La receta para preparar buenos profesionales de la salud siempre ha estado sujeta a revisión: la fórmula de moda en las últimas décadas ha sido añadir a una fuerte dosis de técnica, una proporción variable de ciencia, una pizca de humanismo y, como condimento, algo de arte.
Gracias a esta depuración gradual, la educación médica y con ella la medicina han mostrado grandes avances. Júzguese si no la forma empleada para evaluar el desempeño de un cirujano mexicano hace poco más de 200 años. El Tribunal del Protomedicato, a través de 3 médicos seleccionados de la Escuela de Medicina de la Universidad de México, examinó a nuestro testigo, de nombre Ignacio Esquivel. El candidato tuvo primero que proporcionar copia del certificado de bautizo y acta notarial comprobando que, tal como lo requería la ley, había actuado como aprendiz durante 5 años bajo la supervisión personal de un cirujano titulado. A estos documentos debió añadir pruebas de la legalidad de su matrimonio, de ser hijo legítimo, de que sus padres eran cristianos sin mezcla de sangre mora, judía, filipina o negra y de que nunca había sido castigado por la Inquisición.
Una vez satisfechos estos requisitos, Esquivel fue admitido al examen. Primero se le interrogó sobre la ``teoría'' de la cirugía y posteriormente, en el Hospital de Jesús Nazareno, entrevistó, diagnosticó y prescribió tratamiento para cuatro enfermos. Después de esto, pagó una cuota, juró defender el Misterio de la Inmaculada Concepción, observar las reales órdenes del Real Tribunal y atender, sin cobrar, a los menesterosos. Despues de cumplido este procedimiento se le extendió licencia para practicar cirugía en ``todas las ciudades, pueblos, campos mineros, puertos y comunidades en donde pudiera residir''. Poco es lo que queda de estas bases de la evaluación médica empleadas en nuestro país en el siglo XVIII. En realidad, la modernización de nuestra medicina y los nuevos intentos por mejorar los procedimientos de la formación de los médicos tiene raíces en otras regiones y en otros tiempos.
En 1910, cuando México atendía asuntos muy diferentes a la educación médica, la Fundación Carnegie publicó su Boletín Número 4, titulado Educación Médica en los Estados Unidos y Canadá, escrito por Abraham Flexner. Este informe logró transformar, en menos de 30 años, el sistema educativo médico norteamericano, de uno de los peores del mundo en uno de los mejores: de paso, y con el paso del tiempo, influyó decisivamente en la modernización de nuestra medicina.
Hasta fines del siglo XIX los norteamericanos que deseaban estudiar los avances médicos debían trasladarse a Europa. En Estados Unidos las escuelas de medicina no enseñaban la histología, la bacteriología, la fisiología, ni mucho menos el enfoque científico para el estudio de las enfermedades del hombre. No existía la investigación médica; los requerimientos para ingresar a una escuela médica eran mínimos, si es que los había, y los médicos tenían prestigio e ingresos no muy diferentes a los de los trabajadores manuales no especializados.
Los ingredientes para el éxito de la reforma del sistema educativo médico fueron la necesidad urgente de mejorar la medicina y la enseñanza médica; talento abundante (el de Flexner, entre otros) y un presupuesto generoso: más de 600 millones de dólares provenientes de las fundaciones establecidas por John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, John Hopkins y otras, que en conjunto representaron casi la mitad de los recursos privados empleados para la reforma educativa de toda la educación superior norteamericana durante el primer tercio del siglo XX.
¿Quién fue Flexner? Abraham Flexner nació en Louisville, Kentucky, en 1866. A consecuencia de la recesión, su hermano Jacobo tuvo que abrir una farmacia, con lo que pudo solventar los estudios de Abraham en la universidad que un millonario de nombre Johns Hopkins acababa de fundar en Baltimore, con la riqueza generada por su empresa de ferrocarriles. Flexner regresó a Louisville para trabajar como profesor de griego; luego estableció una escuela preparatoria. Más tarde, Abraham pudo ayudar a otro hermano, Simon, a realizar sus estudios de medicina; Simon destacaría más tarde como el primer director del Instituto Rockefeller, en Nueva York.
La esposa de Abraham empezó a tener éxito como escritora de obras de teatro, a grado tal que Flexner pudo dejar su trabajo y dedicarse a su pasión; mejorar la enseñanza superior. Después de un rápido paso por la escuela de educación de Harvard, estuvo dos años en Alemania, donde escribió una crítica de la educación superior norteamericana, sobre todo, tal como la practicaba la Universidad Harvard. En 1908 regresó a Nueva York, donde fue contratado, no sin grandes reticencias, por la Fundación Carnegie para el Avance de la Enseñanza. El año siguiente inició la visita de todas y cada una de las 155 escuelas de medicina de Estados Unidos y Canadá. El 11 de junio de 1910, a un costo de 14 mil dólares, terminó el plan de reforma de la educación médica basada en el empleo del método científico.
Las bases del Informe Flexner pueden resumirse de la siguiente manera: 1) Establecer como requerimientos mínimos para los estudiantes la secundaria y dos años de bachillerato. 2) El diseño de un currículum médico de cuatro años, en los que los dos primeros deberían dedicarse a las ciencias básicas. Flexner recomendó --y así nos formamos casi todos los médicos-- cursos de histología, embriología, fisiología y bioquímica al principio, seguido de clases de farmacología, patología, bacteriología y diagnóstico clínico. Flexner insistió que el médico debe ser primero un científico y debe utilizar diariamente el método científico; también enfatizó la necesidad de que los profesores realizaran investigación. 3) Los dos últimos años de la escuela médica deberían ser dedicados a la enseñanza clínica en los hospitales. Para Flexner, el hospital debía ser un laboratorio para la investigación clínica y la observación; en el hospital el método científico es tan importante como en el laboratorio. Su reforma de la educación médica propuso cambios más drásticos aún, como la reducción del número de escuelas de medicina de 155 a sólo 31.
Un componente esencial de la reforma ulterior del sistema de educación médica en Estados Unidos que ni Flexner propuso, ni se ha podido establecer en México, fue el Plan de Tiempo Completo, iniciado primero en la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y luego en otras escuelas. El plan consideró la necesidad de que los profesores de clínica generaran todo su salario con la dedicación exclusiva a las labores de enseñanza e investigación; las ganancias derivadas de la práctica privada ingresarían a la universidad.
Así, la visión y la tarea sin descanso de un educador, los petrodólares de Rockefeller, los dineros del ferrocarrilero Hopkins y la fortuna acerera de Carnegie se conjuntaron para hacer posible la más notable reforma en la enseñanza superior que es, todavía, la base de la formación médica en México.