Hablar de neoliberalismo es entrar a un territorio de arenas movedizas. Demasiadas genericidades, demasiadas simplificaciones. Los libretos ya están escritos y cada uno lee el propio. Territorio de símbolos sagrados, para decirlo rápidamente. El neoliberalismo es un fenómeno complejo, muchas cosas al mismo tiempo: retorno del mercado como principio casi-único de organización social, darwinismo social, globalización económica desregulada, confianza irrestricta en el progreso tecnológico, reafirmación del individuo a costa de las sociedades, desconfianza en el Estado. Una de las claves es el escepticismo hacia la voluntad. Con el derrumbe del comunismo y la crisis del Estado social, el neoliberalismo se afirma como renuncia a cualquier proyecto. El mercado es todo; la voluntad sólo produce monstruos. El neoliberalismo se nos presenta así ya no como un proyecto sino como renuncia a cualquier posible proyecto, como racionalización de las necesidades de las gigantescas fuerzas económicas y tecnológicas hoy en campo. Aquello que favorezca el despliegue de estas fuerzas es bueno; aquello que pueda limitarlas (para conservar equilibrios ecológicos o mejorar la calidad de la vida) es malo.
Pero frente a esto es esencial evitar las simplificaciones. Muchos críticos tienden a confundir neoliberalismo y capitalismo, dando la impresión de que disponen de las fórmulas para superar a ambos. A veces hasta se llega a confundir neoliberalismo y liberalismo en el terreno político, suponiendo la existencia a la vuelta de la esquina de una democracia alternativa de tipo no liberal. Y es así como la necesaria crítica del neoliberalismo se convierte en un manifiesto de deseos construido fuera de la historia y de sus fuerzas reales.
Hay que reconocer los datos de la realidad. Uno de ellos es que la humanidad no dispone hoy de la capacidad para proponerse el tema de la superación del capitalismo. El problema es entonces el de convivir con aquello que ha sido el esqueleto de la modernidad a lo largo de cinco siglos el capitalismo tratando de mantener abiertas las puertas a desarrollos diferentes.
Tenemos en la actualidad dos modelos abstractos. Uno de ellos supone un estado mínimo y la plena libertad de las fuerzas del mercado. Hasta ahora este modelo ha favorecido un extraodinario avance técnico y una notable ampliación de necesidades de nuevo tipo. Pero ha generado también una globalización salvaje, una aguda fragmentación social y una sustancial desatención hacia la conservación de los equilibrios ecológicos y los problemas de la calidad de la vida. Del otro lado, más que un modelo tenemos una necesidad, la de convertir el desarrollo en un proceso socialmente concertado. Se trata de sondear la posibilidad de crear espacios de negociación permanentes entre fuerzas sociales. Espacios en los cuales empresarios, sindicatos, autoridades políticas, asociaciones de desempleados y grupos ecologistas puedan participar en la definición de estructuras flexibles de desarrollo.
La política económica no puede ser expresión de una estricta sabiduría técnica sino el punto de confluencia entre necesidades de eficiencia y necesidades de bienestar. Ambas, socialmente concertadas. Y es aquí donde está el ``error'' del neoliberalismo. Un error que consiste en suponer que las empresas son todo y las sociedades nada. El problema es muy sencillo: es posible ser eficientes en el largo plazo en medio de sociedades agudamente segmentadas? Los neoliberales (cualquier cosa quiera esto decir) a final de cuenta piensan que sí. Pero hay muchos otros que pensamos que no. Ningún avance de eficiencia es posible en el largo periodo si no va acompañado por una creciente integración de los mercados y de las sociedades, por mayores niveles de bienestar y de cultura. Cómo pueda ser esto posible mientras las sociedades experimentan graves procesos internos de balcanización, es aquello que el neoliberalismo no sabe, ni está interesado en saber. El neoliberalismo entiende de estabilidad social pero no de democracia, así como entiende de eficiencia pero no de integración social ni de justicia.
La crítica al neoliberalismo es esencial. Pero aquéllos que pretendan asumir esta tarea deben saber a qué se enfrentan. Se enfrentan a la tarea de pensar en otras formas de globalización económica mundial, a la tarea de definir nuevos puntos de equilibrio entre desarrollo tecnológico y pleno empleo, entre libertad de empresa y derechos sociales. No estamos frente a un juego que pueda jugarse a golpes de declaraciones ideológicas que, como a veces ocurre, ocultan el desconcierto frente a fuerzas de la historia hacia las cuales no se tienen respuestas reales.
En las élites económicas y políticas de la realidad contemporánea, el neoliberalismo se ha convertido en una pasión redentora con tonos de milenarismo laico. Un punto alto de inconciencia histórica. Para las nuevas élites de fin de siglo la historia del capitalismo es historia del mercado. Las sociedades y la política a lo sumo pueden pretender un status de apéndices. Gracias a dios nadie se lo dijo a Colbert, a Cromwell, a los hermanos Pereire o a De Gasperi. De haber sido así estaríamos ahora en la sociedad del siglo XVIII con, tal vez, tecnología del siglo XX.