La Jornada Semanal, 14 de abril de 1996
El 12 de abril de 1931 se celebraban elecciones municipales en
España, regida entonces por el rey Alfonso XIII. Dos
días después, las primeras noticias de los resultados
electorales demostraban indudablemente el triunfo de los partidos
republicanos en las principales ciudades del país (Madrid,
Barcelona, Sevilla, Valencia, Bilbao), aunque no en otras capitales de
provincia ni en los "burgos podridos" controlados
tradicionalmente por los caciques locales y la aristocracia
terrateniente. Por todas partes ondeaba la bandera tricolor
republicana. El pueblo se echó a la calle. El rey Alfonso XIII,
abuelo del actual rey de España, consideró que el
resultado de aquellas elecciones era un claro referéndum contra
la institución que él representaba y contra su propia
persona como jefe del Estado. Marchó a Cartagena, y de
allí a Marsella. España se había acostado
monárquica y se había levantado republicana. Era la
segunda vez que el país intentaba constituirse como
república.
El 26 de septiembre de 1868, Isabel II había sido derrocada por una revolución liberal y, al cabo de una regencia vacilante, sustituida en el trono por un rey italiano elegido por las Cortes españolas por 191 votos a favor y 97 en contra. Llegó a España el 30 de diciembre de 1870 y en su primer discurso de la corona afirmó que nunca trataría de imponerse a la voluntad nacional representada por las Cortes. Al cabo de poco más de un año, ante un país inquieto y un gobierno inestable que no sabía cómo enfrentarse a la marea federalista, renunció el 11 de febrero de 1873 (el ejemplo relativamente reciente del reinado de Maximiliano pudo tal vez aleccionarlo). Ante el vacío de poder, el parlamento español proclamó ese mismo día, a las ocho y media de la noche, la I República española, República federal, que tuvo cuatro presidentes y que duró hasta el dos de enero del año siguiente. Las fuerzas conservadoras y el ejército no podían soportar el desarrollo del federalismo. La irrupción del general Pavía en el Parlamento disolviéndolo, y el golpe militar del general Martínez Campos en Sagunto, el 29 de diciembre, restauraron en España la monarquía, poniendo en el trono de España a Alfonso XII, hijo de Isabel II.
Algo parecido iba a suceder con la II República. Al cabo de cinco años de régimen republicano, proclamado el Estatuto de Cataluña y en camino el del País Vasco, la insurrección del general Franco convirtió a España, tras una terrible guerra civil que duró tres años, en una dictadura fascista, monarquía sin rey hasta que el propio dictador escogió al nieto de Alfonso XIII como su sucesor y futuro monarca. Hace veinte años España es, tras la muerte de Franco en 1975, una monarquía, pero esta vez con una constitución autonómica, y deja lógicamente pasar en silencio el 65 aniversario de la proclamación de la II República.
Qué trascendencia puede darse a estos acontecimientos históricos al cumplirse este silencioso aniversario? España es hoy una monarquía constitucional como la de otros seis países europeos que aún la conservan (Inglaterra, Noruega, Suecia, Dinamarca, Bélgica y Holanda) y discurre en su vida política con una estabilidad que es la de toda la Comunidad Europea. El rey Juan Carlos I concita el apoyo de la inmensa mayoría de los españoles, que ven en él la representación y la garantía del equilibrio político nacional, y la República se recuerda olvidándola consensuadamente. Sólo el viejo exilio republicano español de México y algunos grupos y partidos minoritarios del interior del país recordarán aquella fecha histórica con una nostalgia seguramente desprovista de valores políticos concretos. A quien pretenda, como yo, recordarla por escrito, sólo le queda, pues, el terreno de la abstracción.
A principios de los setenta, cuando hubimos de aceptar la solución monárquica en pleno periodo de transición, decíamos relativamente convencidos: "República es el Chile de Pinochet, y monarquía la tierra de Olof Palme. Carguemos, pues, con la monarquía e intentemos que la gobierne un Olof Palme." La discusión se acababa enseguida. Monarquía. Fue y es así de fácil?
