La Jornada Semanal, 7 de abril de 1996


El vagabundo vencido

Eduardo Vázquez Martín

A cada época le corresponden sus clásicos secretos, autores que se repliegan de las mesas de novedades y las discusiones comunes y aguardan, cargados de maravillas, a que una mente intrépida se les acerque. Panait Istrati es uno de esos grandes escritores que, al menos por ahora, vive su posteridad en una órbita excéntrica. El poeta y ensayista Eduardo Vázquez Martín ha decidido ponerlo en nuestras páginas centrales. A continuación, la vida novelesca y la obra profética de Panait Istrati.



para Fernando Vázquez J.

Un emigrante rumano es encontrado en un jardín público de París con una herida en el cuello; ha intentado quitarse la vida con sus propias manos, sin conseguirlo. Es el año 1921; en los salones de baile la burguesía se apura a olvidar los horrores de la guerra reciente. Para un vagabundo nacido en el puerto de Braila, hijo de una lavandera y un contrabandista griego, las razones para el optimismo son pocas. Entre sus pertenencias se halla una larga carta dirigida a Romain Rolland. Por intermedio de un colega de errancia la carta llega al escritor francés, quien le contesta: "Usted no debe perder el tiempo escribiendo cartas. Está obligado a más. Dentro de usted lleva un volcán y sus condiciones literarias le han de forzar a plasmar la obra perdurable." Ayudado por amigos franceses e inmigrantes rumanos, Istrati escribe su primera novela: Kyra Kyralina. Si en muchos casos la novelización autobiográfica puede ser prescindible, en Istrati la creación literaria a partir de la experiencia abre un espacio donde conviven el Oriente de Las mil y una noches con el espíritu de la aventura de Joseph Conrad; la disección emocional de los personajes de la novela rusa con la fatalidad ante las determinaciones históricas de Joseph Roth. "El Gorki de los Balcanes" según Rolland escribió en lengua francesa: a ella le entregó el sincretismo y la polifonía de las tierras donde se encuentran musulmanes y judíos, católicos y ortodoxos. Ciertamente sus obras no son exactamente novelas, sino narraciones excepcionales tanto por su crudeza como por la exaltación poética de la amistad. Más que inventar personajes o tramas, Istrati escribe textos poblados por bandoleros leales y rebeldes trágicos; cuenta la violencia descarnada que domina la miseria y su contraparte: la fraternidad y la compasión.

En Rumania, Panait Istrati había participado en los primeros movimientos socialistas de la época. Como una consecuencia de la Revolución de Octubre y de la Guerra, Istrati fue, igual que tantos otros, un agitador entre los sindicatos y en las barracas donde la clase obrera de aquellos años resentía profundas transformaciones tecnológicas y comenzabaa concebir la posibilidad de un nuevo mundo. Por eso Istrati encarnaba para muchos no sólo un ideal romántico decimonónico el del escritor en donde la literatura y la vida, la novela y la aventura, son inseparables; era también el novelista venido de las profundidades del centro de Europa, de la clase de los que nada tienen, para darle a la lengua francesa el realismo incuestionable que buscaron Balzac y Zola. En un vagabundo se reunían la sensibilidad romántica y la utopía socialista. Por la boca de Adrian Zograffi el personaje central en la obra de Istrati, habla la Europa errante y desamparada, ligada a las tradiciones agrarias y que periódicamente lanza a sus vecinos occidentales miles de emigrantes que alimentan las fábricas y los puertos, las periferias abandonadas y los basureros públicos. Istrati pronto se convirtió en un escritor del Partido Comunista; el nuevo colaborador de L'Humanité fue recibido como la encarnación del escritor proletario que necesitaba el fantasma trashumante de Europa.

Para un vagabundo, para un rumano que conocía los bajos fondos no por curiosidad intelectual ni vocación redentora sino sencillamente porque ése era su lugar en el mundo, las causas políticas no significaban abstracciones teóricas ni intrigas palaciegas. Abrazó el comunismo con la pasión de un místico y decidió ir a la patria del proletariado a aprender con los rusos a cambio de darles su fuerza y su talento. Convertido para entonces en una celebridad pública sus libros se agotaban en las librerias de Francia, se traducían al ruso y al español y Kyra Kyralina era llevada al cine en la URSS, Istrati no participa de los tours que el nuevo sistema comenzaba a implementar para sus amigos internacionalistas; no quería visitar ministros y aplaudir paradas militares. Entre octubre de 1927 y febrero de 1929, Panait Istrati vive en la Unión Soviética. Su testimonio será el primero en conmover a Europa, y en reclamar la necesidad de salir del sueño para reconocer la evidencia de la pesadilla. En 1930 aparece Hacia la otra llama, que junto a Soviet (1929) y Rusia al desnudo constituyen la aportación de Istrati a la historia del socialismo.

