La Jornada Semanal, 31 de marzo de 1996
Ahora ya no se discute si Gregorio Cárdenas Hernández es un enfermo. Discútese, tan sólo, si el criminal de Tacuba es un esquizofrénico o si, como lo sostiene el doctor Gonzalo Lafora, es un epiléptico psíquico. Y lo discuten nada menos que personalidades especialistas en neurología tan eminentes como el doctor Salazar Viniegra, el doctor Manuel Guevara Oropeza y el doctor Alfonso Millán. Extraordinariamente animada, viva, salpicada de agudezas polémicas, apasionada, fue la reunión de la Sociedad de Neurología y Psiquiatría en la cual el doctor Lafora presentó su estudio del "caso Gregorio Cárdenas Hernández". El local de la Academia Nacional de Medicina resultó insuficiente para el numeroso público que concurrió al interesante evento científico y hubo que trasladarse, dentro del mismo recinto de la Facultad, al Auditorio. Entre los neurólogos pudimos reconocer al Dr. José Quevedo, al Dr. Manuel Falcón y al Dr. Edmundo Buentello. Invitados por la Sociedad de Neurología asistieron también el licenciado Urtusástegui, representante del Ministerio Público ante el Juzgado Decimocuarto de la Quinta Corte Penal, que es donde se ventila el caso de Gregorio Cárdenas; el licenciado Martínez Lavalle, secretario del mismo juzgado, y el licenciado Jorge G. Casasús, defensor del reo. Como a las 21:20 horas, y en medio de un respetuoso silencio, el doctor Guevara Oropeza, Presidente de la Sociedad de Neurología y Psiquiatría, dio por abierta la sesión, concediendo el uso de la palabra al doctor Gonzalo Lafora.
Cierto ambiente de animosidad
Gonzalo Lafora es un hombre reposado, de voz queda, frente alta y ojos vivos y tiernos. No se altera ni aun cuando sufre ironías que hieran más de la cuenta; cuando mucho sus cejas se enarcan como haciendo un esfuerzo por ver mejor, o sus manos delgadas acarician nerviosamente el cráneo desprovisto de cabello. De pie, con las cuartillas en la mano, lee con monótona voz, procurando ceñirse a hechos objetivos, sin que exceptuando el final de su trabajo caiga en alusiones polémicas.
El ambiente de la asamblea es extraño. Hay una especie de tensión curiosa y al mismo tiempo llena de animosidad. Algunas personas no tienen empacho en rubricar las palabras de Lafora con risas intencionadamente mal contenidas y otras no ocultan su ansiedad por "lo que va a suceder" cuando Lafora termine y se levante, para refutarlo, Salazar Viniegra, con su habilidad oratoria, su desenvoltura, su gracioso veneno. Tal vez Lafora lo sepa y esté preparado debidamente. Tal vez ignore que lo que él piensa una asamblea científica está llamada a convertirse en una lucha donde algunos insobornables resentimientos encuentren su "liberación", a la manera freudiana.
El cuadro clínico de Gregorio Cárdenas H.
Se advierte en los antecedentes hereditarios de Gregorio Cárdenas dijo el doctor Lafora evidentes signos patógenos. Tanto en la línea materna como en la paterna existen detalles susceptibles de acusar una herencia enfermiza. El padre de Gregorio sufrió de jaquecas hasta los 31 años, hecho que debe ser tomado en consideración por la circunstancia de haber persistido hasta tal edad. En la línea materna, el doctor Lafora logró obtener datos que fijan el tipo temperamental de la abuela del sujeto como tipo explosivo. Debe agregarse a esto la circunstancia de padecimientos epilépticos en dos de las hermanas de Gregorio, así como el detalle de la eneuresis (orinarse en la cama) del propio criminal, que sufrió dicho fenómeno hasta los 18 años de edad, unido a los clásicos "pavores nocturnos". Cárdenas Hernández padeció siempre de pesadillas angustiosas, cefalalgias y vértigos, y a lo largo de su vida consultó con frecuencia a numerosos médicos. En los últimos meses sufría reacciones depresivas, mientras por otra parte llevaba una vida de trabajo activo y aparentemente normal.
