Cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional convocó al Foro Americano contra el Neoliberalismo y por la Humanidad que concluyó ayer en La Realidad, Chiapas, no introdujo el tema en el debate nacional e internacional, sino que se incorporó, a su manera, a una discusión que ha estado presente desde hace varios años, y le dio, al hacerlo, una nueva vigencia. El encuentro mencionado, a pesar de la virtual y comprensible unanimidad de sus participantes en contra del neoliberalismo, produjo reflexiones dignas de consideración.
Mucha tinta ha corrido para definir, deslindar, precisar y centrar la discusión en torno al ``modelo económico'' vigente hoy en la mayoría de los países del mundo, las reglas del juego que rigen los intercambios monetarios, financieros y comerciales en el mundo y la globalización de la economía. Se ha debatido intensamente, también, la cuestión de si cuando se habla de neoliberalismo se está haciendo referencia a una política determinada o una mera descripción de la economía real.
Para obviar estas polémicas, que tienen mucho de académicas y no poco de bizantinas, puede afirmarse que lo que está en el centro del debate es la viabilidad de una propuesta de manejo económico que propugna el adelgazamiento del Estado y se opone a su intervención en la economía; que concede al mercado la condición de máxima y, de preferencia, única fuerza reguladora; que pregona la libertad de comercio entre países y bloques; que ve en la inflación el mayor de los males económicos y la combate a casi cualquier costo social; que predica la desaparición de organizaciones sociales o la drástica reducción de sus funciones y atribuciones; que se preocupa más por la salud de los ámbitos monetarios y financieros que por la sobreviviencia de los sectores productivos; en fin, que niega la existencia de políticas alternativas y se describe a sí misma como la única fórmula viable para abordar, desde el poder, los complejos fenómenos económicos del fin de siglo. Ningún gobierno afirman los defensores del modelo es capaz de sustraerse a las reglas imperantes en el conjunto de la economía planetaria y cualquier política económica alternativa sería una acción voluntarista de resultados necesariamente catastróficos.
El neoliberalismo ha traído como consecuencia espectaculares reactivaciones económicas y el incremento de los intercambios mercantiles hasta grados febriles, en algunos casos; pero casi en todos ellos, el precio ha sido exorbitante en términos de sacrificio de las mayorías, crecimiento de la pobreza, la miseria y la marginalidad recuérdese, por ejemplo, el crecimiento exponencial del número de pobres en Estados Unidos en tiempos de Reagan y de Bush, la extinción de ramas productivas enteras, el deterioro de los niveles de salud, vivienda, alimentación y educación de sectores importantes o mayoritarios y la gestación de descontentos políticos, inestabilidad institucional e incluso brotes de violencia de diversas clases.
En México, la aplicación de las políticas económicas en cuestión no ha sido la excepción en el escenario mencionado anteriormente; en consecuencia, el debate sobre eso que ha dado en llamarse neoliberalismo es necesario y vigente, y por ello el encuentro convocado por los rebeldes chiapanecos tiene una trascendencia que es preciso reconocer, tanto en nuestro país como en el resto del continente.
Por lo demás, la discusión no puede cancelarse con descalificaciones simples ni con anatemas en uno u otro sentido lanzados desde posturas meramente ideológicas. Más allá de cuestiones semánticas, es claro que el país carece de una propuesta económica global capaz de conciliar la reactivación, el crecimiento y la estabilidad financiera con el bienestar de la población o que, en otros términos, armonice la preocupación por los indicadores macroeconómicos con acciones efectivas de combate y erradicación de la pobreza, la marginación y el desamparo social. Y para construir tal propuesta es necesario, en primer lugar, que los críticos y los defensores del neoliberalismo sean capaces de escucharse mutuamente.