MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Espejo roto
Ayer en la noche sonó el teléfono. Me sorprendió oir la vez de Adela. Temí que tras su inesperado retorno a la ciudad hubiera algún percance. ``No, no. Todo salió bien''. Las palabras me sonaron huecas y eso que insistí: ``¿Seguro?'' En vez de contestarme, mi amiga preguntó si a esas horas su visita me pareceria inoportuna. ``Por supuesto que no: te espero''.
Decidí no pensar en los motivos de la urgencia de Adela. Ansiaba hablar con ella y saber sí, como sospechaba, se había ido a Pozos en busca de su doble.
Nos enteramos de su existencia en enero, la noche en que, con motivo de su cumpleaños, organicé una pequeña reunión con mis compañeros de trabajo.
Poco antes de que llegaran me llamó Noemí Gutiérrez. Fuimos vecinas un tiempo, hasta que el 85 se mudó a Pozos. Al principio mantuvimos comunicación telefónica regular; pero luego se interrumpió, cosa que lamenté. Restablecer el contacto con ``la Gutierritos'' en una fecha tan especial para mi significó el mejor de los regalos. Se lo dije a Noemí y la invité a la reunión. Prometió esistir.
Apenas colgué el teléfono pensé que quizá no hubiera sido tan buena idea juntar a Noemi con un grupo al que era completamente ajena; pero luego me convencí de que había hecho lo adecuadp y acabó por alegrarme de que dos personas tan queridas Adela y Noemí se conocieran.
A las diez de la noche la sala de mi casa estaba llena de humo y olía a ron. Comenzábamos a repetir los chistes cuando sonó el timbre. ``¿Esperabas a alguien más?'', preguntaron mis invitados con evidente malicia. De camino a la puerta les expliqué: ``De seguro es Noemí. Vivía en el edificio de al lado y nos hicimos muy amigos. Las caerá bien.'' Adela aprovechó para ir a la cocina por otro vaso y más hielo.
Presenté a Noemí con cada una de mis amigas. Cuando Adela apareció, ``la Gutierritos'' corrió a saludarlo: ``¡Laura! Es increíble: en Pozos nunca te veía y aquí enseguida te encuentro''. Todas guardamos silencio y nos miramos con extrañeza, aunque desde luego la más sorprendida era Adela. Le pregunté: ``¿Se conocen?'' Noemí fue quien respondió: ``Claro, de Pozos. Llevamos un taller de cerámica''. Decidí aclarar la confusión: ``Noemí, estás en un error. Ella es Adela Bermúdez y, que yo sepa, siempre ha vivido aquí''. La recién llegada se dejó caer en un sillón y durante algunas instantes de incómodo silencio siguió observando a Adela.
Nos pasamos el resto de la reunión conversando de frivolidades, salvo los momentos en que Noemí interrumpió para insistir en el extraordinario parecido entre Laura y Adela: ``Les juro que son idénticas; hasta tienen la misma cicatriz sobre la ceja izquierda... y conste que se la ví antes de emborracharme''.
Noemí fue la primera en despedirse porque viajaría temprano. A cada una de mis amigas le entregó su tarjeta para que la buscaran cuando decidieran conocer la ciudad donde radica desde finales del 85: ``Soy de los que se espantaron con los terremotos. Decidí salirme de aquí. No me arrepiento. Allá vivo muy tranquila''.
Antes de abordar su automóvil. Noemí se dirigió nuevamente a Adela: ``Si un día vas por allá, no dejes de llamarme. Quiero llevarte a conocer a tu doble''. No sé si por simple cortesia o por auténtica curiosidad, Adela preguntó: ``Y esa muchacha, Laura, ¿es tu vecina?'' ``No. Yo estoy en el centro y ella en Oriente 59 número 62. Tienen que conocerse''. Regresamos a la sala, pero no conseguimos reconstruir el ambiente festivo, quizá porque a cada momento alguien hacía referencia a la equivocación de Noemí. En esa confusión Adela, que no es superticiosa, acabó por leer una especie de mal augurio: ``Déjate de tonterías. Mejor investiga si tu papá anduvo de gitano por aquellos rumbos''. Mi recomendación dió pie a bromas subidas de tono y acabamos por olvidarnos del extraño incidente.
Días más tarde Adela lo mencionó. Empezó por preguntarme cosas acerca de Noemí y terminó confesándome que la referencia a una posible doble suya la tenía muy inquieta. Procuré tranquilizarla: ``A lo mejor ni se parecen tanto''. Adela me desarmó con una pregunta para la que se tuvo respuesta: ``¿Y la cicatriz sobre la ceja izquierda?''
