUEBLO Jaime Avilés
Oliver Stone, desaparecido político

Esta vez el tonto del pueblo propone que nos reunamos en el ``Comboloy'', el nuevo restaurante griego de Tecamacharco, en donde todos los platos que llevan carne son cocinados exclusivamente con despojos de animales machos. No parece, empero, muy exitoso el lugar. De hecho, la última anotación en el libro de visitantes que ocupa un lúgubre atril en el vestíbulo, data del 26 de diciembre de 1995 y dice: ``No pude probar los deliciosos alimentos que ofrecen, porque los precios son impagables como ciertos favores. Pero compré una cajetilla de cigarros y tomé cuatro bloody-mary inolvidables como ciertas mujeres. Mis felicitaciones al bar-tender: el hielo estaba en su punto y los agitadores eran de verdad profesionales. Erasmo Zepeda.''

Fallida entrevista

No soy el primero en llegar, porque ya se encuentran en sus puestos los meseros (todos en pantalones de mezclilla y con olor a sobaco), el capitán (con su uniforme del Atlante y el brazalete que como tal lo distingue) y los abogados de Bancomer y de Banamex (que esperan al dueño para embargarlo y al mismo tiempo felicitarlo por su artículo más reciente: un artículo indefinido, me parece). Tomo una mesa junto a la ventana que da a la avenida Amenos y contemplo, como una foto que se borra en el smog, las suaves formas del atrio de Nuestra Señora de Lourdes. Fumo pensando en el infarto de Marcela Magaña y deseo que mientras no salga del hospital se consuele recordando a Efraín Huerta cuando escribía: ``Las tardes que no puedo sentirme inteligente, finjo que me aburro''.En el baño hay un letrero garabateado con la punta de una navaja por encima del retrete: ``El que no sea de izquierda a los 20 años es un canalla, pero el que siga siéndolo después de los cuarenta es un imbécil''. Debe ser, pienso, el lema del patrón del ``Comboloy''. Y mirándome en el espejo mientras me lavo las manos, la palabra comboloy activa una escena en el disco duro de mi memoria visual: es la noche del domingo pasado; voy caminando por el Ex Convento del Carmen, en San Cristóbal, detrás de Oliver Stone; el cineasta lleva las manos a la espalda y juega entre los dedos con una especie de rosario que no lo es, que desde luego conozco pero que no soy capaz de nombrar. Y sólo ahora caigo. Es el famoso comboloy que usan los griegos para entretener los nervios o las ganas de fumar o beber o chasquear las yemas al compás del sirtaki, ahogados de retzina.

Doy una moneda al ciego que entrega el papel a los usuarios y que resulta ser nada menos que Don Luisito, una verdadera leyenda de Tecamacharco, de quien hablaré en otra ocasión, si viene a cuento. Vuelvo a mi mesa y pido la carta. El capitán, orgulloso de su atuendo futbolero, me recomienda una copa del vino de los bravos, que acepto (confiando en que no sea rompope). Entonces me pregunto: me gustó o no me gustó? Porque acaba de sucederme algo extraordinario. Va.

Celine en Tecamacharco

Después de entender en España que el apellido paterno de José María Aznar se vale de la ``z'' para encubrir su verdadero significado que, supongo, es ``lugar o conjunto de asnos''; después de caminar por París tiritando de soledad más que de frío en busca de Nathalie; después de regresar a Chiapas y escribir literalmente como bestia (según la crítica) los relatos del diálogo que no fue; después de acompañar a Oliver Stone a la selva y presenciar el fastuoso espectáculo de Hollywood que Marcos montó sin presupuesto y con impecable dirección escénica; después de aterrizar en el D.F., pagar el taxi hasta la central camionera, hacer la cola del boleto y zarandearme dos horas en el autobús, alucinando todavía la pantalla del jumbo español que cada dos minutos informaba sobre el nuboso Atlántico: ``Horas que faltan para llegar: 8:40, 8:38, 8:36, 8:34, 8:32...'', después, en suma, de volver a Tecamacharco para escribir esta página, no quería sino seguir vagando como de costumbre, pero de manera espontánea, no tan profesional.

Así que me dirigí a los modernos Cinemas Quintillizos, que la semana pasada, en cuatro salas, proyectaban Nixon, de Oliver Stone, y como de todas ellas la habían quitado a pesar de su buena recaudación a menos que alguien publique las cifras desnudas, escogí Adiós a Las Vegas. Ahora, repito, no sé si me gustó o si no me gustó (aunque me inclinaría por la afirmativa), pero lo que importa, si algo, fue que al ver a la Elisabeth Shue en el papel de Sera chupando a pico de botella, me acordé de un amigo que tenía una novia alcohólica y a la cual, en una borrachera, le presté Viaje al fondo de la noche, uno de mis libros más queridos, que por supuesto no volví a ver, y hete aquí (puedo decirme ahora, en absoluta intimidad, sabiendo que ningún lector me acompañará a estas alturas del monólogo) que al salir del cine me asomé a la única librería del pueblo, y en una mesa de novedades, entre México, el poder, el dinero y la sangre y Discusión sobre la historia los nuevos trabajos de Adolfo Gilly, había una flamante edición, con el título un tanto cuanto alterado, de Viaje al fin de la noche, que en estos momentos, fumando con agruras en el ``Comboloy'', no me atrevo aún a sacar del celofán.