En el marco del proceso republicano mundial, sólo una monarquía renace de la vieja tradición: la monarquía borbónica española. En un artículo publicado en El País de Madrid, Rosa Montero se asombra de la tolerancia con que los españoles contemplan pacientemente los cambios políticos que el triunfo electoral de la derecha va seguramente a provocar. Se produciría esa paciencia bajo un régimen republicano? Ésa es la pregunta que todos contestan negativamente para sus adentros. Y enseguida tendríamos que volver a preguntarnos: por qué? Por qué los españoles no pueden vivir una crisis gubernamental (que no es ni social ni económica) de la misma manera en que la viven tranquilamente italianos, franceses, griegos o polacos en sus respectivas repúblicas? Y vendría la respuesta de Pío Baroja: "España es ansí." España es, desde su nacimiento mismo, un estado multinacional cuya unidad se mantiene, desde los Reyes Católicos, gracias al poder coercitivo, en definitiva militar, del centro sobre la periferia. Las historias de los monarcas españoles y la de Franco en particular son prueba sobradísima de ello. Y el régimen republicano tiene una natural tendencia federal (los comuneros de Castilla, los fueros, la I República) reconocedora de la autodeterminación de los pueblos vasco, catalán y gallego. El famoso desequilibrio de la nación, la sempiterna desestabilidad del país, los peligros de guerra intestina, están en esa incapacidad del centro para entender a la periferia, en ese enfrentamiento de intereses económicos contrapuestos. No es casual que nacionalistas vascos y catalanes lucharan en la guerra civil al lado de la República y en contra de Franco: luchaban en contra del centralismo castellano.
Y hoy? Hoy, igual. Pero las circunstancias económicas hacen que las burguesías vasca y catalana, en diferentes medidas, prefieran convivir en el Estado español por razones estrictamente egoístas. No obstante, enarbolan sus propias banderas encimándolas siempre que pueden como la lenguaa la del centro. Por qué, a cambio de su apoyo parlamentario, el presidente de la Generalitat catalana y el de Euskadi exigen al futuro presidente del gobierno más centralista que ha tenido España desde Franco, que afirme las identidades nacionales catalana y vasca en su discurso de investidura? Es como el "trágala, perro!" de los constitucionalistas españoles del año 20 a Fernando VII. Pero no solo será Aznar el que tendrá que aceptarlo. Tendrá que aceptarlo también, en silencio, el rey de España, de toda España, de todos los "españoles". Por qué nadie habla, en el centro español del poder, de la eventual perspectiva independiente de Euskadi y Cataluña? Primero, porque España dejaría desde los Reyes Católicos de ser UNA. Segundo, porque Euskadi y Cataluña serían inevitablemente repúblicas. La fuerza de los hechos ha obligado a los post-soviéticos a inventar algo interesante: la Comunidad de Estados Independientes (CEI), fórmula de organización política a medio camino entre la federación de naciones y la proliferación de independencias. Por qué no asumir por ahora teóricamente tan sólo una CEI eurosudoccidental? Sería republicana. No votaría yo por la independencia de mi tierra nativa, Euskadi, por mucho que la adore, porque no estoy nada seguro de que la poderosa burguesía vasca permitiera su verdadero progreso social y cultural, ni de que garantizara una auténtica solidaridad multinacional dentro del país. Es más fácil presumir todo lo contrario. Además, 55 años de exilio americano no han permitido que naciera en mí ningún misticismo nacionalista, y me han nutrido de una americanidad que comparto muy felizmente con mis orígenes infantiles más acendrados. "Patria es humanidad." La humanidad está indudablemente hecha de diferencias, pero, como decía Deleuze, "solo lo diferente se parece". En este 14 de abril de 1996, en el 65 aniversario de la II República Española y ante el advenimiento de un gobierno reaccionario en España, no podríamos echar, desde el exilio, una mirada esperanzadora a la herencia de mi infancia en guerra, y a la vigencia de los derechos simplemente humanos y universales, para prever, al menos teóricamente, esa Commonwealth de Estados republicanos independientes y progresistas?
