Lourdes Heredia, especial para La Jornada, Madrid Huele a café recién tostado y a tertulia vespertina en el legendario ``Café Gijón''. Está sentado a la entrada de este centenario punto de encuentro de poetas, narradores, pintores y filósofos. Delgado, de aspecto juvenil aunque experimentado, sería difícil adivinar su edad de no ser por algunas arrugas dispersas en su rostro, esa mirada turbadora y una sonrisa entre irónica y juguetona que sólo poseen quienes están seguros de sí mismos.

Arturo Pérez-Reverte está tan sumergido en su lectura que le resulta difícil volver a la realidad. Sus ojos están atentos a cualquier detalle, y sin embargo, parece ignorar las miradas curiosas de los comensales que enseguida reconocen aquella cara presente en todos los escaparates de las librerías españolas.

Atento, agradable y caballero, el último fenómeno de super ventas editoriales en España contesta las preguntas con suma tranquilidad, sin escoger las palabras, aunque siempre dispuesto a atacar o polemizar si la ocasión lo permite.

A los 20 años tomó usted una mochila llena de libros y se marchó a la aventura a recorrer mundo. Qué libros llevaba?

Llevaba La Cartuja de Parma, La Montaña Mágica y Los tres mosqueteros, que fueron tres libros muy importantes con los que me fui haciendo como lector, con los que maduré. Los tres marcaron tres etapas de mi vida: primero Los tres mosqueteros con 10-12 años, luego La Cartuja de Parma con 16-17 y La Montaña Mágica con 20 años. Estos son los tres ciclos literarios como lector que he tenido en mi vida, y con los que me fui haciendo como escritor.

En su segunda novela, El Club Dumas podemos descubrir una gran admiración por Alejandro Dumas, Qué es lo que más le gusta de él?

Admiro su trama, sus efectos, los trucos profesionales, su sentido del ritmo, sus elementos, las formas y su escasa preocupación por quedar en la historia de la literatura como un escritor fino o super culto. Su interés era zambullirse en la historia, estaba vivo, estaba hecho de carne y de hueso, era un escritor de verdad no era un académico frío. Era un tipo vital.

Entonces le gustaría ser cómo él?...

Nunca he tenido héroes, Dumas me gusta y ya está. Supongo que en mis novelas hay más cosas que en las de Dumas, tienen conflictos más graves. Yo no tengo una meta, no quiero ir a ningún sitio. La literatura es para mí un estado de gracia, en el que me siento muy bien y en el que soy muy feliz. No tengo pretensión de convertirme en nada cuando ``sea mayor'', ya soy lo que quería ser y quiero seguir haciendo lo que hago.

``Y, bueno, también es verdad que en la medida que lo vas haciendo escribes mejor y dominas más la técnica, pero la meta ya la conseguí y es estar haciendo lo que hago. No soy ambicioso, literariamente hablando''.

Por qué sus novelas se basan en un modelo?

No es un modelo es un territorio, hay un territorio que me gusta y donde están las cosas que prefiero. Se compone de la aventura, el arte, la memoria, la historia, los géneros de misterio, policiaco y demás. Y la combinación de todas estas cosas es el territorio en que me muevo. Digamos que me he amueblado un territorio a mi gusto y es como amueblarse una casa en la que eres feliz. Pero no es un patrón, no es una jaula. Es un territorio amplio, cambiante, con matices y que evoluciona con los años. Mi novela tiene toda esa seña de identidad de pertenecer a un mismo territorio.

Sin embargo, sus personajes se basan en estereotipos?

Cuando el estereotipo sabe que lo es y se ve en el espejo, ya da un paso más allá, y es lo que pasa con mis personajes. Yo los trato como estereotipos y tienen la dolorosa conciencia de serlo, y eso los convierte en personajes más profundos en sí.

Pero son demasiado perfectos, no le parece?

