A la justa indignación sobre la violencia racista que se aplicó a compatriotas nuestros en el sur de California, debe seguir una reflexión sobre las causas próximas y remotas de este tipo de hechos. Y sobre las políticas que han de aplicarse para procurar contrarrestar la saña del furibundo clima discriminatorio y antihispánico que se ha instalado en buena parte de la sociedad y del gobierno de Estados Unidos.
En una entrevista de televisión, Jorge G. Castañeda proponía al menos dos iniciativas que el gobierno de México debía emprender desde luego: si se hizo tamaño esfuerzo publicitario para crear un ambiente favorable al TLC, por qué no redoblar el esfuerzo para explicar en Estados Unidos el punto de vista de México y las realidades del fenómeno migratorio hacia el norte? Manera, en efecto, de contrarrestar en alguna medida la violencia del ambiente antimexicano que desencadenó la resolución 187 de Pete Wilson y que se ha convertido en uno de los caballitos de batalla de la campaña electoral en ese país.
El otro punto de Castañeda: exigir al gobierno de Estados Unidos que emprenda la ``educación'' de sus agentes policiacos en la zona de fronteriza con México, para al menos disminuir la virulencia del racismo y la xenofobia que es uno de sus ``valores'' de referencia.
Pero mencionemos la cuestión de fondo: en realidad la ola migratoria ha crecido paralelamente al desastre económico mexicano, que aumenta el número de los sin trabajo y sin esperanza. Nada menos que este año deberán pagarse al exterior, por servicio de la deuda total al extranjero, alrededor de 26 mil millones de dólares. Resulta entonces absolutamente imprescindible, pero ya, la renegociación de esa deuda, de suerte que disminuya la transferencia de una riqueza creada por manos mexicanas y se utilice para fines del desarrollo interno: más empleos, más educación, más y mejores viviendas y salubridad, en suma, mejores condiciones de vida para nuestros compatriotas.
Cuando se discutía la firma del TLC muchos dijimos que, por ejemplo en Europa, la asimetría innegable de varios países de la Comunidad se compensaba con medidas que debían favorecer el desarrollo de los países más atrasados de la región. Y que no se justificaba el TLC sin que se exigiera a Estados Unidos y Canadá medidas análogas que tendieran a compensar los desequilibrios entre las economías más fuertes y la más débil. Después de diciembre de 1994 el problema se agudizó al extremo, con la catástrofe económica que vivimos. En lugar de una agresiva política internacional que favoreciera realmente nuestro desarrollo, el sometimiento económico. En vez de una política económica capaz de contribuir al desarrollo interno, la descapitalización sistemática y la transferencia de recursos al exterior.
La política de la obsecuencia con Estados Unidos se está pagando con degradación y sufrimiento de los mexicanos, de los que intentan cruzar las fronteras en busca de una nueva oportunidad y también de aquellos que se quedan y sufren aquí la degradación de su presente y su futuro.
Se ve ahora hasta qué punto la política financiera en que nos metimos tan alegremente ha significado la concentración de capitales en favor de un reducido número de países con el olvido de las 4/5 partes de la población de la Tierra? No hay suficientes argumentos para presentar el caso de México y exigir un principio de solución que ponga en primer término la necesidad perentoria del desarrollo nacional?El abismo entre riqueza y pobreza en el mundo es el más grave problema internacional a finales del siglo XX. Y uno de sus fenómenos evidentes es el de las migraciones del este al oeste y del sur al norte. El mundo del hambre que busca fuentes de trabajo y oportunidades: la tendencia es imparable. Por eso, si no hay un vuelco dramático de esta tendencia, encontrándose medios más consistentes para lograr el desarrollo de los más pobres, se multiplicarán las tragedias como estas de nuestros compatriotas buscando esperanzas ``del otro lado''. Y se ensancharán paralelamente los sentimientos de racismo, xenofobia y discriminación que se han instalado ya en el alma de las sociedades más ricas, sin ver que es su conducta y acción, sus intereses, los que están en el origen de su propia violencia envilecida.
Sí, es verdad, perspectiva muy general pero no por eso menos concreta. Por supuesto, exigir el respeto de los derechos de los migrantes y en primer lugar de sus derechos humanos. Hay una convención suscrita ya por Naciones Unidas. Presión por todos los medios para que afloje la violencia de las policías estadunidenses, pero por parte del gobierno mexicano, además de las protestas diplomáticas y de las exigencias de aplicación de la ley, necesidad de una política agresiva de revisión de nuestras obligaciones internacionales, para disminuir su carga y promover el desarrollo.
Por supuesto: muchos caminos conducen a Roma. Pero como sustancia, otra vez la imprescindible necesidad de que se corrija la política económica otorgando plena prioridad al pago de la deuda interna que tenemos con nuestros compatriotas, confiriendo la mayor prioridad al desarrollo, emprendiendo verdaderas políticas sociales (y no los mendrugos degradantes de las Tarjetas para Pobres), creando empleos y activando realmente, no sólo en los incoherentes discursos y en las balbucientes declaraciones, una economía que está no sólo en la parálisis sino al borde del colapso.