La Jornada Semanal, 31 de marzo de 1996


El curioso impertinente

Pintura
Caprichos y monólogos de Cuevas



En la exposición de dibujos de taller que se inauguró el 20 de enero en el Museo Rayo de Roldanillo, Colombia, José Luis Cuevas nos ha entregado un vidrio de aumento para estudiar el proceso creativo de uno de los grandes dibujantes del arte moderno. El trazo de este dibujante obsesivo se asemeja al hilo de Ariadna, no sólo porque toda línea es un hilo el elemento más fino y continuo de toda composición artística, el que lleva el ojo al infinito sino porque Cuevas, al retratarse todos los días en su diario de a bordo, toma entre sus manos el ovillo del tiempo y lo desovilla a lápiz, en tinta china, en plumilla. Nos ha entregado aquí una parte de su cotidianidad dibujada, su diario íntimo, su libro de horas. Cuevas se crea y se recrea dibujando. En una entrevista con el propio Omar Rayo, dijo: "Me he pasado la vida tratando de definirme o explicarme." Por ello ha escrito varios libros autobiográficos. El último de ellos, Gato Macho, contiene sus crónicas periodísticas y es una especie de continuación, en la escritura, de sus croquis de taller. Hay un vínculo muy estrecho entre escritura y dibujo en esta obra. Ambos están hechos con hojas de la bitácora de un navegante obsesionado por su propia línea. Dice el maestro Cuevas que su deseo de dibujar es "irrefrenable", algo imprescindible para su existencia.

Como Goya en sus Caprichos y Los desastres de la guerra, vemos la letra del artista en los márgenes de muchas de las obras de esta exposición. Su línea se lee y se sigue. Su vida en esta autobiografíaes un grafismo continuo. El dibujar es trazarse la meta, afirmarse, firmarse, identificarse para su tiempo y la posteridad. Encuevarse con su yo poético no es un hecho estático sino polimórfico, proteico, prestidigitador. Le interesa no su identidad final, sino el devenir de su ser como artista, frente a su obra y dentro de ella. Cada día en su bitácora tiene fecha y se sitúa en algún lugar: París, México, el avión. El dibujo crea la realidad pero, al mismo tiempo, ésta lo suscita. Como Teseo tras Ariadna, Cuevas sigue su hilo de grafito o tinta para ver adónde lo lleva. Ella es su titiritero, él su títere.

La línea es la aventurera, la libre, la que ordena. Como un cartógrafo, Cuevas, el navegante temerario, va siguiendo con sus instrumentos el contorno de su geografía personal. Se le puede ver en su recámara, en su taller, en el prostíbulo, en los hoteles, conversando, bailando, haciendo el amor. Cada uno de estos actos marca un punto en su mapamundi interior. Cuevas invita a que seamos sus voyeurs, a saber si el lugar que visitamos es real o soñado, porque este hilo no envuelve sólo lo vivido en la vigilia sino también los sueños. En la misma entrevista con Rayo, Cuevas dice que alguna vez se propuso dibujar sistemáticamente sus sueños, y como le salieron algo aburridos recurrió a los alucinógenos. Durante 20 días traza sus visiones alucinadas junto con sus quehaceres diurnos. Esta dimensión nos lleva a otra característica de la obra de Cuevas: su capacidad comunicativa. El desnudarse hasta la médula pide una respuesta. La intimidad del trazo lleva al espectador a compartirla, a responder a su llamado a la comprensión.

Cada obra de Cuevas es un escenario donde se desarrolla un drama o una comedia. La línea titiritera puede ser humorística y patética, como los títeres de cachiporra de Federico García Lorca. Estos pequeños croquis son dramáticos, teatrales. Puestos en fila se leerían como una tira cómica. Si pasaran rápidamente frente a nuestros ojos serían cine. Algo fellinesco, circense los mueve. El protagonista con cara de Cuevas se ve como payaso o Pierrot. Su rostro es una máscara que nos observa. Él y los personajes que lo acompañan llevan tocas, extraños sombreros y disfraces que recuerdan otros siglos y que inician diálogos y monólogos a trazos que viajan por el tiempo. En El diablo y yo nos entendemos la cara del personaje de auto sacramental o novela picaresca está superpuesta a la de Cuevas. El desdoblamiento del yo aparece como tema en varias escenas, como en el Doble autorretrato con compañeraen el Club de los Artistas. El doppelgänger se explora también en seres en transformación, algunos de ellos andróginos, otros compuestos de varias especies, como los mitológicos centauros. En estas breves puestas en escena para el pensamiento aparecen también fantasmas como los del teatro Noh, poseen al protagonista y usan su máscara en busca de la cámara interior del yo, donde duerme el Minotauro.

