Recientemente ha terminado el Encuentro Americano por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, llevado a cabo en La Realidad, municipio Las Margaritas, Chiapas. En esos mismos días pudimos leer en distintos diarios y revistas de circulación nacional diversas manifestaciones en contra del neoliberalismo: dirigentes obreros independientes y oficialistas, dirigentes empresariales, dirigentes o voceros del PRI, intelectuales y especialistas, consultores económicos y un ex secretario de Hacienda, además, obvio es decirlo, de las fuerzas políticas opositoras y progresistas del país.
Los únicos que no ven lo que está ocurriendo son el presidente Zedillo y algunos de sus colaboradores. Para ellos un relativo control de la inflación y del deslizamiento del peso en relación con el dólar es suficiente. Están convencidos de que la política seguida por Salinas de Gortari en el mismo sentido les va a dar buenos resultados, sin darse cuenta de que esa misma fórmula no puede aplicarse sobre un pueblo al que se le ha aumentado en más del 85 por ciento el costo de la disminuida canasta básica, sólo en lo que va de este gobierno, más lo que ya aumentó en el sexenio pasado.
El control de la inflación es una medida importante para paliar el deterioro de los salarios reales. Peor sería, por supuesto, que hubiera inflación a la par que desempleo masivo y decremento salarial también masivo. Pero esa receta contra la inconformidad social sólo funciona, sólo es paliativo, si en breve plazo hay recuperación económica que facilite incrementos salariales y nuevos puestos de trabajo. Pero no es el caso, sino todo lo contrario.
En 1995 la economía del país se reveló en su verdadera dimensión y el Producto Interno Bruto tuvo la baja más grande desde los años treinta. La caída del PIB rompió la barrera del optimismo incluso del Banco Mundial en su escenario más pesimista para México. El consumo y la inversión, por lo mismo, sufrieron deterioros históricos que necesitarán más de una década para recuperarse si acaso la economía fuera reactivada. El desempleo sigue en aumento y el peso de la economía para quienes todavía tienen trabajo es superior incluso al de los peores años después de la crisis de 1929.
Lo más grave, por si lo ocurrido no fuera suficiente, es que la tendencia de castigo al consumo, según el Grupo de Economistas Asociados, será todavía mayor en lo que queda del año... y apenas estamos en abril. Para facilitar las cosas, en la contradictoria lógica del gobierno, se está dando una escalada alcista por los aumentos de precios en gasolinas, energía eléctrica y servicios públicos. Esta situación, acumulada sobre la anterior, niega en la práctica el exiguo aumento en los salarios mínimos y, todavía más que éstos, los aumentos contractuales que se han dado por debajo de la inflación ``oficial'' (menor que la calculada por los economistas no comprometidos con el gobierno).
Todo esto y más es el neoliberalismo. Si bien es cierto que en determinados momentos y países la situación ha sido peor que la que atraviesa México, no menos cierto es que el modelo aplicado en esos momentos no era mundial, como lo es ahora. Este dato marca la diferencia. Antes era la burguesía de un país la que postraba a su población o la sobrexplotaba hasta la muerte (sin metáforas) o, por el expediente colonialista o imperialista hacía lo mismo, pero más brutalmente, con otros pueblos. Hoy es un sector de la burguesía mundial, un sector pequeño, el que actúa en contra de los trabajadores y sus familiares, pero en todo el mundo, sin discriminación. Ahora son continentes y conjuntos de países los que han perdido el futuro, se les ha borrado el horizonte, no tienen motivos para la esperanza: son prescindibles y nadie está dispuesto a ayudarlos. En buen número de países africanos se pide a gritos que los vuelvan a colonizar, simplemente para no morir de hambre y de enfermedades que, como maldición, los azotan a escala de pandemias.
El neoliberalismo y sus pocos usufructuarios ha logrado subordinar gobiernos, incluso de países poderosos; convirtió a la Tierra en su territorio y sus beneficiarios no tienen más interés que el aumento de su riqueza y del poder que ésta brinda para usar ese poder en defensa de su riqueza. Es, ciertamente, un peligro para la humanidad, y luchar contra él es luchar precisamente por la humanidad. Falta, sin embargo, conciencia de este fenómeno sin precedentes en la historia, pero se está avanzando poco a poco, y no sólo en el ámbito de la gente progresista.