Guillermo Almeyra
G-7: a fondo contra los trabajadores

El Grupo de los Siete Países más Desarrollados (G-7) ha resuelto en la ciudad francesa de Lille impulsar a fondo la desreglamentación del mercado de trabajo, o sea, la eliminación brutal de todas las leyes que preservan conquistas sociales e impiden la libre y total explotación de la mano de obra masculina, femenina, infantil. Incluso rechazó la llamada cláusula social, propuesta por Francia (entre otras cosas, debido a la experiencia de las recientes huelgas), que sancionaba la falta de libertades sindicales o la generalización del trabajo infantil. Para los Siete (que incluyen a Yeltsin y a Clinton) la única ley válida es la del capital, la del más fuerte.

Adiós a la idea misma del pleno empleo como objetivo: a partir de ahora, la mercancía mano de obra responderá totalmente a las leyes del mercado y dejará de ser una mercancía especial, controlada y protegida. Los representantes del capital financiero creen estar en las condiciones políticas y sociales ideales para imponer un retorno brutal al capitalismo del comienzo del siglo XIX o de fines del XVIII.

Los industriales creían antaño que la paz en la empresa y los salarios relativamente altos y estables les aseguraban buenas condiciones para la producción y un amplio mercado interno. Ellos impusieron leyes sociales hace casi dos siglos para preservar la mano de obra y para extender sus negocios; eran liberales en lo económico y en lo político, porque así les convenía y, en los países industriales, las metrópolis, hablaban de extender la civilización y la democracia.

Los financieros no tienen, en cambio, esas necesidades ni esos escrúpulos. Su mercado es el mundo, su política el ``muerde y huye'', utilizando si es necesario la mano de obra esclava o semiesclava para hacer rápidos negocios. Ellos pueden dislocar la producción allí donde no existen ni sindicatos ni leyes sociales y condiciones salariales precapitalistas para obtener una ventaja momentánea y no tienen problemas cuando hay que destruir una moneda o un mercado para ganar algo. Como dijo George Soros, socio, entre otros, de Salinas de Gortari, cuando causó el derrumbe de la libra esterlina: "Yo no actúo ni a favor ni contra Inglaterra. Yo gano dinero".

Los trabajadores se encuentran así ante un curso acelerado de capitalismo real. Supresión del Estado del bienestar y de la red de seguridad social, supresión de las conquistas sociales históricas, ruptura de la seguridad en el empleo, reducción de los salarios directos e indirectos, alargamiento del horario de trabajo y empeoramiento de las condiciones laborales, imposición del trabajo temporario, ruptura de los contratos para establecer diferentes remuneraciones según la edad y la región, eliminación de las bases mismas de los sindicatos (transformando a éstos en cascarones vacíos y poniéndolos al servicio del Estado): esas son las condiciones que conocerán en el futuro los trabajadores, incluso de los países industrializados, y particularmente los jóvenes, enfrentados a un elevadísimo margen de desocupación estructural y permanente. Por supuesto, en ese escenario no hay margen para la democracia.

El resultado de esta política social del gran capital financiero ya está a la vista, pero será aún más terrible de lo que ahora comprobamos. Se agudizarán el racismo, los estallidos comunitarios, las tendencias fascistas de masa, la liquidación de las bases culturales y de civilización en países enteros, y cada vez será más común el dar respuesta al ``problema social'' mediante la policía y la represión, conservando una fachada constitucional.

Eliminada la zanahoria, queda el bastón para que el burro siga caminando. El problema consiste en que el asno es tozudo y decidido, y puede cocear mientras tenga fuerzas. Por lo tanto, habrá otras huelgas como las francesas, en otros países; luchas por preservar las conquistas sociales (como las ocho horas o el principio de a igual trabajo, igual salario, o la idea misma de solidaridad, corporizada en los sistemas presidenciales).

Hay que esperar una gran resistencia contra la entrega de recursos vitales para el desarrollo de un país o contra el cierre de fuerzas de trabajo. Y hay que prever, igualmente, que frente a este internacionalismo del G-7, que fija pautas para el mundo por sobre los trabajadores y los pueblos, se vuelva a descubrir la necesidad de oponer una política común y una resistencia común a esta ofensiva destinada a crear una barbarie tecnificada sobre la base de la expulsión del mercado y de la vida de miles de millones de personas. ¿No habían dicho que se había acabado la lucha de clases y también la historia?