Se ha dicho con frecuencia que una buena parte del encono y de los malos entendidos que se presentan con la publicación de un libro se evitaría si todos los editores fuesen escritores también, y si todos los escritores se hubiesen empleado alguna vez de editores. En Estados Unidos, tierra de especialistas, James Laughlin constituye una excepción poco común, pues toda su vida ha sido escritor y editor. Esto ha demostrado, no obstante, que aún así resultan demasiados oficios para un país que prefiere sólo uno por persona: apenas en fechas recientes se ha descubierto y reconocido el placer que nos depara el escritor Laughlin.
Quizá no hubiera podido ser de otro modo. Aunque él estaría en desacuerdo rotundamente y citaría a Alfred Knopf o Roger Strauss no hay duda de que Laughlin es, sin más trámites, el mejor editor de Estados Unidos en el siglo XX. Su casa editorial, New Directions, es el siglo XX. Disculparán que los aburra con una larga lista, pero resulta demasiado extraordinaria para no enumerarla. Desde 1936, New Directions ha sido el editor y casi siempre el primer editor en Estados Unidos de, en orden alfabético, Apollinaire, Djuna Barnes, Borges, Paul Bowles, Brecht, Camus, Céline, Cendrars, Char, Cocteau, Creeley, H. D., Dahlberg, Daumal, F. Scott Fitzgerald, E.M. Forster, García Lorca, Hesse, Huidobro, Isherwood, Jarry, Kafka, Thomas Merton, Michaux, Henry Miller, Mishima, Montale, Nabokov, Neruda, Olson, Oppen, Pasternak, Paz, Pound, Queneau, Reverdy, Rexroth, Reznikoff, Rilke, Sartre, Gary Snyder, Supervielle, Dylan Thomas, Ungaretti, Valéry, Vittorini, Nathanael West, Tennessee Williams y William Carlos Williams. (Y cito de memoria, sin duda he olvidado a muchos otros).
En mi opinión, New Directions siempre ha sido más que una editorial: es el Templo de la Literatura. Durante mi adolescencia, mientras intentaba educarme, leí cada libro de New Directions que pude hallar; si lo habían publicado, evidentemente debía ser leído. No es extraño, entonces, que en un conjunto de entrevistas recientes con jóvenes editores mexicanos en La Gaceta, dos de cinco citaran a Laughlin como su campeón: no se mencionó a ningún otro editor mexicano o extranjero.
Además de su evidente perspicacia literaria, su compromiso moderno con lo ``nuevo'', y su dominio excepcional entre editores estadunidenses de varias lenguas europeas, debemos reconocer que el éxito de New Directions también se debe al patrimonio personal de Laughlin como heredero de una fortuna proveniente de la industria del acero. En una entrevista que le hice y que constituye la presentación de Ensayos fortuitos, menciona al paso que el día que se graduó en Harvard en 1936, su padre le obsequió 100 mil dólares para que se las arreglara en el mundo. Para darme idea de lo que entrañaba ese monto le llamé a mis padres, un archivo de información sobre las vidas comunes y corrientes en el siglo XX. Me dijeron que en 1936 los dos contaban con buenos empleos, gozaban de una cómoda vida clasemediera y su ingreso conjunto era de 2 mil dólares al año. En 1936, Laughlin era entonces alto, apuesto, atlético y extremadamente rico. Pudo haberse dedicado con toda comodidad a ser un playboy. De hecho, sí se empeñó en ser un playboy, pero dedicado a la literatura.
Debemos tener bien claro el medio del que proviene Laughlin: los grandes potentados del acero en Pittsburgh, los Mellon, los Carnegie, los Frick. Presbiterianos escoceses que escatimaban cada centavo al igual que gastaban millones. Su filosofía la articuló Andrew Carnegie en un libro de título inapreciable, El evangelio de la riqueza. Una mezcla de paternalismo y caridad. La riqueza no es para el goce personal, sino más bien se custodia ``en fideicomiso'', y se dispensa de acuerdo con la sapiencia del hombre que fue lo bastante inteligente como para haber podido ganarla. Esto quería decir, por un lado, que los Mellon, los Carnegie y los Frick fueron pródigamente generosos al dotar a universidades, fundaciones, museos, salas de concierto y hospitales que todavía llevan sus nombres. Por otro lado, podían ser despiadados cuando sus hijos metafóricos eran indóciles: abiertamente acordaban la represión de huelguistas y el asesinato de líderes sindicales en las fundiciones.
