Julio Hernández López
Vuelve el fantasma del MAM

Al menos en el discurso, el PRI ha sido permanentemente el partido del cambio. Bastaría una rápida revisión de discursos y declaraciones de las cúpulas priístas, sobre todo en los periodos previos a la realización de sus asambleas nacionales, para verificar la sostenida vocación oratoria del tricolor en busca de transformaciones democráticas internas.

Por desgracia, las pretensiones innovadoras han quedado históricamente archivadas en la sección de buenas intenciones incumplidas, con lo cual se ha inscrito firmemente en el ánimo social el hecho de que el PRI gusta de aparentar deseos de cambio cuando, en realidad, lo que menos desea son modificaciones reales.

Esa percepción colectiva de la imposibilidad real del cambio democrático al interior del PRI fue reforzada en 1990, cuando se realizó la asamblea nacional más abierta y combativa de la historia del partido todavía en el poder y cuyos resultados quedaron simplemente en letra muerta sin cumplimiento ni aplicación real.

Ahora, con ese expediente previo en contra, más sus propios logros, Santiago Oñate y su equipo directivo nacional han anunciado la realización de una asamblea nacional más para junio del presente año. Las condiciones en las que se hace el anuncio, y la estructura sobre la que se pretende montar la citada reunión, son particularmente adversas, y existe una clarísima tendencia a la simulación que en primer lugar hace suponer que el cambio democrático del PRI seguirá siendo materia de discurso inaplicable en la práctica pero, sobre todo, amenaza con que los sectores más autoritarios se mantengan en el poder de este partido y desde allí cancelen las expectativas de la transición democrática mexicana.

En efecto, los términos y el modo como se ha resuelto el prolongado enigma de la asamblea nacional priísta no dejan lugar a duda: será una asamblea al vapor, sin participación ni debate reales, con acuerdos previamente elaborados en las cúpulas, y con la mera pretensión de salir al paso de un asunto la reforma interna que ya se le estaba descomponiendo escandalosamente al PRI y que ahora será simplemente abordado con ánimos retóricos y protocolarios.

Por principio de cuentas, resulta terriblemente decepcionante que se asuma la próxima asamblea como una mera prolongación del trabajo gris e intrascendente realizado por la antecesora de Oñate, la senadora María de los Angeles Moreno. Argir que se está en una segunda etapa de un proceso iniciado por la señora Moreno es reconocer que todo está construido sobre una base de alta simulación y de terrible impreparación política. Ningún bien le hace a Oñate recoger los despojos del pasado inmediato y pretender anunciar con ellos la transmutación del plomo en oro.

El proceso sobre el cual Oñate trata de instalar su proyecto de reforma priísta es un proceso totalmente deslegitimado, pues más de la mitad de los estados no participaron en esa presunta consulta, la mayoría de ellos por encontrarse dedicados a comicios locales, y otros por una abierta rebeldía como el caso de San Luis Potosí, donde tampoco se ha hecho nada hasta la fecha.

Pero, además, es del conocimiento generalizado, y del propio Oñate, aunque ahora quisiera negarlo, que ese proceso de la etapa morenista fue enteramente simulado, con datos falsos y resultados adulterados, hechos especialmente para complacer a las cúpulas.

Por lo demás, no necesita ninguna comprobación el hecho de que no hay absolutamente ningún debate real en el priísmo acerca de la reforma de ese partido. Cuál pasión? Cuál calor? Y no hay nada de ello precisamente porque nadie cree actualmente que haya una verdadera intención de reformar al PRI sino como ahora lo demuestra el anuncio desangelado de una asamblea de compromiso simplemente de jugar a las apariencias, de cumplir con una fecha de calendario, de salir del paso como sea y con los resultados que sea.

Es lamentable este cuadro porque se da, además, en un momento de terrible orfandad ideológica del PRI y en un momento en el cual la presidencia de Oñate se asemeja dolorosamente a la precedente de la senadora Moreno, no sólo por cuanto a retomar el deplorable trabajo de ella para nutrir la próxima asamblea, sino por mantener también una actitud tibia e improductiva en los hechos respecto a la ausencia de justicia real en el caso Colosio y al silencio de equilibrista político en el caso Salinas.

Bajo esas consideraciones, parece que el fantasma de Moreno gana posiciones en la conducción del priísmo, y que la próxima asamblea nacional es ya, desde ahora, un adelanto de la cerrazón del partido tricolor, reformado y democrático en las declaraciones y los discursos, pero cerrado, autoritario y antidemocrático en la realidad, emplazándose ya para dar la gran batalla, con todo cuanto pueda, para impedir que los sueños democráticos se vuelvan realidad.