Según narra un condiscípulo de Gregorio Cárdenas, en cierta ocasión hubo de parte de los demás compañeros del criminal una especie de protesta en su contra, protesta hiriente y con vías de hecho, a causa de determinados apuntes de clase. La reacción de Gregorio Cárdenas fue de timidez y apocamiento, lo que hizo a sus compañeros juzgarlo más bien como un cobarde. Otro caso de Gregorio, que según el doctor Lafora puede clasificarlo entre los tipos llamados "económicos", es su poco desprendimiento con respecto al dinero. Hacia las mujeres públicas con quienes tenía relaciones, adoptaba un trato que distaba mucho de la generosidad, y el coche que tenía lo usaba en ocasiones como vehículo de "ruleteo" para allegarse algunos fondos.
La vida amorosa de Cárdenas Hernández
La vida sexual de Gregorio Cárdenas se inicia a los 11 años, con las manifestaciones narcisistas habituales, sin ninguna tendencia pederástica o incestuosa. A la edad de 18 años comienza a frecuentar prostitutas, llegando a padecer algunas enfermedades venéreas, en una de las cuales se descubrió la existencia del "treponema pálido", sin que el tratamiento de la enfermedad se condujera en forma enérgica. En 1940 entra en relaciones con Virginia Leal, a quien conoce en un baile y después hace su amante. Virginia, después de un corto espacio de tiempo, lo abandona, hecho que Gregorio consigna en su diario. Parece ser que esta decepción amorosa le crea ciertas inclinaciones hacia el resentimiento y el rencor en contra de las mujeres. Más tarde conoce a Gabina González, a la cual posee sin haberse casado, por lo cual la familia de ella recurre a los tribunales para obligarlo a contraer matrimonio. Después de una corta temporada matrimonial, Gregorio se divorcia, acusando de infidelidad a su esposa. En el intervalo que sigue hasta sus relaciones con Graciela, frecuenta a meseras de restaurantes y cabarets. Los amores de Gregorio Cárdenas con Graciela Arias arrojan datos de sumo interés para la fijación de la personalidad del criminal. Graciela, en efecto, representa un hecho nuevo en la vida de Gregorio. Continuamente se siente acosado por los celos en relación con Graciela; el temperamento de ella lo desquicia, ya que frecuentemente tienen choques. Cierta ocasión en que Graciela habla por teléfono, Gregorio la increpa acerca de con quién se encuentra hablando, a lo que Graciela replica vivamente que si le interesa saberlo, "investigue", lo cual produce extraordinaria desazón en Cárdenas Hernández. Justamente antes de estrangular a Graciela, el homicida tiene una escena de celos con ella, después de la cual sufre el acceso de epilepsia durante el cual mata a la muchacha.
La actitud de Gregorio con respecto a los animales es particularmente sintomática. Hacia ellos tiene una especial ternura y delicadeza. Durante algún tiempo mantuvo relaciones con una muchacha, de apellido Romero, la cual, según Gregorio, le profesaba extraordinario cariño. La joven lo visitaba en la casa de Mar del Norte, donde Gregorio tenía un conejillo que usaba como animal de experimentación. Muerto accidentalmente el conejillo, entre la muchacha y Gregorio le dan sepultura encontrándose ya tres de las víctimas enterradas en el jardín, buscando precisamente el lugar más opuesto a donde yacían las mujeres estranguladas por el criminal. "Por un momento confiesa Gregorio Cárdenas Hernández al doctor Lafora tuve el deseo de poseer por la fuerza a la muchacha para estrangularla después." No obstante, por quién sabe qué razones, el criminal se domina y no hace nada en contra de la joven.
"El impulso homicida de Gregorio Cárdenas afirma el doctor Lafora no surge en todo momento. Su vida amorosa obedece siempre a impulsos sentimentales." El doctor Lafora narra a continuación el hecho, ya suficientemente conocido, de cómo ante un alacrán que apareció en la casa de su familia, Gregorio tuvo escrúpulos para darle muerte.
