Tras cumplirse los dos años del asesinato de Luis Donaldo Colosio hemos asistido a un verdadero alud de interpretaciones y versiones que cada vez están más próximas a constituir un género en sí mismo. Es obvio que el tema vende; estamos ante un explosivo crecimiento y una feroz competencia por ocupar un jugoso nicho de mercado. El nuevo género en cuestión parece consistir en mezclar, en cocktelera periodística, y en dosis diversas, hechos ciertos, filtraciones e interpretaciones propias, hasta conformar una convincente historia. Así, en pertinente combinación de crónica policiaca, cuando no nota roja sin más, crónica de eventos privados, o cuando menos no públicos, y líneas argumentativas que nos permitirán conocer los significados profundos del crimen, el nuevo género gana adeptos.
Si se tratara únicamente del surgimiento de un nuevo estilo literario, se podría proponer que el Conaculta actualizara la cobertura de sus becas para dar cabida a los nuevos creadores que se abren paso. Sin embargo, esta explosión de investigadores privados instantáneos y el éxito de sus ``obras'' dan cuenta de algo más grave. Por un lado llenan la avidez por contar con versiones ``creíbles'', porque de esa manera se puede participar con convicciones propias, en especulaciones sobre el particular.
Y lo creíble cuando se funda sobre un desierto de certezas es casi cualquier cosa que otorgue líneas de acción lógicas y congruentes. Las nuevas ``obras'' acreditan el desierto. Por otro lado, el nuevo género de ``revelaciones'' subraya el hecho de que cualquier conclusión de las investigaciones tendrá una dosis de desencanto parecida a cuando uno va al cine a ver en pantalla la adaptación de una novela: la elección del elenco, las locaciones y el desarrollo mismo de la trama nunca se corresponderán con la visualización que uno hizo de la novela. En este caso los resultados de la averiguación podrían suponer adicionalmente una frustración en cuanto a las omisiones de personajes que las novelas han identificado. Así, lo más díficil de colocar es la posibilidad de que las investigaciones no conduzcan de manera ineludible hacia los derroteros que los consumidores del nuevo género han conocido.
Ante una mezcla tan generosa de datos reales, investigadores instantáneos, novelistas de ocasión y macroanalistas de bolsillo, cómo distinguir cuando se está ante un libelo o ante un dato cierto? Parece imposible. Pero acaso valga la pena insistir en que existe una frontera entre el creativo desarrollo de hipótesis y las posibilidades de configurar una averiguación. De cualquier forma, admitamos que un nuevo género florece y descansa sobre los silencios oficiales, o si se prefiere, sobre las dificultades que ha tenido el discurso oficial para distinguirse del silencio. Finalmente, la hipótesis extrema: nunca se podrá conocer a los verdaderos culpables, hipótesis ``vendible'' en otros lares del planeta en circunstacias similares, aquí se convierte en sinónimo de ineficacia, o mucho más grave aún, en la metáfora máxima de la falta de voluntad política, cuando no complicidad. Tengo para mí, gustoso lector del género literario que emerge, que acaso habría que acostumbrarse a que técnicamente sea imposible reconstruir una averiguación que conduzca a algún sitio. No deja de haber una incómoda fatalidad en el hecho de asumir que no se puede acceder a la verdad de un evento cuyas implicaciones están a la vista.
Sin embargo, prefiero presionar para llegar a esa convicción (para lo cual hacen falta todos los elementos para que no quepa asomo de duda racional de que se han agotado todos los recursos para esclarecer los hechos), que seguir cultivando la idea de las especulaciones interminables. Lo segundo es sin duda más entretenido (imaginemos que el género se acerque a la telenovela para poder imaginar además de las intrigas políticas, triángulos amorosos), pero lo segundo, me parece, es insistir en la línea de exigir la verdad, cualquiera que ésta sea. Esa es la que sirve.
B