Con los recientes acontecimientos en Riverside, California, se ha destapado una grave realidad: las terribles condiciones que padecen los mexicanos que cruzan la frontera en búsqueda de trabajo. La golpiza que los sheriffs de Larry Smith le dieron a tres mexicanos, y que gracias a un video del Canal 9 de Los Angeles se pudo ver en México y en Estados Unidos, es una evidencia documentada de esa realidad. Sólo unos días después siete mexicanos murieron cerca de Temecula, al sur del condado de Riverside, cuando eran perseguidos por la famosa patrulla fronteriza (Border Patrol). Los datos que maneja la Secretaría de Relaciones Exteriores son alarmantes: en los últimos seis años cerca de 100 migrantes mexicanos han muerto víctimas de las corporaciones policiacas en Estados Unidos (La Jornada, 6/IV/96).
La golpiza y la muerte de la Semana Santa son dos hechos que obligan a una amplia discusión del problema. Resulta claro que la única diferencia es que en esta ocasión hubo un video. Hay al menos tres problemáticas que se juntan en el nudo de esta violencia racista. En primer lugar, existe un clima adverso en contra de los migrantes mexicanos que ha sido impulsado por una corriente amplia de actores políticos, desde el gobernador Pete Wilson y su iniciativa de ley 187, pasado por la campaña del senador Robert Dole y el conservador Pat Buchanan, hasta las definiciones de enero pasado del presidente Bill Clinton en materia de política antimigrante, con lo cual tenemos un cuadro bastante homogéneo entre republicanos y demócratas. Durante meses hemos escuchado en México una opinión muy cuestionable que hoy se ha derrumbado por completo: se trata de una coyuntura electoral, lo cual implica que es pasajera y que después de los comicios se regresará a la ``normalidad''. Esta justificación es inaceptable porque todas las evidencias apuntan hacia un rasgo estructural de largo plazo. Un clima es un espacio de opiniones y de actitudes que se conforma en un plazo relativamente largo, y que llega a formar parte de una ideología, alimenta valores y se traduce en actitudes. En este caso hay que reconocer que la visión de que los mexicanos que migran son causantes de la crisis y que le quitan el trabajo a los estadunidenses ha cobrado sentido para una parte significativa de la opinión pública; los migrantes mexicanos son, en este contexto, una minoría amenazante. Con estas referencias se puede entender de mejor forma la lógica racista y excluyente que ha permeado a amplios sectores de la sociedad de los estados sureños como California y Texas, de la cual, la golpiza en Riverside no es sino una expresión de este conjunto.
En segundo lugar, resulta paradójico que atravesemos por un clima de racismo recrudecido en el momento de mayor integración económica y comercial entre México y Estados Unidos. La migración laboral no es un fenómeno nuevo, y es falso que los migrantes mexicanos le quiten el empleo a los trabajadores estadunidenses. Por ejemplo, hay estudios que han demostrado cómo los ciclos agrícolas de Estados Unidos requieren de mano de obra mexicana; o también, de qué manera hay puestos que sólo son desempeñados por migrantes. Situaciones de este tipo contribuyen a incrementar la productividad en Estados Unidos y no a reducirla. Si la migración es una problemática compleja y cotidiana muy importante para ambos países, resulta muy extraño que nuestros ``negociadores'' del TLC hayan dejado por completo fuera este tema, como una concesión que cada vez resultará más costosa para México.
El tercer aspecto, es la parte mexicana en el problema, la cual se compone de varios frentes: hay una evidente falta de definición del gobierno mexicano sobre el tema; los discursos salinistas de que con el TLC habría empleo para los mexicanos en México y que la migración casi desaparecería, hoy resultan demagogia pura; una parte importante del problema migratorio recae sobre el gobierno mexicano que no ha podido generar las condiciones para que millones de trabajadores no tengan que ir a buscar trabajo en Estados Unidos. Con la crisis económica se ha incrementado el cruce de trabajadores al otro lado y las promesas de empleo del TLC han quedado incumplidas. Otro de los acentos importantes del tema tiene que ver con la debilidad del gobierno mexicano, no sólo la falta de una política, que lleva a la falta de una defensa adecuada, como lo señala Jorge G. Castañeda (Proceso 1014), sino la incapacidad o falta de interés en contrarrestar el clima adverso que se ha generado hacia los migrantes mexicanos. Después de la experiencia del TLC ya no pueden existir pretextos que justifiquen la falta de oficio al respecto; ya se sabe cómo ser eficientes para hacer lobbys y construir climas positivos en torno a México. El gobierno de Ernesto Zedillo tiene la obligación de plantear una política frente Estados Unidos en materia de migración. En este caso no basta con los discursos nacionalistas, que de todas formas no se escucharían bien en boca de la tecnocracia mexicana que gobierna hoy el país, ni tampoco con la protesta de la víctima; hoy se requiere un esfuerzo adicional.
Los mexicanos que migran hacia Estados Unidos también son responsabilidad de este país y de este gobierno. Se necesitan no sólo mejores condiciones laborales en México, sino además una política más agresiva y eficiente, pero no en México, sino allá del otro lado de la frontera, para impedir más casos como el de Riverside.