En Doctor Andrade, emporio de falsificadores
Dos horas y 2 mil pesos bastan para que un extranjero se convierta en mexicano o bien para que un nacional cambie de nombre y hasta se convierta en profesionista.
En la calle de Doctor Andrade, entre Río de la Loza y Arcos de Belén, frente a las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) y a un costado de la Oficina Central del Registro Civil, coyotes, falsificadores y ladrones actúan con toda impunidad.
Cualquier persona puede adquirir un acta de nacimiento, una cartilla del servicio militar liberada y hasta un certificado de preparatoria o título de nivel licenciatura, con sólo tener el dinero necesario.
Unos 15 coyotes se dedican de las 10 a las 16 horas a falsificar documentos y cada trámite les toma media hora.
La banda de falsificadores habita, según denuncias de vecinos, en el número 14 de Doctor Andrade. Algunos de sus miembros fueron detenidos en ese domicilio en marzo, pero con un pago de entre 5 mil y diez mil pesos fueron puestos en libertad bajo fianza, de acuerdo con informaciones publicadas en su oportunidad.
Los falsificadores quedaron libres debido a que el Código Penal del Distrito Federal, en su artículo 243, menciona: ``El delito de falsificación de documentos públicos o privados se castigará con prisión de seis meses a tres años o de 180 a 360 días de multa'', y que en ninguno de sus apartados considera la posibilidad de negar ese derecho.
La explanada de la Oficina Central del Registro Civil, dependiente del Departamento del Distrito Federal (DDF), sirve para enganchar a clientes, mientras que en Doctor Andrade funciona el taller de impresión para los documentos.
Los coyotes y falsificadores se enfocan principalmente en donde hay largas filas. En voz baja preguntan: ``¿Qué se le ofrece?'', ``¿le ayudo?''
Al que acepta sus servicios le piden los datos para el documento y en ellos se basan para entregar a los clientes ``actas originales, con sello y todo''.
Otros servicios son la expedición de cartillas liberadas, por las que piden 800 pesos; certificados de preparatoria, mil 200, y títulos profesionales en 2 mil pesos.
Las actas de nacimiento se obtienen sin más requisito que el pago de 200 pesos. Incluso se pueden solicitar a nombre de cualquier héroe revolucionario.
Tal es el caso de un acta falsificada --en poder de La Jornada-- a nombre de Doroteo Arango López, mejor conocido como Pancho Villa, quien de acuerdo a la solicitud debía contar con cinco años y cumplir seis antes de septiembre para poder ingresar a primaria el ciclo entrante.
El acta conseguida fue elaborada supuestamente en el juzgado primero el 10 de diciembre de 1991, ante el juez Enrique Ledesma y asentada en el libro 22, foja 104.
El documento presenta dos sellos que a la letra dicen: Departamento del Distrito Federal. Oficina Central de Registro Civil. Certificaciones. De acuerdo a ese documento, Doroteo Arango vive en la calle de Balderas número 28, colonia Centro.
Sin ningún temor, los falsificadores actúan en la explanada de la Oficina Central del Registro Civil, a pesar de que durante marzo algunos de ellos fueron detenidos.
Denuncias de vecinos señalan que el 50 por ciento de los coyotes habita en Doctor Andrade 14 y que ahí opera la banda de El Ardilla.
Temerosos por los constantes asaltos y amenazas de que son objeto, indicaron, de manera anónima, que la vecindad sirve de centro de operaciones para la banda, la cual es integrada por Gloria, una mujer cercana a los 50 años de edad; Daniel, de 28 años; Angel, de 26, y El Pericles, Saúl y Erick, que no superan los 20 años de edad.
A principios de marzo, la PGJDF detuvo a diez de los coyotes bajo el cargo de falsificación de documentos; sin embargo, tras el pago de entre 5 mil y diez mil pesos todos quedaron en libertad y de nueva cuenta operan en la explanada del Registro Civil.
A mediados del mismo mes, la Procuraduría realizó una operación para detectar el lugar donde se imprimían los documentos, sin lograr resultados satisfactorios.
Testigos del cateo en la vecindad de Doctor Andrade14, indicaron que los propios agentes judiciales llegaron momentos antes para alertar a los falsificadores y que éstos pudieran huir.
Esa ocasión, los agentes judiciales, con armas de alto calibre en mano y pasamontañas en la cara, abrieron a puntapiés las puertas. No encontraron la imprenta ni a los falsificadores. (Gustavo Castillo).