Los actos delictivos de Gregorio juzgados clínicamente
Hay una "laguna central" en los actos delictivos de Cárdenas Hernández, afirma Lafora. Nunca recuerda cómo realiza materialmente el acto de estrangular. Antes del crimen se apodera de él una intensa sensación giratoria de derecha a izquierda sensación típica, como la del disco de un gramófono, acompañada de una visión turbia de todas las cosas. Una extrañeza del ambiente se adueña del criminal que, por otra parte, no padece en el momento las llamadas "auras olfativas". Los cuatro casos de homicidio perpetrados por Cárdenas Hernández no arrojan ningún dato, dice Lafora, que pudiera catalogar al criminal entre los sádicos eróticos. Jamás el acto de estrangular a la mujeres representa para Cárdenas Hernández como para los delincuentes eróticos un sustitutivo del acto sexual, y las características epilépticas invariablemente son las mismas en cada uno de los crímenes, si bien con alteraciones de grado, ya que en el tercer caso, según confiesa Cárdenas Hernández, no le pareció "haber sentido bien" el vértigo. "He preguntado a Cárdenas Hernández manifiesta Lafora cuál es su actitud frente al delito. No tenía usted miedo, le he dicho, de volver a llevar mujeres a su casa y de que, por ende, se repitieran los crímenes? A lo cual respondió Gregorio que no, pues no estaba completamente seguro de ser el autor de los mismos. Por momentos, Cárdenas Hernández se siente culpable y es entonces cuando lo asaltan remordimientos intensos y estados depresivos angustiosos." Cree Lafora, por todo ello, en la franqueza de la actitud de Cárdenas Hernández, quien en todo momento, durante las experimentaciones a que fue sometido por el psiquiatra español, se mostró cortés, con respuestas prontas, sin exaltaciones y sin suspicacias.
Los estudios contradictorios
El doctor Lafora manifestó sin ambages que el estudio realizado sobre Gregorio Cárdenas fue incompleto. Lafora llevó a cabo exploraciones durante un periodo de doce horas repartidas en cuatro sesiones, lo cual no puede ser suficiente tomando en cuenta lo "extraño y excepcional" del caso. Utilizó para las exploraciones en cuestión el psicodiagnóstico de Rorschach, las asociaciones de palabras-estímulo, y finalmente el análisis de los sueños.
El psicodiagnóstico de Rorschach consiste en la presentación al sujeto de diferentes láminas a colores, las cuales deben ser "analizadas". Sirve para fijar la personalidad del sujeto sobre la base de las descripciones que el mismo haga, ya se trate de descripciones generales que toman la lámina en su conjunto o de descripciones que captan tan sólo, o se detienen preferentemente, en detalles de la misma. Así, al color rojo, el sujeto respondió invariablemente con la palabra sangre, lo que indica una tendencia hacia la generalización de las observaciones. Las palabras-estímulo indicaron en Gregorio Cárdenas respuestas coherentes y a menudo sintomáticas.
El mecanismo de las palabras-estímulo tiende a fijar la existencia de "traumas anímicos", así como a poner en evidencia las tendencias del subconsciente. El Instituto de Psicología Experimental de Moscú realizó un test con determinadonúmero de alumnos en vísperas de su examen profesional. Los investigadores dividieron las palabras-estímulo en tres categorías: las palabras "intensamenteafectivas", las "afectivas" y las "indiferentes". Entre los estímulos afectivos capaces de producir una reacción viva, ligada a una preocupación que se supone importante en el momento de la experiencia colocaron palabras tales como "aplicación", "bandera", "país", etcétera; entre los "intensamente afectivos", palabras tales como "examen", "reprobación"; y entre los "indiferentes", otras como "calle", "paseo", etcétera. Las respuestas fueron clasificadas meticulosamente tomando en cuenta diversos factores, entre los que se contaban el tiempo de respuesta; el carácter o contenido de la misma; la simulación represiva y la estereotipia, o respuestas fotográficamente repetidas a diferentes palabras-estímulo. Pudo comprobarse que los estímulos intensamente afectivos provocaron respuestas tardías, así como simulaciones o respuestas estereotipadas. El doctor Lafora sometió a Gregorio Cárdenas al mismo examen de asociaciones con palabras-estímulo, habiendo logrado obtener respuestas claramente sintomáticas inclusive por lo que hace al tiempo ocupado en la asociación. Cuando le fue presentada la palabra "sospecha", repuso, después de 14 segundos mientras con otras palabras había tardado cinco segundos o menos, con la palabra "Graciela". "Muchas palabras dijo Lafora que rozan el tema del desengaño, provocaron respuestas tardías."