Presente en la celebración del décimo aniversario de la Revolución, Istrati se encuentra con un país desgarrado por profundas contradicciones. Los sentimientos encontrados que le provoca ese desfile serían el inicio de una experiencia que lo llevaría a la escritura con la violencia de un apóstata. Entre los miles que desfilan en la Plaza Roja, entre los destacamentos del Ejército y los contingentes obreros y campesinos, Istrati distingue las consignas de las verdades, los reclamos de los agradecimienos. Un grupo de opositores de izquierda intenta dirigirse a la multitud y es brutalmente reprimido frente a Istrati, que había evadido los palcos y se mezclaba entre el público. Esta experiencia no paralizó a Istrati, no era un intelectual seducido por las prebendas del nuevo régimen ni un idealista recién bajado del salón de té. En este fenómeno vio lo que en realidad sucedía: la intensa lucha por el poder entre grupos y posiciones políticas. No se iría a casa llorando por sus fantasías deshechas, sencillamente porque no tenía casa. Ahora Rusia era su casa. Conocía la codicia y la envidia; sabía, por ejemplo, que una madre puede matar a su hijo introduciéndole aceite hirviendo por la boca con un embudo mientras duerme, como sucede en su novela Codin. El estómago de Panait no se revolvía con la violencia callejera que hubiese indispuesto al resto de las delegaciones, que a esas alturas habían abandonado el palco de honor para celebrar en privado, junto a sus anfitriones, los primeros diez años de la revolución socialista.

Panait Istrati fue testigo del fracaso económico de la Revolución. El desplome en la producción del trigo provocado por las políticas colectivistas dejaba a Rusia sin pan. Lo que fuera un país exportador ahora era incapaz de satisfacer la demanda interna. Miles morían de hambre y Siberia se llenaba de presos políticos. La delación se convertía en la principal institución de control político del régimen. Por toda la URSS se asesinaban disidentes. Por arrebatarle al vecino su vivienda, se montaban jucios sumarios que acababan en fusilamiento. Las juventudes comunistas se transformaban en bandas de asaltantes que irrumpían en los domicilios para violar a las mujeres y robar las pertenencias de los campesinos. En el Partido Comunista se libraba la lucha entre los antiguos comunistas, los izquierdistas y la nueva burocracia obrera que se ufanaba de sus nuevos privilegios y mandaba a morir en campos de concentración a bolcheviques, cristianos, judíos o intelectuales burgueses. Un proceso contradictorio, donde se construían viviendas, se daba trabajo a los que lo necesitaban, y que coincidía con una persecución desconocida incluso para los que habían combatido al zar. Trotsky levantaba la voz desde Alma Ata y a sus correligionarios y simpatizantes se les asesinaba en las calles.

"Puedo tener miramientos contigo, innoble bribón? escribió Istrati refiréndose al burócrata comunista. Puedo olvidar que fui a ti de la manera más desinteresada [...]? Puedo por darte gusto, o, según se dice, para no 'ofrecer armas a la burguesía' desinteresarme de la masa que arrojas por tierra, de su porvenir que apuñalas y de sus mejores combatientes, a los cuales destierras, encarcelas y hundes en el hambre, en nombre de una elástica doctrina que sólo tú pretendes conocer? Puedo aceptar sin reservas la extensión por el mundo de tus métodos de convicción de la clase obrera y escribir que sólo tú debes construir el socialismo?" Panait se contestó que no; muchos otros, la mayoría de la intelligentzia, se contestaron que sí. "Me es imposible hacer el balance de esta inmoralidad. Llenaría volúmenes y más volúmenes, y comprendería a toda la jerarquía, de la cúspide a la base, en la URSS y en la Internacional; unos, por haber engañado; otros, por haber visto hacer y callarse; todos, porque sabiéndolo todo, se lo callan a los ojos del mundo, que tiene, por lo menos, derecho a la esperanza."