No creo que sean perfectos estereotipos, sólo son coherentes. De hecho, en la vida real, la gente no es tan coherente. Muchos de mis personajes se caracterizan por una cosa que es ser consecuentes consigo mismos, es gente que elige un territorio, elige un algo con que sobrevivir, una dignidad, un lo que sea.

``Una vez que descubres que mantenerse erguido te ayuda a sobrevivir, es más fácil mantenerse erguido y a mis personajes les pasa eso, pero no creo que sean estereotipos. Incluso los malandrines son gente honrada, digna. Moralmente son honestos, aunque convencionalmente no sean recomendables. Uno puede ser un camello y ser honesto, no?".

En sus novelas, las mujeres tienen una personalidad muy fuerte, generalmente son villanas?Hay una cosa, que además se da mucho en México también; y es que a veces atribuimos a los hombres lo que llamamos las virtudes ``masculinas'' como el honor, el valor, el coraje, la resistencia, cuando a menudo son virtudes femeninas. Yo me limito a restituir a las mujeres sus virtudes originales. Por la vida que he llevado, las mujeres que he conocido a menudo han sido más valerosas, más consecuentes, más fuertes, más dignas que los hombres. Nos han vendido a la mujer como en la película que pega grititos pero yo conocí a la mujer que está en la ventana disparando precisamente, no la que se queda escondida. Quizá por eso todas las mujeres en mis novelas son de armas tomar, son así como las veo. Tal vez sea la versión más sincera de mis personajes. Si tuviera que confiar a alguien mi vida, mi dinero, sería a una mujer y no a un hombre.

Qué referencias tiene de México?Hay muchas cosas que me gustan, por ejemplo la relación de los mexicanos con la muerte. Me gusta la gente que no le da más importancia a la muerte de la que tiene y la ve como una cosa normal, como una cosa cotidiana. Me gusta una cierta inocencia que ya se perdió en España. La gente puede hacer un corrido del narcotráfico o de la revolución, es capaz de hacer la revolución zapatista. El mexicano me gusta como carácter.

Y cuál es la diferencia que ve usted entre un lector mexicano y un español?Del lector no sé, pero los críticos literarios mexicanos son mucho más serios y abordan el libro con menos prejuicios. En España, cada vez la crítica me acepta más, pero con La tabla de Flandes había mucho prejuicios porque yo era periodista. En México hay mayor seriedad, mayor respeto a la literatura. Son maneras de ver las cosas, como cuando la gente habla de usted aunque te vayan a matar. Me gusta que se guarden ciertas formas. En México tienen eso, hay formas; es importante.

Qué busca cuando escribe?Vivir otras vidas, ajustar cuentas y sobre todo autocrearme ese estado de gracia del que hablaba antes. Un estado literario en sentido personal. Escribo para leer y para crearme los mundos en los que quisiera vivir.

Pretende aportar algo con su literatura?Yo no quiero aportar nada, eso me importa un bledo. Quiero ser feliz escribiendo y leyendo, pero no intento aportar nada, si el lector es feliz leyéndome, pues qué bueno. Para educar están los colegios y para salvar, apóstoles y curas y los evangelios. Yo quiero que me dejen vivir, leer, navegar y él que me quiera leer, pues estupendo que me lea.

Un filósofo francés dijo que mientras Homero es nuevo cada amanecer, no hay nada más viejo que el periódico de ayer. En qué lugar colocaría sus novelas?Yo estoy más cerca de Homero que de un periódico. En primer lugar porque soy mediterráneo y porque lo he leído desde los 10 años y lo sigo releyendo. Los problemas que Homero planteaba están en el hombre y están siempre. A mí me importa un bledo que López Portillo robe dinero y se lo lleve, no me importa tanto como la muerte de un niño de 10 años, abrasado entre las llamas en Sarajevo que lo he visto mientras un hijo de puta muere tranquilamente en la cama. Eso sí me preocupa. A Homero lo llevo en mi maleta cuando viajo. Creo que en mis novelas se plantean los mismos problemas.