La Jornada Semanal, 14 de abril de 1996
La acogida del pueblo mexicano al exilio español, destacable sin duda, celebrada por los diversos rincones históricos de nuestro siglo, no fue tan unánimemente favorable como se cree: mientras el gobierno encabezado por Lázaro Cárdenas tomaba una seria postura de brazos abiertos, algunos personajes, un tanto reaccionarios, temían la llegada de los ibéricos; mientras personalidades como Pablo Neruda dedicaban pasajes de sus obras a laurear a México ("México, has abierto tus puertas y tus manos al errante, al herido, al desterrado, al héroe..."), aquí diversas gentes, escondidas tras el anonimato de las columnas periodísticas, asestaban duros e insidiosos golpes a los "transterrados" (como los llamó José Gaos), al presidente de la República, a Narciso Bassols, delegado de México en Ginebra y comisionado para organizar el destierro español, y al país en general, por la aceptación de los refugiados.
El presidente Cárdenas decía en su quinto Informe de Gobierno:
Ante el cumplimiento de deberes universales de hospitalidad y frente a las desgracias colectivas de España, se abrieron las puertas de México a los elementos republicanos que no pueden estar en su patria sin peligro de sus vidas, y por considerar, además, que se trata de una aportación de fuerza humana y de raza afín a la nuestra en espíritu y en sangre, que fundida con los aborígenes contribuyó a la formación de nuestra nacionalidad...
No obstante, el viernes 14 de julio de 1939, el Excélsior publicó a ocho columnas una declaración del diputado Guillermo Flores Villar:
En la próxima sesión de bloque que celebren los representantes propondré que se pida la destitución del licenciado Narciso Bassols, ya que la labor de ese señor está siendo grandemente perjudicial para México. Los refugiados españoles vienen engañados, pues se les ha asegurado que México es un país comunista.
Tres días más tarde, el lunes 17 de julio, se publicó la siguiente nota en el mismo diario:
Colocación de ex milicianos
La verdadera jornada de acomodamiento de los recién llegados añadió nuestro informante va a comenzar esta semana. Puede decirse que cada refugiado está ansioso por trabajar, lo cual es explicable si se toma en cuenta el largo tiempo que dedicó a la guerra y a las vicisitudes que han seguido a ésta.
El miércoles 19 de julio apareció esta otra nota:
Firmado por su presidente, general y doctor Luis G. Hernández, la Unión Democrática Institucional, envió un telegrama al señor general Cárdenas, pidiéndole que declare públicamente que a todo refugiado que se mezcle en nuestros asuntos políticos o emprenda labor de agitación, se le aplique el artículo 33 constitucional, como indeseable, por requerirlo así la tranquilidad nacional.
Luego sigue:
...con referencia a nuestros telegramas de mayo 10 y junio 13 últimos, respetuosamente nos permitimos llamar su atención acerca del hecho, confirmado ya por la prensa [sic], de encontrarse ya en territorio mexicano más de 200 reconocidos comunistas y varios directivos de la UGT, o sea del Partido Comunista Español.
Y es que no debemos olvidar que en ese mismo año se iniciaban las campañas electorales y que el tema comunista era el medio más sencillo para atacar al General Cárdenas.
Sobre este tema, Lázaro Cárdenas respondió en su quinto Informe:
Espera el gobierno federal que pasada la etapa de agitación preelectoral, que ha es grimido tal actitud como arma política de oposición, se llegarán a estimar en todo el país los beneficios que recibe México con la aportación de esas energías humanas que vienen a contribuir al desarrollo y progreso de la Nación.
Pero el aporreo periodístico no se detuvo ahí. El Excélsior dijo el viernes 28 de julio de 1939:
Los exiliados que ahora vienen a nuestro país parece que fueron mejor seleccionados. Hay periodistas [sic], médicos, pintores y varios sacerdotes [resic].
El mismo día, El Universal publicó sobre el mismo tema:
Lista de elementos de mayor significación que vinieron a bordo del Mexique.
Y mientras, se buscaba exaltar un nacionalismo absurdo contra los inmigrantes:
Un descendiente de Juárez tomó las armas en España en contra de la República. Mexi canos en los ejércitos nacionalistas.
Pero el ataque más prolijo se dio en las páginas editoriales de los periódicos. Por ejemplo, el editorial anónimo "Gotas de Amargo", publicado en Excélsior el viernes 2 de junio de 1939, dice:
...Si el tenerle miedo a esa "espuma" es ser franquistas, honradamente no rechazamos el título. Y quiera Dios que el señor Bassols, que ha sido nombrado administrador general de esa caja de Pandora, resulte tan franquista como nosotros!