Cuevas dialoga con los maestros muertos. El retrato de Omar Rayo nos lleva a pensar que el espíritu de Durero guió su mano. En esta exposición, la pluma danzante de Cuevas, actor y saltimbanqui, interroga a Tolouse Lautrec, Goya, Grosz, Picasso, Leger. Hay un autorretrato a la Van Gogh sobre el que además ha escrito: "El Sombrero de Van Gogh-Cuevas es un ovillo." En un viaje a Europa, Cuevas visitó en su imaginación el mismo prostíbulo que inspiró Les Demoiselles D'Avignon de Picasso, y se retrató con ellas en una bella fiesta de lupanar buscando las fuentes de la inspiración. El secreto más profundo y más apasionante que oculta y revela esta exposición en un juego de espejos, es que los autorretratos no son realmente la cara cambiante de Cuevas, sino de su "mano dibujante". El dibujo es una parte tan integral de su existencia que el azogue que coloca para poder retratarse está debajo de la mano que dibuja. La cara del agonista en este drama o comedia humana es siempre reconocible, pero rara vez es realista. Más bien es una máscara dramática cuya expresión es la de un observador triste. La posición de la cara es muchas veces contraria a la del cuerpo, como en los cuadros cubistas. Este cuerpo muchísimas veces asume la posición de una mano que juega a ser persona, una mano con careta de personaje Un personaje de 5 miembros!

En Autorretrato grabando, uno de los dibujos más delicados y aparentemente efímeros de la colección, el Cuevas delineado se agacha sobre la plancha con una mano sobre la espalda expresando dolor o cansancio. La posición del cuerpo entero es la de una mano. Esto le sugiere al espectador que todo el ser del artista se concentra en el acto amoroso o doloroso de acariciar o herir el papel. El dibujo del grabador le ha absorbido toda la energía y la mano, actriz y artista a la vez, está fatigada. La cara-Cuevas es sólo uno de los dedos de esta mano, quizás el índice. El dibujo Bruto para cartel 2 es quizá el más significativo de todos. La figura está compuesta de una mano con brazo que empuña una daga (una pluma); el brazo sale de la parte posterior de la bestia, cuyo sexo es de mujer y cuyas piernas terminan en cascos. La parte anterior es una máscara trágica y lleva como tocado de monja sus propias piernas con cascos. La daga alzada es un cuerno de toro. Todo lo envuelve una falda transparente como la muleta del torero: al fin hemos llegado al Minotauro del laberinto de líneas que es la vida dibujada de Cuevas. La mano del artista se transforma en Ariadna, Teseo y el Minotauro a la vez. El Minotauro tiene el secreto del tiempo, la salvación del héroe y la inmortalidad en su corazón oscuro.Es el corazón de Dédalo, la magia, lo oculto, el misterio, la contraparte de Ícaro que buscó el corazón del cielo. Ariadna dibuja la solución al enigma con su hilo y traza la cuenta regresiva para Teseo, quien pasa por los siglos a través de los que ha persistido el hilo y dialoga con sus fantasmas.

Una mitología personal se nos desdibuja. Una línea de escritura nos incluye en el escenario de este intrépido explorador de la tierra incógnita de su propia alma creativa. El trazo se riza, se engruesa, zigzaguea, se asombra, serpentea, transforma, lidia en adepta tauromaquia, se suicida, resucita,nos incita, nos despierta, nos hace reír, nos hace vivir la maravilla, la tristeza, la pasión y el gozo de ser artista.

Agueda Pizarro Rayo