Javier Flores
Las tres dimensiones de la sexualidad

Se acepta generalmente que el sexo en los humanos se mueve en un espacio de tres dimensiones: Una dimensión biológica compuesta por elementos anatómicos y funcionales; una esfera psicológica por la que se expresan determinadas conductas sexuales y un territorio sociocultural que define comportamientos del individuo en el ámbito de los usos y costumbres de la colectividad a la que pertenece. A pesar de que es innegable su utilidad para el estudio de diferentes aspectos de la sexualidad humana, no puede perderse de vista que se trata solamente de una clasificación arbitraria.

Las clasificación, es decir, el agrupamiento de objetos a partir de algunas propiedades que les son comunes, es una práctica regular en la ciencia. Revela un modo predominante en el proceso de creación de conocimientos y sugiere una estructura mental particular para abordar los procesos cognitivos. Imaginemos que un niño deja caer al piso todas sus canicas, pidámosle luego que las junte y clasifique por colores. Reunirá de este modo todas las canicas rojas, verdes, azules, etcétera, en grupos distintos, pero en cada uno de estos grupos habrá unas canicas más grandes que otras, diferentes diseños y habrá tamb<%-3>ién canicas con distintos tonos de rojo, verde, azul, etcétera. En esta clasificación se gana en el conocimiento de qué tantas canicas hay de cada color, pero se pierde mucho en la especificidad de cada una. La canica favorita, por ejemplo, se perderá en la inmensidad del subgrupo de las canicas verdes.

El conocimiento de la sexualidad humana se ha apoyado principalmente en este proceso clasificatorio. Tomemos por caso la definición del sexo. En el plano biológico se observan una a una las características anatómicas y se establece una primera clasificación. Se habla entonces de caracteres sexuales primarios y secundarios. Se clasifican también las concentraciones de algunas hormonas y el material genético. De este modo surgen imágenes ideales en la que desaparece la persona. Los promedios y desviaciones estandar, sustituyen al individuo. Surgen de este modo también conceptos centrales como los de lo normal y lo patológico, es decir lo que se aproxima al promedio y lo que se aleja de el.

La clasificación en el plano psicológico tiene una complejidad adicional. A diferencia de la anatomía y la fisiología, es más difícil establecer aquí los rasgos de la conducta sexual humana que pudieran cuantificarse con precisión y agruparse como masculinos o femeninos. De todos modos esta clasificación se ha intentado en distintos momentos de la historia (para Freud, por ejemplo, la libido es un componente escencialmente masculino). Lo normal es la heterosexualidad que parte a su vez de una clasificación del objeto sexual, por lo que la psicopatología se convierte en un catálogo lleno de pequeñas y casi infinitas subclasificaciones de aquello que se aleja de una conducta promedio.

A nivel social y cultural la clasificación es aún más tajante. No hay más que dos posibilidades, o se es hombre o se es mujer y punto. Este agrupamiento determina la asignación de roles y comportamientos en el grupo social, se impone también una apariencia que se expresa desde los rasgos físicos, resguardados por la vestimenta o la cosmetología. Pero ¿cómo interactúan estas tres dimensiones? ¿De qué modo se relacionan el sexo biológico, el psicológico y el cultural? Si intentamos borrar la clasificación en estos tres territorios, quizá podamos sacar en claro algo, así sea una mayor confusión.

Imaginemos por un momento que se trata de un triángulo. Cada uno de sus vértices estaría representado por las dimensiones biológica, psicológica y social del sexo. Pero cada uno de estos tres puntos no son homogéneos, por lo que ejercen una influencia distinta unos sobre otros. En distintos momentos de la historia, la biomedicina y la psicología han tenido que admitir que las clasificaciones que dan sustento a la definición del sexo, son representaciones ideales, es decir, lo que predomina en realidad es la mezcla en cada individuo de distintas proporciones de lo que se juzga masculino o femenino. Por el contrario, a nivel social y cultural no existe este reconocimiento, o no se ha expresado con una fuerza equivalente.

Además, el sexo, en sus componentes biológicos y psicológicos, aparece como frágil, pues la ambigüedad sexual (o sea lo que se aparta del promedio) puede ser sometido, y de hecho a lo largo de la historia ha sido siempre sometido. Desde imágenes como la del andrógino en las culturas antiguas hasta conceptos como la bisexualidad en la medicina y la psicología de finales del siglo XIX, han sucumbido a un hecho: prevalece la clasificación del individuo en dos categorías únicas y excluyentes: hombres y mujeres. Además en este triángulo hay algo raro. La dimensión sociocultural, dice apoyarse en las otras dos. Esto quiere decir que la justificación de un paradigma de dos sexos únicos en una cultura (la occidental, por ejemplo) radica en los hechos biológicos principalmente, cuando en esta esfera, la biológica, lo que predominan son las contradicciones. La heterogeneidad en los puntos de este triángulo hacen sospechar que ni siquiera se trata de un verdadero triángulo.