Leon Bendesky
Oxchuc, Chiapas

Recientemente visité Toniná, la espléndida zona arqueológica a las afueras de Ocosingo y en los linderos de la Selva Lacandona en Chiapas. La visita resultó una gran experiencia por la compañía del arqueólogo Juan Yadeun, quien ha excavado e investigado la zona por 15 años. El ha encontrado ya la orilla izquierda de la base de la acrópolis de lo que constituye la pirámide más grande del país.

De acuerdo con ciertos mitos, Toniná parece estar situada en un lugar en el que se concentra la energía negativa. La misma configuración de esta gran estructura arquitectónica manifiesta la diferencia entre su lado derecho, en el que se encuentran las ricas construcciones ceremoniales y los palacios, y su lado izquierdo cargado hacia el paso de dicha energía negativa con la simpleza de lo que se cree serían los sitios dedicados a la burocracia y las labores administrativas.

Encontré a Yadeun preocupado y desconcertado por la creciente inseguridad en la zona. Había sufrido el segundo robo en el mismo número de semanas y sólo en esta temporada, en donde con violencia habían despojado a su campamento de diversos instrumentos de trabajo, muchos utensilios y hasta de los colchones de las camas. Tiempo atrás ya habían quemado el restaurante de la señora Socorro, y puedo confirmar que desde mi última visita hace poco más de un año, la situación se ha deteriorado de manera evidente no sólo en el área bajo control del INAH, sino en la región que abarca desde San Cristóbal hasta Ocosingo.

En esta región ha aumentado ostensiblemente la presencia del Ejército mexicano, está incluso en construcción una nueva y grande base militar contigua a Toniná. Pero el clima de tensión es palpable y la experiencia de la fragilidad de la seguridad individual tiene un sentido muy distinto a lo que ocurre de manera creciente en las áreas urbanas como la ciudad de México.

Así, viajando en una combi, que es un medio de transporte colectivo muy utilizado en la zona, de Ocosingo hacia San Cristóbal, ésta fue detenida en la población de Oxchuc donde la carretera estaba bloqueada por un enorme número de personas. Los vehículos eran detenidos por fuerza y se exigía a los conductores la cantidad de 20 pesos para pasar. El chofer de esta combi preguntó la razón sin obtener una respuesta, pues al parecer este asunto no necesitaba de ninguna explicación ya que está en la naturaleza de las cosas del lugar, y ante su negativa se le dijo que quedaría detenido por dos horas. Ofreció pagar el tributo a su vuelta cuando hubiera cobrado el pasaje, pero eso no fue aceptado, intentó avanzar eludiendo la detención pero ante el creciente enojo de los bloqueadores la combi fue apedreada, rompiendo uno de sus vidrios y el chofer sacado violentamente por los cabellos y llevado por un nutrido grupo de hombres. La masa encaró al vehículo como si fuese el objeto de un enorme rencor e intentaron volcarlo con todo y los diez pasajeros dentro de él.

En un brevísimo momento de distensión bajamos de la combi sin saber qué esperar de la reacción de estos hombres que controlaban el camino y, quedaba claro, el destino de los que habíamos sido detenidos. Estamos hablando de 20 pesos como una de las referencias de todo este asunto y no pude dejar de pensar que en Chiapas como en Guanajuato, según dice la canción, la vida no vale nada. Salimos del foco de tensión que se había creado sintiendo nuestra enorme vulnerabilidad ante la descomposición social y política que tenía una de sus manifestaciones concentradas en el bloqueo de Oxchuc.

La experiencia personal no intenta, por supuesto, conmover a nadie; el miedo propio es difícil de trasmitir a los demás. Lo que sí se puede es preguntar qué es lo que está ocurriendo en Chiapas. Leemos los reportes del diálogo de paz, conocemos las interpretaciones de la comisión gubernamental y de otros participantes y observadores, mismas que tienden a ser cada vez más divergentes. No queda aún claro para la sociedad en aquel territorio y del resto del país cuál es la dirección efectiva de la estrategia para enfrentar la situación de Chiapas, cuál puede ser la reacción de las fuerzas militares y las autoridades civiles del estado, por un lado y del movimiento zapatista por el otro.

La guerra se detuvo, pero no así el enfrentamiento social directo y violento.

El conflicto persiste en Chiapas, se deteriora rápidamente su economía, persiste una pobreza y una desigualdad enormes, se debilitan sus órganos de gobierno y son evidentes las confrontaciones entre grupos sociales e instituciones. La guerra del zapatismo probó que es una forma de fijar la atención en un conflicto que ya no podía seguir encubierto, como tal tiene límites, pero ha hecho más visibles las condiciones de desgaste y fractura que existen en país.