La brutal agresión de agentes de la policía de Riverside Country contra inmigrantes mexicanos indocumentados, pone de manifiesto las tensiones actuales de la relación entre México y Estados Unidos.
Privados de una necesidad que acompaña a su historia como la sombra a una nube, EU, caído el comunismo soviético, busca afanosamente un enemigo confiable. Está a la puerta. Se llama México. Es un país débil, en crisis, corrupto, inerme. Es el perfecto chivo expiatorio para todos los males generados dentro y fuera de Estados Unidos mucho más, por la larga frontera común, que Cuba o Colombia.
Fuera de EU, el principal desafío es la competencia europea y japonesa. Son las economías de altos salarios, alta productividad y alta tecnología las que compiten con Estados Unidos, no la economía mexicana de bajos salarios, baja productividad y baja tecnología. Pero es más fácil achacarle a México y sus trabajadores las deficiencias del empleo, los déficit presupuestales, los gastos sociales y hasta el tráfico de drogas en EU.
La república norteamericana nunca ha podido equilibrar su presencia internacional con sus requerimientos internos. Nativamente aislacionistas, los Estados Unidos se volvieron activamente internacionalistas después de Pearl Harbor para combatir primero el fascismo, en seguida al comunismo.
La guerra fría y la tragedia de Vietnam pospusieron los problemas internos. El fin de la URSS obliga a los norteamericanos a reconsiderar su agenda interna. Para ello eligieron a Clinton pero, asustados por el precio de un Nuevo Trato, le negaron los instrumentos para llevarlo a cabo. En cambio, enfrentaron al joven presidente con un Congreso republicano de marcadas tendencias derechistas.
Ausencia de enemigo externo, ausencia de reformas internas, regreso a la cueva aislacionista, desconfianza de la vida internacional, repetición del pecado original de la sociedad puritana fundada en Nueva Inglaterra en 1621; el racismo, aliado esta vez a una xenofobia que siempre ha levantado la cabeza contra los inmigrantes más recientes: de los alemanes del siglo 18, a los irlandeses del 19, a los italianos del 20. Pero esta vez, la xenofobia tiene color: el nuevo inmigrante no es blanco, es moreno.
México, vecino inevitable de EU, país pobre, en crisis, incapaz de emplear su mano de obra excedente, desgastado por la corrupción y la debilidad de las instituciones de justicia y seguridad, se convierte así en el pretexto ideal para la suma de temores, fobias y prejuicios de la post-guerra fría norteamericana.
En año electoral (se ha repetido en todos tonos, desde todas las tribunas) los carbones del miedo se encienden al rojo vivo y todos los candidatos, desde los más moderados hasta los más furibundos, tienen que tocarlos para satisfacer a sus probables electores. En año electoral, la política norteamericana es como un chivo en cristalería. Ellos son el chivo. Nosotros, la cristalería.
No quiero decir que los Estados Unidos sean un país xenófobo o anti-mexicano en su mayoría, pero los extremismos y los extremistas se tocan para provocar atentados como el de la policía de Riverside Country.
Buchanan ha agitado pidiendo un nuevo muro de Berlín en la frontera y la entrega de Baja California para pagar el préstamo billonario de 1995.
La penetración de esta demagogia la demuestra el columnista sindicado Mike Royko, quien en el Chicago Tribune, pide que los Estados Unidos invadan a México y lo conviertan en un inmenso campo de golf.
``México dice Royko es un país inútil, y antes de que toda su población se nos cuele por la frontera, deberíamos invadirlo y convertirlo en una colonia''. Lo mismo dijo Hitler de Polonia.
Para acabar pronto, Royko Premio Pulitzer de Periodismo les pide a sus lectores que ``nombren una sola cosa de utilidad para el planeta que México ha dado en este siglo, aparte del tequila''.
El columnista del Chicago Tribune a quien nuestro excelente cónsul, Leonardo French, ha dado cumplida respuesta tiene la suerte de que lo derrote su propia ignorancia. Olvídense de la pintura, la arquitectura, la literatura, la música y hasta la cocina de México.
Olvídense de los premios Nobel a Alfonso García Robles, Mario Molina y Octavio Paz. Olvídense de Agustín Lara, Consuelito Velázquez y Gabriel Ruiz, cuyo Solamente una vez se escucha noche y día en los Muzak con el nombre de You belong to my heart. Olvídense de que la salsa mexicana se vende ya más que el ketchup gringo.
Recuerden, más bien, que las mesas norteamericanas carecerían de frutas y verduras, los restoranes de camareros, los transportes de choferes, las residencias de servidumbre, los jardines de jardineros, y mil servicios más de empleados, si no fuese por los trabajadores mexicanos. Se inclinaría Royko a recoger las fresas y los tomates que consume y que los trabajadores mexicanos ponen en su mesa? Resulta cansado repetirlo: los inmigrantes mexicanos cumplen los trabajos que los norteamericanos rechazan: sin ellos, los precios aumentarían, la escasez cundiría y las escalas del empleo y el salario de los norteamericanos bajarían dos o tres peldaños.
El flujo de capital incluye, en un mundo interdependiente, el flujo laboral. Mientras los dos gobiernos, el de Washington y el de México, no se aboquen a establecer normas y conductas claras, públicas, predecibles, para regir la doble necesidad de empleo la oferta de México, la demanda de EU la brutalidad policial, la xenofobia y el racismo impondrán su propia ley.