Adolfo Sánchez Rebolledo
Por aquí, señor presidente

A don Manuel Santos, minero

Las declaraciones de Lorenzo Servitge dan cuenta cabal del estado de ánimo que prevalece en algunos círculos de la iniciativa privada. Hay temor, incertidumbre, un cierto desencanto por los éxitos de ayer, convertidos sin remedio en el fracaso nuestro de cada día.

El diagnóstico de la situación, expuesto ante los miembros de la Unión Social de Empresarios Mexicanos, una agrupación católica inspirada en la doctrina social de la Iglesia, tiene un significado particular porque revela con precisión el malestar que agobia a importantes sectores de la élite económica, pero también, y sobre todo, porque muestra con nitidez las grandes líneas de una concepción ideológica que trata de abrirse paso entre las variantes ortodoxas del neoliberalismo y aquellas opciones que pugnan por una mayor intervención del Estado en la regulación de la vida social y económica.

Llama la atención, en este punto, el enorme peso que el análisis de Servitje concede a los aspectos políticos de la coyuntura, los cuales parecen colocarse, en orden de importancia, al mismo nivel si no es que por encima de los enjuiciamientos sobre el estado de la economía o las empresas, que solía ser el terreno privilegiado de la disputa histórica entre el empresariado y el gobierno. Aunque, en este punto, Servitje reitera posiciones conocidas, no deja de llamar la atención que tales objetivos queden resumidos en la aspiración de lograr altas metas de crecimiento, mediante el fomento al ahorro interno y el trazado de una política industrial realista.

No obstante, no son esas las palabras que mejor señalan el significado de esta nueva comparecencia. Servitje dice en público los que muchos otros murmuran en privado: la crisis actual tiene un componente político de cuya solución depende el allanamiento de los demás problemas. Este componente, dicho muy rápidamente, se puede definir como la ausencia de ``un Estado de derecho, en el que la ley y la autoridad sean respetados'', pero se advierte a través de numerosas expresiones, entre las cuales destaca una en particular, la que se refiere al papel que le corresponde al presidente de la República.

Dice don Lorenzo: ``Al presidente de la República le faltó experiencia política y ha tenido que enfrentar problemas de una magnitud que nunca sospechó, pero tiene a su favor un mandato claro y sin duda está aprendiendo''. Convencido de que el ``cambio democrático ya no retrocederá'', Servitje llama a recuperar la fuerza del Estado a fin de impedir el deterioro de la sociedad: ``No puede aceptarse que minorías audaces puedan conseguir con su presión y violencia lo que la ley no les otorga''.

A diferencia de los análisis que suelen difundirse desde las cúpulas empresariales, para Servitje se trata de elaborar un proyecto que tenga presente en forma explícita la necesidad de encarar la realidad inocultable de la pobreza. ``La forma en que viven millones de personas hacinadas en habitaciones exiguas y sin los más elementales servicios es una vergenza nacional'', dijo.

Qué debería aprender el presidente, según esta orientación? Primero, que la autoridad no puede ni debe acomodarse o claudicar ``ante presiones de personas, grupos y partidos, definitivamente violatorias de la ley''. Segundo, que la falta generalizada de honradez y ``de respeto a la autoridad y a la ley'' hacen indispensable ``una profunda renovación moral''. Tercero que esta recomposición moral depende hoy de la acción ``de la familia, la escuela, la iglesia y también la empresa'', es decir de las instituciones tradicionales que velan por la reproducción de los principios morales y los valores fundamentales de la sociedad.

Ese es, a mi entender, el sentido más profundo de este mensaje que no es nuevo, ciertamente de la Unión Social de Empresarios Mexicanos. Apunta, justamente, al centro del debate ideológico que en los próximos años marcará el destino del Estado y la sociedad mexicana y para el cual, sin duda alguna, algunos sectores empresariales vienen preparándose desde hace años, justo para llenar el ``vacío'' que deja la muerte del viejo nacionalismo revolucionario y el precipitado enterramiento de las ideas socialistas por parte de la izquierda democrática.

Lo entenderán los partidos, hoy más preocupados por las reglas que por los fines?