El miércoles fue nuestro último día de trabajo. Antes de salir de la oficina comentamos nuestros proyectos de vacaciones. Cuando llegó mi turno dije: ``Voy a pasármela en el cine. Hay muy buenas películas. ¿Me acompañan?'' Entonces me enteré de que Adela no pensaba quedarse en la ciudad: ``Tengo ganas de irme sola, aunque sea a un lugar cerca''. Me volví indiscreta: ``¿Sola? ¿Qué se me hace que te vas con algún galán?'' Sonriendo, mi amiga se llevó la mano a la frente y apartó el cabello que la sombreaba. Al ver la cicatriz sobre su ceja izquierda recordé lo sucedido la noche de mi cumpleaños. Tuve un extraño presentimiento y sólo pregunté: ``¿Cuándo regresas?''
Adela, que evidentemente lo tenía todo bien planeado, fue muy precisa: ``El domingo al mediodía. Quiero tomar toda la tarde para arreglar mis cosas, de modo que el lunes pueda irme al trabajo sin problemas''; quizá por eso me llamó la atención su precipitado retorno y más aún que mi amiga tuviera tanta urgencia de verme el mismo sábado en la noche.
Cuando Adela llegó a mi casa me sorprendió su mal aspecto. Lo justificó diciéndome que manejar en carretera siempre la fatiga. Adiviné que no estaba diciéndome toda la verdad, que algo desagradable había sucedido en aquel viaje cuyo destino yo ignoraba aún. Serví el café y luego pregunté lo inevitable: ``Bueno, y por fin, ¿adónde te fuiste?'' La respuesta no me sorprendió: ``A Pozos. Dirás que soy una estúpida, pero me llenó de curiosidad lo que dijo tu amiga Noemí. ''¿La llamaste?`` ''No, olvidé la tarjeta que me dio. Estuve sola todo el tiempo''. ``¿Encontraste a tu doble?'' Adela se demudó.
No quise presionarla. Esperé hasta que pud hablar: ``El jueves en la tarde salí del hotel, no tenía rumbo pero sin proponérmelo y sin darme cuenta llegué a Oriente 59. Rápido encontré la casa marcada con el 52. Llamé a la puerta. Nadie abrió. Toqué en el edificio de junto para pedir informes acerca de los vecinos. Una mujer se asomó a una ventana y desapareció. Fue inútil que insistiera llamándola''.
Me sentí decepcionada de que ninguna cosa extraordinaria hubiera sucedido y hasta dije: ``¿Hoy quién le abra la puerta a un extraño? ¡Nadie!'' Adela me explicó que había pensando lo mismo y decidió regresar al centro. A media calle una vendedora le preguntó qué buscaba: ``Se lo dije y me respondió: La persona se fue de aquí hace mucho tiempo. Ahora vive en una casa verde, de dos pisos, en Norte 17. Seguí sus indicaciones''.
Adela bebió un sorbo de café antes de referirme lo que había visto en esa calle: ``Sólo casas bajas, cuadradas como tumbas. Al viejo que afilaba un cuchillo en la puerta de su taller le pregunté por la construcción verde. Creí que no me había oído y me alejé, pero sólo unos pasos porque el anciano me gritó: Esa casa nunca ha estado aquí. Síi existe será en Sur 34: queda lejos.
Me sentí sin fuerzas para emprender otra caminata y volví al hotel, dispuesta a olvidarme de la búsqueda, pero en la mañana... ''¿Qué sucedió?`` ''Cuando entré a una tienda para comprar un rollo de cámara, el hombre que salió del establecimiento me abrió los brazos y me saludó como si nos conociéramos de toda la vida. Aclaré su confusión con amabilidad y acabó por alejarse a la carrera: sé que iba asustado.'' ``¿Asustado? ¿Pero por qué?''
Adela agitó la cabeza y comenzó a gemir: ``No lo sé, no sé nada, ni siquiera como logré llegar a la casa verde''. ``¿Cómo es?'' Mi amiga habló con dificultad: ``Ruinas. En pie sólo queda una pared. Sobre la pintura noté un rectángulo más claro. Se ve que allí estuvo colgado mucho tiempo un retrato, un espejo. Me acerqué y vi en el ángulo izquierdo de la marca una grieta profunda. ¿Crees que signifique algo?'' Como siempre que reflexiona, Adela apartó el mechón que enturbia su frente. Miré su cicatriz y me quedé en silencio.