La Jornada Semanal, 7 de abril de 1996
Kurt Vonnegut es uno de los más irreverentes renovadores de la novela norteamericana. Usando recursos del comic y la ciencia ficción, Vonnegut ha dotado de humor a sus negras visiones de la sociedad norteamericana. Su novela más conocida, Matadero cinco, recoge sus experiencias durante el bombardeo de Dresde, en la segunda guerra mundial. Entre muchas otras obras, también ha firmado las novelas Hocus pocus y Pájaro enjaulado, y el libro de ensayos Domingo de ramos. El periodista argentino Mario Szichman ofrece un ensayo sobre el novelista y una conversación acerca de su trabajo más reciente.
El año es el 2001. Eugene Debs Hartke, el protagonista de
Hocus Pocus, veterano de Vietnam y profesor universitario,
aguarda ser llevado a juicio como presunto autor intelectual de una
fuga en masa de una prisión de máxima seguridad. Y,
mientras espera el inicio del proceso encerrado en una biblioteca que
cobija 800,000 volúmenes (como en la mayoría de las
bibliotecas, opina el protagonista, "casi todos los libros
están escritos para o acerca de la clase gobernante"),
mata el tiempo pasando revista a su historia personal. Ésta va
inextricablemente ligada al último medio siglo de historia
norteamericana, desde la segunda guerra mundial en adelante, pasando
por la guerra de Vietnam hasta llegar a un cercano futuro donde lo
único que resta a un optimista es aguardar una buena
explosión termonuclear para acabar con los habitantes de este
valle de lágrimas.
Debs Hartke escribe sus recuerdos en toda clase de hojas, desde papel para envolver hasta descartadas tarjetas de negocios. Las líneas que separan pasajes dentro de cada capítulo "indican dónde un pedazo de papel se acabó y el otro comenzó. A pasaje más corto, pedazo de papel más pequeño". Este tipo de técnica narrativa va construyendo un collage de gran coherencia interna que es una de las marcas de fábrica del último Vonnegut, como lo demuestra su más reciente libro de ensayos, Destinos peores que la muerte. En ambos casos, el autor impide al lector dormirse sobre sus laureles usando bruscos saltos temporales, devastadores comentarios de dos o tres líneas y la narrativa en primera persona de un ser que, como su bienamado antecesor Mark Twain, escribe con una pluma calentada en el infierno.
En el cercano futuro diseñado por Vonnegut, Estados Unidos es "una nación en bancarrota cuyos bienes han sido vendidos a extranjeros, una nación empantanada por plagas incontrolables y superstición y analfabetismo y una televisión hipnotizante, y que carece virtualmente de servicios de salud para los pobres". Algunas cosas han desaparecido, entre ellas la selva amazónica y el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, quemado hasta los cimientos aparentemente por algún incendiario aburrido, y convertido en un terreno baldío que adquirió un japonés. La presencia japonesa se nota en otros sectores. La prisión en que está encerrado Debs Hartke ha sido entregada a un consorcio nipón "que ha reducido el despilfarro y la corrupción casi a cero y sólo cobra al Estado por el castigo de prisioneros apenas un 75 por ciento de lo que el Estado solía pagarse a sí mismo por idénticos servicios". Pero ese "ejército de ocupación cuyo uniforme es un traje de tres piezas" no parece muy satisfecho tras haber comprado Estados Unidos. Tal como confiesa al protagonista el asiático director de la prisión, "Estados Unidos es nuestro Vietnam". (Después que Vonnegut publicó Hocus Pocus, su casa editora, Putnam's, fue adquirida por empresarios japoneses.)
Excepto los negocios controlados por la mafia, todo ha sido vendido al extranjero. Y la principal industria de Estados Unidos es "la obtención y distribución de productos químicos que, cuando son incorporados de una u otra forma al torrente sanguíneo, brindan a cualquier persona en capacidad de adquirirlos, infundados sentimientos de realización personal".