Aunque James Laughlin nunca pagó por el asesinato de algún escritor en especial a los que escriben reseñas, sí dedicó su fortuna a buenas obras. Sólo muy pocos herederos acaudalados se han involucrado en empresas editoriales, todas ellas de vida corta. (Pienso, sobre todo, en Nancy Cunard en los años 30, literalmente, el ``rostro que botó mil buques''). El dinero generalmente se malgasta en los ricos. Laughlin ha sido el único en dedicar su vida a hacer libros, algo que nunca es glamoroso. Por sí fuera poco, y a diferencia de muchas editoriales, New Directions no fue bautizada con el nombre de su fundador. La única tentativa por erigirse un monumento propio es una breve frase que aparece en la página legal de todos los libros, incluye una preposición poco común: ``Los libros de New Directions se publican para James Laughlin''. ``Para'' y no ``por''. Es un gesto con el sombrero al legado de Andrew Carnegie.
Como editor, el caudal personal de Laughlin ha permitido que New Directions sea la única editorial literaria independiente que aún queda en Estados Unidos. Todas las restantes han sido vendidas a enormes corporaciones cuyo sólo interés es la ganancia. El ``negocio del libro'' está en auge, pero la literatura está al borde de las catacumbas. (Hoy día en Estados Unidos tenemos las denominadas ``supertiendas'', como Barnes & Noble, con más de cien mil libros, pero casi no hay nada que podamos leer). Y la riqueza de Laughlin también le permitió, sobre todo durante las primeras décadas de la editorial, obedecer el dictum de Pound de que le lleva a un escritor por lo menos 20 años alcanzar el reconocimiento. New Directions es la única editorial de Estados Unidos que siempre cuenta con todos sus títulos disponibles. (Todas las demás tratan sus libros como si fueran pescado fresco). El resultado es que los libros que sólo vendieron unos cuantos cientos de ejemplares en los primeros 20 años, ahora venden miles al año y permiten que la compañía sobreviva. (En lo que a mí respecta, la primera recopilación de mis propios escritos se publicó en New Directions en 1986, así que sólo tendré que esperar 10 años más para leer algún artículo erudito sobre ``Weinberger y la muerte del texto'').
Ezra Pound le dijo a James Laughlin cuando tenía 20 años que nunca sería poeta y que debería dedicarse a algo útil, como publicar libros. Pound quien por lo regular tenía muy buen olfato para descubrir a jóvenes escritores se equivocó de tal modo en este caso que se podría sospechar que procedió así guiado por interés personal. Laughlin sigue escribiendo, pero la mayor parte de su vida lo ocultó casi como un secreto. Sólo en años recientes ahora tiene 81 años ha comenzado a publicar un buen monto de poemas, ensayos, memorias y relatos.
En su poesía, ha continuado el estilo directo y llano que aprendió del griego y del latín y de sus amigos William Carlos Williams y de Kenneth Rexroth. Inventó una nueva forma prosódica (aunque, como es típico en él, atribuye este descubrimiento a Williams, quien nunca llegó a emplearla): cada verso, escrito en la máquina de escribir, no puede ser nunca más corto o más largo que el espacio de una letra en el verso anterior. Junto con Rexroth, es el autor de largos poemas narrativos y autobiográficos que son a la vez poesía de veras y resultan tan legibles como la prosa. Y ha escrito, a imitación de sus maestros griegos y latinos, tal vez la única poesía erótica e ingeniosa en EU en este siglo. (Resulta interesante que en la poesía estadunidense los mejores poemas eróticos heterosexuales los hayan escrito hombres y mujeres en su vejez).
Su prosa, representada en Ensayos fortuitos, debe de ser extremadamente difícil de traducir mis condolencias y felicitaciones a Elisa Ramírez Castañeda. Su estilo es una combinación única y muy entretenida del habla cotidiana de un erudito, de un joyceano adicto a los juegos de palabras y de la especie de lenguaje que escuchamos en las comedias screwball de Hollywood en los años 30 la jerga de esos excéntricos en frac que hablan a toda prisa y a quienes mi país idolatraba como antídoto contra la Depresión. No hay nada parecido a sus escritos críticos, en especial hoy día en Estados Unidos, pues los críticos literarios emplean un lenguaje más apropiado para los astrofísicos.
James Laughlin es el único veterano, en Estados Unidos, que sobrevivió a la revolución de la palabra, el único con recuerdos de primera mano de casi todos los maestros de la modernidad. Contemporáneo exacto de Octavio Paz, ha vivido de la primera guerra mundial al amanecer de la primera red mundial. Como ciudadanos, esperamos que los próximos 80 años sean menos monstruosos que los últimos ochenta. Pero como escritores quién de nosotros no hubiera preferido habitar el mundo que ellos habitaron? (Traducción de Marco Aurelio Major)