En los últimos cuatro meses del año pasado, el público norteamericano descubrió cuatro adaptaciones de novelas de la escritora inglesa Jane Austen, tres al cine y una a la televisión. Persuasión, de Roger Mitchell; Orgullo y prejuicio, de Simon Langton, para la BBC; Ni idea (Clueless), de Amy Heckerling, basada fantasiosamente en la novela Emma, y el gran hit fílmico-literario del año, Sensatez y sentimientos (Sense and sensibility) del taiwanés Ang Lee. El gusto del cine anglosajón de los noventa por la literatura del siglo XIX nos reserva todavía otras sorpresas para este año: una versión nueva de Emma, otra de Jane Eyre, el clásico de Charlotte Bronte, y lo más esperado, la adaptación de la directora neozelandesa Jane Campion de Retrato de una dama, novela de Henry James.
Si el impulso es curioso, no lo es menos la respuesta del público. En México, donde es casi imposible encontrar en circulación una novela de Jane Austen, la película de Ang Lee tiene mayor éxito comercial que, digamos, una cinta como Nixon, de Oliver Stone. Esto sin hablar de la suerte de ambas películas en festivales internacionales o en la entrega de los Oscares. Sensatez y sentimientos conquista el Oso de Oro en Berlín y es luego premiada en Hollywood. Quiere decir esto que nuestro público, hoy más perspicaz y exigente, le reconoce modernidad a Ang Lee y desdeña los temas actuales de Oliver Stone? O sencillamente que el poder del lenguaje de la televisión y el cine de ambas formas perversamente confundidasse ha vuelto tan avasallador que ha logrado crear un gran público deseoso de consumir obras literarias sin necesidad de un esfuerzo intelectual sostenido. A quién le interesa ver publicada Sense and sensibility en México si ya se exhibió la película?El título en español, Sensatez y sentimientos, es traducción desganada y engañosa del original, el cual evoca, más que una oposición, la insistencia de significados. No hay en Austen un discurso edificante, o una moral del deber expresada sin ironía (en otras palabras, el buen juicio no regaña a la exaltación romántica). Las protagonistas de la novela, Elinor y Marianne (Emma Thompson y Kate Winslet), comparten la misma idea de romanticismo, y así lo subraya el desenlace en la obra y en el filme. Lo que las distingue es la actitud (pasividad en Elinor; intrepidez en Marianne) frente al ideal romántico de la época. A Jane Austen le interesa oponer a ese romanticismo dominante la presencia vigorosa de dos mujeres sensibles e inteligentes, y su manera de relacionarse con la especie masculina. En su guión, Thompson rescata la imagen de dignidad femenina presente en el libro y añade un tono de desenfado humorístico que sorprenderá al lector de la novela. Hay cuidado especial en conferir mayor densidad a los personajes secundarios, al coronel Brandon (Alan Rickman), a la casamentera Mrs. Jennings (Elizabeth Spriggs) y a Margaret, la hermana más chica cuya presencia en la novela es casi imperceptible. El acierto de Thompson es rescatar más la intensidad y complejidad en la relación de las dos hermanas que un cuadro de costumbres de corte realista. Esto último relaciones de poder, matrimonios por conveniencia, disputas territoriales, arribismo social será materia importante en novelas posteriores de la autora, pero no tanto en ésta su primera incursión literaria a los 21 años. Sense and sensibility se publicó en 1811, pero su primer bosquejo, Elinor and Marianne, data de 1796.
El director taiwanés Ang Lee especialista en comedias familiares de promoción instantánea (El banquete de bodas; Comer, beber, amar) dirige con pulcritud artesanal y con astucia, pero sin un asomo de audacia expresiva. Como si cualquier nota en falso (entiéndase, la extraña sensualidad de Effi Briest, de Fassbinder; el nerviosismo de Las hermanas Bronte, de Techiné; el delirio de La Historia de Adela H., de Truffaut), pudiera hacerle perder cuatro premios o cien mil espectadores. Ang Lee es aquí el dócil ilustrador del entusiasmo de Emma Thompson, actriz y guionista. Y con toda su aplicación, no consigue fabricarse un punto de vista que pueda llamar propio, o pueda ser identificado como tal. A pesar de ser Lee un buen director de actores, es excesiva su confianza en el cliché ya perpetuo de Hugh Grant como hombre de misteriosos encantos. Lejos de elevar ese nivel de actuación, Lee se solaza en su medianía y atractivo para seducir a un público que sueña multitudinario. Y la fórmula le funciona. Los espectadores aplauden lo que semeja una sucesión de capítulos de telenovela condensada. Y las señoras comentan en voz alta las peripecias de la acción (``Va a regresar con ella!; él no la merece'', etcétera), y se estremecen cuando la muy sensata Elinor estalla finalmente en sollozos. Este es el arte de Ang Lee y el secreto de su éxito instantáneo. Otros directores James Ivory (Lo que queda del día), Sally Potter (Orlando), Derek Jarman (Eduardo II), Martin Scorsese (La edad de la inocencia) o Jane Campion (El piano) son los que demuestran con elocuencia que el cine puede abordar la literatura con originalidad, autonomía y vigor artísticos.