Hermann Bellinghausen
La novela de Gisela

Estaba aquella canción, Susana, de un poeta y cantautor más o menos contestatario, canadiense de los de hablar inglés, explícita y obsesivamente judío, Cohen, que devino figura del rock por querer ser como Dylan, con otra voz pastosa y la imaginación puesta en los mitos y los hoteles. Estaba pues la mujer-medio-loca, tipo Maga, paradigma literario de la musa de aquellos años color de hormiga, hace ya tanto. Estaba la fantasía.

En nuestro club de babotas lectores, memorable fue el día que llegó Nadja, toda bretoniana y parisina, en traducción de Agustí Bartra (o voy mal?). Recuerdo como una voluptuosidad los subrayados y punteos a lápiz de las páginas de aquel libro del Volador.

A nuestra guarida de feroces con pocas edad y patria, y menos partido, los paradigmas y los modelos llegaban y se incorporaban como peces cambiando de estanque.

Peredo estaba en eso y estaba peor, por ser un racionalista incorregible. Un día me confió que él nunca soportaría una mujer como la Maga. La idea se la aprendió a Juan García Ponce, quien por entonces ejercía gran influencia, por lo que escribía y por lo que decía, en gente como Peredo.

De nada le sirvió el antídoto racionalista que se recetó a contracorriente de la psicodelia y un 68 mal habido, casi inconsciente y extrañamente lúcido. Gisela, su amor de órale y hasta que la muerte los separe, le salió de cortarse las venas, romper las ventanas, y en las borracheras montar escenas graves con él o con quien fuera. Era lo que se dice una francesa de Peralvillo, el rumbo donde obtuvo su adolescencia y perdió el acento de la lengua en que había nacido, en París.

La primera vez que viajaron juntos a París, seis meses, Peredo regresó como prisionero de guerra, lleno de heridas, el alma en una camilla, pasado incluso por el cedazo de la heroína. Hasta ``pavos fríos'' tuvo entonces, on the room. No pasó a mayores: lo salvó su racionalismo.

Como todas las drogas, le empezó a gustar el veneno lento de Gisela, la noción de que por más volúmenes que escribiera, nunca se sacaría la estocada de haberla conocido. Terminó maestría y doctorado el único de la generación. Se sobrepobló de ensayos y conferencias. El análisis literario era su trabajo, la manera de justificar socialmente su existencia. Las novelas, que nunca tuvieron éxito de crítica ni del otro las escribía para convencerse y convencernos de que tenía sus demonios bajo control.

Gisela era capaz de llenarle la casa de flores o de escombros. Un día soltó cuatro canarios y cuando Peredo llegó del Instituto cantaban y cagaban y volvían a cagar y Gisela brincaba sobre el sofá, desnuda, aplaudiendo como insensata. Edith Piaf a todo volumen.

Por años sería la anécdota. Todos la repetiríamos en miles de conversaciones. "Esa es la de los canarios?", llegué a escuchar en reuniones y corrillos de mesas redondas, cuando Gisela paseaba su espléndida figura con una inocencia demoniaca, rabiosamente alta como era y es. Y siguen juntos.

Pobre Peredo, las que pasaba, y pasa.

En los restoranes, Gisela podía volverse impresentable. No dejaba ir vivo un solo mesero, y no era infrecuente acabar en la administración o discutiendo con el policía de la puerta y de patitas en la calle. Por supuesto, Gisela siempre consideraba suya la razón, y las dudas no hacían falta.

En justicia, debo reconocer que sus fornicaciones juveniles fueron memorables, según nos constaba a todos, descarados como se ponían en fiestas, campamentos y sobremesas, desapareciéndose abruptamente. Tuvieron su época exhibicionista, como tantas parejas, y en cierta ocasión circularon un caset que ahora me parecería vulgar pero entonces nos mataba de envidia.

Gisela era gritona, cantaba, decía groserías, y Peredo nunca fue capaz de oponerle resistencia.

Pero le ganó la naturaleza, a Peredo. Se empeñó en hacer su vida tan cerebral y aburrida como sus novelas y ensayos. Le tomó años, Gisela era indomable.

Ahora ella está cansada y él radica en un Sistema Nacional, no recuerdo si de creadores o investigadores, pero sabe que se debe, y nos debe, por fidelidad a las fuentes originarias que hoy olvida, la novela de Gisela. Antes que el colesterol o el trago le borren la memoria, y entonces a ver quién de nosotros sobrevive con ganas de escribirla. Empezaría así: ``Desde el principio, ella se hundió en él como una piedra en el agua''.