Lo que hace fascinante Hocus Pocus es que su ficticio narrador resulta un ser caracterizado por sus buenos modales y su inextinguible amoralidad. Vonnegut, que ya ha creado su propia progenie literaria a lo largo de 13 novelas, seguramente debe haber pensando en Howard W. Campbell Jr., el protagonista de la magnífica Madre Noche, a la hora de diseñar a Eugene Debs Hartke. Así como Campbell era al mismo tiempo el perfecto villano y el abnegado héroe, acusado públicamente de crímenes de guerra nazis y secretamente exaltado como patriota por haber rendido a los aliados invaluables servicios en el campo del contraespionaje, Debs Hartke es por un lado un hombre capaz de enorme compasión y de gestos generosos, muy bien educado ("No hay palabras obscenas en este libro", dice, porque dichas palabras "permiten a personas que no desean escuchar información desagradable cerrar sus oídos y sus ojos" ante los demás), y por el otro, un abyecto cobarde y un cínico que como publirrelacionista en Vietnam consideraba "tan natural como respirar el decirle a la prensa y a los reclutas que bajaban de buques y aviones que estábamos claramente ganando, y que la gente en nuestro país debería sentirse orgullosa y feliz por todas las cosas buenas que estábamos haciendo aquí"; luego, concluye con esta línea: "Aprendí a mentir de esa manera en la universidad."
Que este personaje tenga la carnalidad suficiente como para embaucar al lector y forzarlo a leer Hocus Pocus en una sola sentada, resulta un buen comentario acerca del arte narrativo de Vonnegut. Debs Hartke no es sólo una voz. Es un ser humano demasiado consciente de sus debilidades y demasiado lúcido como para tener esperanza. Y, como su creador, se la pasa haciendo las mismas incómodas preguntas que los niños plantean a sus mayores: Qué es el bien? Qué es el mal? Para qué estamos en la Tierra? Por qué hay guerras? Debs Hartke/Vonnegut carece de respuestas, pero sus interrogantes y sus descubrimientos no dan tregua al lector y pueden garantizarle algunas saludables, jocosas noches sin dormir. Como señala el protagonista: "la verdad puede ser muy divertida en cierta horrible forma, especialmente cuando está vinculada a la codicia y a la hipocresía".
La Jornada Semanal, 7 de abril de 1996
Cuando Hocus Pocus apareció en Estados Unidos,
muchos críticos acusaron a Kurt Vonnegut de ser un incurable
pesimista debido a sus palabras de alerta sobre la vertiginosa
destrucción del medio ambiente. Otros, lo tacharon de incurable
optimista por ubicar la acción de su novela en el año
2001, brindando al homo sapiens la insensata esperanza de que
podrá arribar al siglo XXI.
Vonnegut se disculpa indicando que a veces es muy difícil seguirle los pasos al ser humano a causa de los radicales cambios en la tecnología. "Le voy a dar un ejemplo: en cierta ocasión escribí un cuento que tenía como protagonista al dueño de un cine donde proyectaban películas pornográficas. El cuento lo escribí hace cuatro años y ya se ha convertido en una irrecuperable pieza de museo. Hoy en día, a nadie se le ocurre ir a un cine a presenciar filmes pornográficos cuando los puede ver tranquilamente en su videocasetera. Si tuviese que escribir el cuento de nuevo, debería catalogar al dueño del cine como un incurable idiota que cree que puede atraer espectadores a su sala. Eso le da una idea de nuestros cambios tecnológicos. Y creo que el cambio final será crear seres humanos artificiales. No porque sean necesarios, sino porque al parecer los seres humanos naturales han perdido las ganas vivir en nuestro planeta."
Vonnegut reconoce que Hocus Pocus es mucho más amarga que por ejemplo su famosa Matadero Cinco, donde narró sus experiencias personales como soldado del ejército norteamericano tras ser capturado por los alemanes en los meses finales de la segunda guerra mundial, tuvo el horrendo privilegio de presenciar el bombardeo aliado a Dresde, donde murieron 135,000 personas.
"En Matadero Cinco todavía tenía esperanzas de que podríamos construir una nueva sociedad", dice. "Pero ahora resulta obvio que no estamos en condiciones de construir nada. Y creo que eso es el resultado de la falta de liderazgo en los Estados Unidos."
En un futuro tan turbulento como el diagnosticado por Vonnegut, existe espacio para sus novelas?
Depende en gran medida de si hay gente dispuesta a dictar clases sobre mis libros en las universidades. Vea lo que está ocurriendo ahora con Ernest Hemingway, por ejemplo. Hace dos años asistí a una conferencia de expertos en Hemingway que se hizo en Boisie, Idaho. Y allí descubrí que ni siquiera un solo relato de Hemingway es leído en la actualidad en los cursos preuniversitarios. Por lo tanto, es presumible que la reputación de Hemingway se extinguirá lentamente. En mi caso, hay todavía gente que escribe tesis doctorales sobre mi obra, lo cual significa que seguirán dictando clases acerca de ella Pero las reputaciones sobreviven también por razones extrañas. Si Van Gogh no se hubiera cortado la oreja ni hubiera cometido suicidio, me pregunto si sus pinturas serían adquiridas a los fabulosos precios de hoy en día. Y después está el Premio Nobel, que garantiza cierta cuota de inmortalidad. Así como el hablar contra él De hecho, Luis Ferdinand Céline debería haber ganado el Nobel por sus novelas Muerte a crédito y Viaje al fin de la noche. Lamentablemente, cometió la indiscreción de decir, luego de concluir la segunda guerra mundial, "cada trasero envaselinado de Europa ha recibido su Premio Nobel. Dónde está el que me corresponde a mí?". Por supuesto, nunca se lo dieron. Pero creo que sus novelas sobrevivirán a la carencia del galardón.