Aguda intervención de Salazar Viniegra
Después de que hubo terminado el doctor Lafora su exposición, subió al estrado el muy conocido doctor Salazar Viniegra.
La camisa roja de Salazar Viniegra, sus ademanes pausados, la vivacidad extraña y penetrante de su mirada, la amenazadora tranquilidad de que se reviste, todo hace que reine singular expectación cuando aparece el afamado psiquiatra cargado de libros con los cuales disparar en contra de Lafora. Algunos de los presentes, tal vez discípulos de Salazar, aplauden llenos de intención. Un leve siseo les ordena silencio, no obstante, para dar lugar a la filípica del neurólogo mexicano.
Manifiesta Salazar Viniegra que ninguna diferencia que pueda tener con el doctor Lafora "con don Gonzalo", dice, podría quebrantar la cordialidad que entre ambos existe "desde las jornadas madrileñas". Pero en el caso de Cárdenas Hernández había que proceder "con cautela científica". El trabajo de Lafora es "desordenado y lamentable". Hay momentos dice Salazar en que dan ganas no de refutarlo sino de defenderlo. Afirma enfáticamente que el caso de Cárdenas Hernández no es de "epilepsia psíquica", sino un caso en el que evidentemente puede observarse el delitoesquizofrénico. Lafora pretende dijo Salazar Viniegra que el "sujeto" es un caso de "epiléptico psíquico larvado". Como pruebas de ello aporta los datos que arrojan los antecedentes del propio sujeto, los nexos familiares del mismo (herencia) y los fenómenos de automatismo. Estos argumentos son aleatorios, dice Salazar. Las crisis que sufrió Gregorio Cárdenas durante su infancia no tienen validez clínica, ya que fueron crisis emotivas comunes y corrientes, tales como el pavor nocturno y la eneuresis. Aún se discute, prosigue Salazar Viniegra, si la eneuresis puede ser considerada como manifestación de epilepsia. Con respecto a las jaquecas como síntoma epiléptico, también existen aún numerosas dudas. Cita Salazar Viniegra al psiquiatra Rosanof, quien afirma que el mecanismo de las jaquecas aún no ha sido dilucidado perfectamente. En conclusión, los datos de Lafora a este respecto son "inciertos y faltos de todo valor demostrativo". Don Gonzalo Lafora dice el doctor Salazar da por hecho que la epilepsia es hereditaria. Ésta es una afirmación sin valor científico. El mismo Rosanof cita casos de gemelos, uno de los cuales es epiléptico mientras el otro no lo es, y Luxemburger dice (citamos aproximadamente) que "se puede hablar de herencia sólo mientras no existan factores externos y contingentes". No existe ni un solo argumento en abono de que Cárdenas Hernández sea un epiléptico.
Los automatismos epilépticos, explica Salazar Viniegra, tienen características especiales. Generalmente son repetición de actos de la vida consciente (actos ambulatorios), y ocurren en individuos perfectamente caracterizados como epilépticos. Durante el automatismo epiléptico, el individuo no hace ninguna cosa que no haga durante la vida consciente. Sin que existan crisis epilépticas típicas no puede haber automatismo. Las perturbaciones orgánicas epilépticas sólo podrían demostrarse a través del examen electroencefalográfico, examen que Lafora no realizó.
En Connecticut existía una ley que prohibía el casamiento de mujeres epilépticas, penándolas hasta con tres y cinco años de prisión. Esta ley es tachada como una ley bárbara, que obedecía a una especie de superstición acerca del carácter hereditario de la epilepsia. Más tarde fue derogada, cuando el legislador Lenox, con el auxilio de la ciencia, se convenció de que tal carácter hereditario no existía realmente. Cárdenas Hernández no ha obrado como un autómata. En tanto que trató de ocultar sus crímenes sepultando los cadáveres, y no una sino cuatro veces, obró conscientemente, concluye en su réplica el doctor Salazar Viniegra.