Luis Linares Zapata
Límites a los modernizadores

Las divergencias entre las élites económicas mexicanas, fruto de los reacomodos y los daños ocasionados por la crisis que corren al parejo del desgaste sufrido por el modelo político y de crecimiento, en cupular boga desde hace una docena de años, forman un arco de enormes tenazas que se van cerrando alrededor del gobierno y su capacidad de conducir ciertos programas recientes.

Los intentos modernizadores de la actual administración, en su empuje sin contemplaciones ni titubeos, parecen encontrar límites francos a sus pretensiones. Unos obstáculos vienen de los repetidos como trágicos fracasos para impulsar un crecimiento económico sostenido y suficiente que extienda, además, sus beneficios entre los demandantes. Otros se han ocasionado por una desviada lectura que se hace de los problemas y necesidades de la sociedad, sobre todo aquella influenciada por miradas tecnocráticas que usan datos, mecanismos y soluciones atadas a las variables macroeconómicas como fundamento supremo de los actos de gobierno.

Algunos más devienen de los errores en la conducción burocrática, al no introducirse correctivos y reformas necesarias, así como por los mismos abusos de la concentración del poder con su cauda de corruptelas en gran escala.

Tres son los campos de batalla donde la disputa se desarrolla. El primero lo forma la confluencia de intereses que pujan por ingresos presupuestales extraordinarios, a través de los intentos para privatizar las instalaciones de petroquímica (4 mmdd). El segundo lo condiciona el ahorro público (50 por ciento del PIB en 20 años), concretado por la ley que regulará a las Afores. Por último, el forcejeo que se da por los subsidios (10 mmdp), sus canales, intermediarios y clientelas que delinean la formulación de lo que, al parecer, es visto desde Los Pinos como una ``política social acabada'': la ya famosa tarjeta ``inteligente'' que, se dice, hará posible el auxilio individualizado a los pobres.

En estos tres nudos, ingresos, ahorro y subsidios, destacan los mismos supuestos de buscar la eficiencia a través de la participación de empresas extranjeras con su tecnología de punta, capacidad de organización y recursos financieros en moneda dura. Sus beneficiarios, por tanto, son idénticos. Similares los objetivos de modernización y un modo de operación impositiva que no quiere aceptar, siquiera, la mínima desviación de los planes establecidos y convenidos con los acreedores.

En los tres se está poniendo en juego todo el peso de la Presidencia para ``convencer'' y suavizar los retobos que se dan sobre todo dentro del PRI y en parte sustantiva de la misma coalición gobernante. En los tres la presión externa es tan fuerte como quisquillosas sus pretensiones de rapidez para asegurar el buen negocio. En el caso de la tarjeta ``inteligente'' hay compromiso condicionado del Banco Mundial para establecerla. Sobre las Afores gravita toda una constelación de fieles seguidores e intérpretes del modelo chileno y los planes de las administradoras de fondos pensionarios norteamericanas que, con seguridad, vendrán solas o asociadas con sus agentes de penetración: los grupos financieros ya establecidos y sus promotores hacendarios (el TLC lo dice, argumentan).

En la petroquímica el trabuco externo es formidable y no titubeará en movilizar sus vastas energías para tener lo que será una suculenta tajada del pastel industrial en México. Estas son las piezas principales del ajedrez propositivo de los tres programas citados. Las fuerzas externas en consonancia con la Presidencia autoritaria y ella apoyándose en sus beneficiados internos mediante la palanca combinada de parte de la burocracia federal, sobre todo la hacendaria y los reflejos de subordinación priísta.

Por fuera y resistiendo el embate, se mueve todo un conglomerado de individuos, partidos, agentes sociales y herencias nacionales que van limando diferencias y coaligando posturas en una defensa que tiene de todo un mucho y otro poco adicional no previsto. Tiene, es cierto, viejos y caducos feudos sindicales, miseria e intermediación gravosa, ineficiencias probadas para ejercer con honestidad y pertinencia el gasto oficial, puestos públicos como prebendas conquistadas y un precario aparato productor, pero también contiene partes de lo mejor que se viene gestando en la República. Entre ellos están los enclaves realmente modernos y democratizantes que sostienen la transición, las secciones industriales más productivas, partidos con activas correas de contacto y representación. Es decir, ese México deformado en sus tiempos y clases, superpuesto y cohabitable. El México profundo y abandonado, el de las corporaciones y cacicazgos justo al lado del prometedor, crecientemente urbano y moderno que busca y ensaya métodos propios y se alimenta de difíciles experiencias que la realidad le muestra.

El resultado del encuentro no está, como antes, predeterminado por los dictados del ``fiel de la balanza'', sino por un contrapeso de fuerzas en conflicto. La Presidencia y sus émulos distribuidos tácticamente en ciertas subsecretarías (SHCP, SEP, SS) y coordinados por Téllez, son apoyados desde el exterior y por la vertiente subordinada del sistema. Sus inquietantes como caprichosas visiones buscan imponer caminos que juzgan no sólo los mejores, sino los únicos válidos. Enfrentan la furiosa resistencia de lo atrincherado, lo desconocido del mundo excluido y la emergente sociedad productiva, contestataria y decidida. Esa que se ha ido formando en la lucha cotidiana y cruel de una crujiente realidad nacional. Del resultado saldrán los alientos y normas para continuar, en calma, la urgente reconstrucción que espera después del naufragio sufrido en 1995 y lo que va del 96, pero larvado con soberbia y obcecación desde hace ya mucho tiempo y más torpezas por los mismos o similares actores.