Antes de dejar la URSS, Istrati se empeñó en salvar la vida de Russakov, yerno del escritor Víctor Serge, padre del pintor mexicano Vlady. Su caso fue uno entre tantos, donde la fobia antiintelectual, la envidia de un vecino, la cultura de la delación y la intolerancia ideológica se unieron para destruir a un hombre y su familia. De regreso a Francia, Istrati publicó Hacia la otra llama, donde reconstruyó su experiencia en la patria socialista. No son las memorias de un "rusófilo arrepentido"; es el testimonio de un hombre para quien el socialismo era la negación radical del mundo donde le había tocado vivir, de la muerte de su madre en la miseria de Rumania, de los jacalones donde vivían y viven la mayoria de los hombres. Su rebelión partía no del complejo de clase de los intelectuales que en ese tiempo, y después, vieron la doble realidad de los discursos y las calles y prefirieron regresar a casa ocultando lo que la evidencia les decía, aterrados de que esa contundente realidad no fuera más que una deformación óptica debida a su cultura burguesa. Por innegociables, las palabras de Istrati fueron condenadas por sus contemporáneos.

"Vencidos son todos aquellos hombres que, al declinar su vida, se encuentran en desacuerdo sentimental con los mejores de sus semejantes escribió Istrati. Yo soy uno de esos vencidos. Y puesto que existen mil maneras de encontrarse uno en desacuerdo sentimental con sus semejantes, he de precisar que se trata aquí de esa penosa separación que arroja a un hombre al margen de una clase, al cabo de una vida de aspiraciones comunes a esa clase y a él, que, sin embargo, sigue fiel a la necesidad, que le ha impulsado siempre, de combatir por la justicia." A Panait se le despedió como a un sirviente desagradecido. Las palabras del escritor comunista Henri Barbusse son elocuentes del clasismo que vio en Istrati a un buen salvaje primero, y después a un bárbaro desatento: "El escritor rumano que acudió a nosotros sin nombre, pobre y haraposo, nos vuelve la espalda bien provisto de todo. Teme perder el bienestar adquirido a nuestro lado y con nuestra ayuda, y se va con los que pagan mejor y al contado. Buen viaje".

El caso de Istrati no tuvo la relevancia pública que adquirió el de André Gide diez años después. El autor de Hacia la otra llama no era la gran figura de la élite intelectual francesa; era un emigrante a quien se echó por la puerta de servicio sin mayor escándalo y se le hundió después en el olvido. No existen fotos como las de Gide al lado de Stalin; cuando el literato francés pronunciaba su discurso en los funerales de Gorki, todos habían dado por concluido el episodio de Istrati, quien había culpado precisamente a Gorki de ser el escritor con mayor responsabilidad en la simulación y la mentira. Cuando Gide abordaba su avión para emprender el viaje a Moscú que terminaría en su célebre Regreso de la URSS, Istrati había muerto de tuberculosis en Rumania. Europa se disponía a poner a prueba sus armas y estupidez totalitaria, y en Bucarest los jóvenes fascistas de la Guardia de Hierro decidieron apropiarse del cuerpo de Istrati. Para los disciplinados analfabetos de la Guardia de Hierro no valían de nada sus novelas, sus luchas socialistas, la simpatía explícita por la República española y su declarado antifascismo. Haciendo uso de los mismo lentes que empleaban sus adversarios, Istrati fue para ellos un enemigo del comunismo, su enemigo. De nada valieron las peticiones y reclamos de Berthine, su mujer: envolvieron su cuerpo con la bandera fascista, entonaron sus marciales himnos y lo sepultaron como a uno de los suyos.

La tierra cubrió el cuerpo de Panait Istrati y la segunda guerra mundial acabó de enterrarlo en el olvido. En México, Kyra Kyralina, Rusia al desnudo, Tsatsa Minca y Codin sobreviven en los profundos estantes de las librerías de viejo de la calle de Donceles esperando a sus lectores de hoy. "El bolchevismo escribió Istrati no ha triunfado en la URSS gracias a los furiosos cosacos armados de irresistibles lanzas; y el día en que no tenga más que lanzas para atravesar el corazón de los hombres, sus días estarán contados." La URSS desapareció y sus escombros alcanzan a cubrir también los restos de Panait Istrati. Joseph Kessel escribió en un texto publicado en La Nouvelle Revue Française a propósito de la aparición de Oncle Anghel: "Vagabundo, descargador o contrabandista, poco importa lo que fuese. Lo único esencial es que ha conservado el recuerdo de las estrellas que velaron su sueño inquieto, y que ha sabido discernir del polvo de los grandes caminos su grano ardiente. A través de toda la miseria y de toda la fatiga, ha llevado, intacto, un corazón de hombre."