Uno de los Pedro Infante que atraviesa el salón charola en ristre me distrae, de pronto, con una sorpresa fundada en un equívoco: la supuesta copa del vino de los bravos en realidad es una media de seda, que rechazo sin exabruptos para que las feministas de Berlín no me tachen de homófobo, y para componer de antemano cualquier entuerto le digo a Pepe el Toro que mejor me traiga una damajuana de ron, por si las dudas. Pero me sirve, en cambio, un margarita, que a todas luces carece de cointreau. Nada de esto es grave, me digo; bastaría con cambiar de restorán, pero el tonto del pueblo se tarda casi tanto como la caída de Roberto Madrazo, así que me levanto y paso a la sala de juegos, donde el coime atiende las noticias deportivas ante una televisión de bolsillo.

Lo convido a fumar, como diría Onetti, y le hago una rápida entrevista. Oliver Stone? Sí, claro que sabe quién es: el que dirigió la película sobre Jim Morrison, pero ignora, en cambio, que vino a México hace unos días, que fue a la selva, que se reunió con Marcos y dijo que en Chiapas existe un régimen de terror. No, me asegura, no se dio cuenta, no estaré yo medio confundido? Porque si fuera cierto lo habría dicho Zabludovsky, a poco no? Es más, ni siquiera lo oyó en el radio; nel, ha de ser un rumor de esos.Pero si Reforma y La Jornada publicaron las fotos en primera plana, y El Financiero dio una espléndida reseña en la sección de cultura. Pos quién sabe, me dice el pobre: ``Aquí, a este antro, sólo llega La Afición''. De lo cual se deduce que, si este coime es la medida de todas las cosas, Oliver Stone, por instrucciones del ``gobierno'' y con el asentimiento de la dictadura electrónica de Televisa y Televisión Azteca, no es sino un desaparecido político. Nunca vino a México, nunca fue a Chiapas. Aunque la prensa haya difundido la noticia en el mundo entero, el hecho, en México, jamás sucedió. Por fortuna, me digo de regreso, confiado, a mi asiento, Luis González de Alba condenará este atropello el próximo lunes, faltaba más...

Soledad y guerra

El silencio del ``gobierno'' ante el EZLN, dijo la noche del sábado pasado el comandante David en San Cristóbal, ``es un lenguaje de soledad y guerra''. Ante la masiva respuesta de los estudiosos que acudieron como invitados del EZLN para usar la mesa del diálogo (que no fue) como lugar de encuentro y de trabajo, destinado a sentar las bases de una verdadera reforma constitucional del país, los delegados de Marco Antonio Bernal y Jorge del Valle actuaron como aprendices del quehacer parlamentario. Tardaron más de 24 horas en descubrir que guardar silencio no significaba necesariamente quedarse callados, obedeciendo al pie de la letra las indicaciones de no discutir, sino que moviendo los labios, flexionando la lengua y articulando algunas palabras y hasta algunas frases en forma de preguntas, como hicieron a partir del segundo día, podían seguir actuando como sordomudos.

Pero al silencio del diálogo que no fue, el ``gobierno'' añadió el silencio de la televisión autoritaria para contrarrestar la política exterior del zapatismo, toda vez que Oliver Stone posee cien veces mayor fama y prestigio que todos los presidentes extranjeros que ha logrado traer como visitantes el propio Zedillo. Qué significa esto? Nada, a menos que nos pongamos a la altura intelectual de nuestros neoliberales, para quienes el costo de su modelo económico, esto es, el dolor social medido en unidades de sufrimiento humano, es irrelevante ante los compromisos contraidos por ellos, y sólo ellos, con el supremo gobierno del dinero, como con tanta franqueza lo ha dicho, también en estos días, el secretario de Hacienda.

Harto de la espera, de pronto pago, me levanto y me voy. El tonto del pueblo fuma en la banqueta, con una mujercita que usa un arete en la nariz y que, según él, es la flor más bella del ejido. ``Eres como Carlos Marx'', me quejo. ``Por más que uno lo cite, no llega.'' ``Es que no me dejaron entrar'', me explica la niña. ``Qué? Por india?'', pregunto. ``No'', dice el tonto. ``Por hembra.''