José Cueli
De sadismo, Goya y los sheriffes

En el museo del grabado español contemporáneo de Marbella, se celebra esta semana el Congreso Internacional: ``Goya, doscientos cincuenta años después'' donde se analizan la vida y obra del autor, su relación con el arte contemporáneo, Andalucía y las corridas de toros. Lo que me llevó a recordar mi primera impresión de Goya, asociada a las palizas de los policías estadunidenses a los indocumentados mexicanos.

En la tienda de abarrotes de la esquina de mi casa infantil, el tendero; boina, bigotes, y cesear en el hablado, tenía atrás de la caja registradora una reproducción de un Goya, coloreado de grasa y mugre. El cuadro se sostenía por sí solo y lo cierto es que sin necesidad de ninguna ayuda erudita, la obra goyesca conquistaba el primer puesto en mi atención infantil.

Iban hacia él los ojos con una irreprimible ansiedad y un intenso terror inexplicable. Un voluntario deseo de no mirar, teniendo que mirar, no obstante, a pesar de todo. A mi criterio, el cuadro de Goya aparecía como una tragedia de incomprensible crueldad, una ventana abierta al espectáculo doloroso de la vida. La revelación de ese misterio del mundo que más tarde y poco a poco fui matizando: la irredimible fatalidad del mal.

Por una ventana del costado de la tienda penetraban los reflejos del sol, cubierta por una cortina corrida para mitigar los rayos del mismo. Pero, que conseguía que la luz se purificase con esos velos oportunos y el ambiente abarrotero quedara preparado para el vuelo incipiente de mi imaginación infantil. La cortina bañada de luz solar atraía mis ojos con fuerza imperiosa.

El cuadro de Goya me mostraba el revés de la vida y el sol: la muerte y las sombras. Una nueva ampliación de la vida-muerte, pero del lado de la tristeza y la culpa, el terror y la maldad.

La desesperada catadura de aquellos hombres que iban a recibir a bocajarro el plomo de los fusiles. Aquel hombre que como loco abría los brazos en cruz para que lo fusilaran mejor los verdugos. La fila de asesinos que apuntaban con infernal ferocidad a la luz del lúgubre farol.

El horror y el temor que los feroces asesinos me inspiraban, lo trasladaba esta semana a los pobres compatriotas impotentes, apaleados sádicamente por la policía norteamericana. El tiempo no había pasado, volví a sentir el mismo horror y temor infantiles. La vida-muerte como terror y maldad, la irredimible fatalidad del mal.

Años después, aprendí que los dibujos taurinos de Goya, La Tauromaquía, su obra en general, pertenecían al mismo aragonés que de manera genial me hizo sentir, la crueldad, la maldad y la necesidad de omnipotencia del hombre, de aplastar y hacer sufrir al semejante. A mayor sufrimiento, más omnipotencia.

Los Estados Unidos como símbolo, nos aprietan, nos fusilan a la luz del farol, lo mismo a palos, que estrangulando nuestra economía, que excluyéndonos, en cuadro televisivo. Goya, doscientos años antes, pintó el sadismo con la magia de sus pinceles, luz y color en sombras.