Existe alguna novela de Vonnegut que tenga garantizada la inmortalidad?
Tal vez Cat's Cradle. Me siento orgulloso de ese libro. Creo que es el más inteligente de los que he escrito. La novela más perdurable de Voltaire es Cándido, no? Pues bien, mí Cándido es Cat's Cradle.
En Matadero Cinco, Vonnegut recuerda un consejo que le dio su padre antes de morir: "Nunca escribas un relato donde el protagonista es el villano." Sin embargo, los relatos de Vonnegut están repletos de villanos, como el famoso Howard W. Campbell Jr., de Madre Noche. Por qué su fascinación con la gente mala?
Bueno, porque creo que la gente mala constituye una parte importante de nuestra población Pero no quiero que se me entienda mal. Si bien los villanos constituyen una parte importante de la población, no representan el sector principal. Usted sabe, recibo mucha correspondencia, presuntamente porque muchos me consideran simpático. Y hace poco una mujer me escribió una carta preguntándome si valía la pena traer un hijo a este mundo terrible. Yo le contesté que la vida vale la pena de ser vivida justamente por la cantidad de santos con los que uno tropieza. Y uno puede encontrarlos de manera inesperada. En el ejército, en un hospital, casi en todas partes. Se trata de gente tan virtuosa, amable, fuerte no necesariamente religiosa, tan increíblemente decente y justa, que resulta muy excitante encontrarla. Casi más divertido que pescar un pez enorme o batear un jonrón en el beisbol.
A los 71 años de edad, afectado por una carraspera producida por la inhalación de entre 60 y 80 cigarrillos diarios, enorme y frágil, Vonnegut sigue produciendo libros devorables ("leer a Vonnegut", indicó una revista literaria, "es algo más que un placer; es una adicción").
Tal vez mi accesibilidad como escritor se deba a que aprendí de muy buenos narradores. Por ejemplo, Robert Louis Stevenson. Uno de mis deseos hubiera sido escribir La isla del tesoro, que cuenta con una frase fabulosa al final de su primera parte. Mientras el buque se hace a la mar, el joven protagonista de la historia pregunta al capitán del navío: "Dígame, señor Silver, ha visto alguna vez en su vida a un pirata de verdad?", y resulta que toda la tripulación del buque, incluido su capitán, está formada por piratas.
Vonnegut también deja el legado de una situación fabulosa en su novela Madre Noche. Campbell, el protagonista, está detenido en una celda, en Israel. Cierta noche uno de sus compañeros de cárcel, ansioso por escribir sus memorias, le consulta tímidamente a Campbell: "Dígame, usted dedica ciertas horas del día a escribir, sin importar si tiene o no ganas, o prefiere dejarse llevar por un rapto de inspiración?" El que formula la interrogante es Adolf Eichmann. Es una pregunta que Vonnegut ha escuchado frecuentemente, aunque no planteada por criminales de guerra.
Creo que todo escritor responde a esa pregunta de la misma manera. Escribo todos los días, incluso sábados y domingos. También en Navidad. Bueno, creo que la mayoría de las personas no puede darse ese lujo, pues debe trabajar en empleos de ocho horas. No todos los libros brindan mucho dinero para vivir de ellos. De hecho, de los 250 millonesde personas que viven en Estados Unidos en la actualidad, yo soy uno de los 300 que pueden ganarse la vida escribiendo. Es por eso que escribo todos los días, para ganarme el jornal. Trabajo un promedio de cuatro horas, el tiempo que Dios o nuestra evolución nos otorga para exhibir nuestra agudeza. Mis cuatro horas en la actualidad son de 5 a 9 de la mañana. Antes solían ser de 8 de la mañana al mediodía. Pero deben ser horas continuas de trabajo. De esa manera, tardo entre tres y cuatro años en finalizar un libro. Y eso, pese a su aparente simplicidad. Lo que ocurre es que la sencillez es el resultado de un trabajo endiablado.