Y como si se tratara de una competencia, el entonces director de El Universal, en su editorial del cinco de junio de 1939, dice:
...Esto es, están llegando al país precisamente los individuos que no deberían venir a él, porque su llegada hace aflorar problemas que, en el mejor de los casos, no habría para que crear [...] Otros vienen y se quedarán contra la "ideología" de la población que no quiere a los políticos estalinistas...
El lunes 19 de junio de 1939 el mismo autor contrarremata al referirse a una entrevista al refugiado Rafael Giménez Siles, editor, quien habló de sus planes para abrir una casa editorial:
Pero sus planes no son tan sencillos. Se propone editar las obras de García Lorca y de Pérez Galdós, que han sido expulsados de España. Por lo que representan estos autores se contrarresta la acción del gobierno de la península a costa nuestra.
El texto finaliza con una serie de improperios:
Vienen a soplar las brasas de la agitación popular [...] Orientar a las masas por veredas que ya han recorrido y por las que la generalidad del país se niega a seguir [...] Porque prefiere la libertad, que no se da en el fascismo, por cierto; pero tampoco en el comunis
mo, que es lo que solapadamente buscan injertar estos "guiones de la revolución".
Cabe señalar, como dato curioso, que junto a esta editorial apareció otra, firmada por el lic. Javier Ostos Jr., que llevaba por título:
Hitler, la igualdad y la paz
La política de desprestigio propuesta por estos dos medios y sustentada por diversas fuerzas políticas que se peleaban el poder en esas fechas, quería aprovechar la situación española y atizar la hoguera desde una postura reaccionaria que flotaba en el aire. Luego, el asilo mexicano y la gratitud hispana fueron más vigorosos que las afirmaciones tendenciosas que buscaban dirigir la opinión pública. México es un país de contradicciones, pero en este caso la firmeza del presidente Cárdenas ("esa mezcla óptima del mexicano", como lo llamaba Narciso Bassols) y la enjundia española hicieron que la vida nacional se dirigiera por otros caminos: la satisfacción histórica del gesto mexicano hacia los vencidos, pero no rendidos, y la gratitud y admiración de los refugiados españoles por México y en especial por Lázaro Cárdenas, "el mexicano que mejor hemos sentido y más admirado", según las palabras de Francisco Martínez de la Vega.
Asilo: Una de las mentes más lúcidas y vigorosas del pensamiento contemporáneo, Hannah Arendt, profetizó que nuestro siglo acabaría marcado por la existencia masiva de refugiados, fugitivos, gente desposeída de todos sus derechos y obligada a buscarlos lejos de su patria. Acertó plenamente, por desdicha. Las imágenes de los que huyen de la guerra, del racismo, de la intolerancia religiosa e ideológica, o simplemente del hambre, de los que huyen arrastrando como pueden sus escasas pertenencias, de esos hombres y mujeres que se apresuran sin saber hacia dónde, jóvenes, viejos o niños, con la bruma del espanto y del despojo en la mirada, las imágenes de los que atraviesan a pie los montes y las brasas de los desiertos, de los que duermen sueños de acosados en el lodo, de los que atiborran embarcaciones precarias que a veces se hunden en las olas, las imágenes de los que cruzan alambradas y sortean como pueden los disparos de guardianes implacables, esas imágenes son hoy el equivalente moral de lo que fueron en su día las escenas de los reclusos famélicos y aterrorizados en los campos de concentración nazis o comunistas.
La historia ha sido siempre una gran catástrofe, cuyos logros positivos han solido pagarse a precios terribles de lágrimas y sangre. Nuestro siglo no ha constituido una excep ción, todo lo contrario: las ideologías científicamente exterminadoras en nombre de la raza o de la clase, las armas de destrucción masiva, el propio aumento de la población humana, han contribuido a aumentar el número de los damnificados por la rapiña o el necio capricho ideológico de sus semejantes. Por eso la obligación del asilo es una de las pocas tradiciones que podemos calificar sin disputa como realmente civilizada. Cuando Ulises y sus compañeros llegaron a la isla de los cíclopes, la brutalidad subhumana de éstos se les reveló porque desconocían las leyes de la hospitalidad y trataban como a simple ganado a los desventurados arrojados a sus costas por el mar. Lo que diferencia al hombre del bruto no es su tamaño, ni su pilosidad, ni su número de ojos, sino su disposición acogedora hacia el extranjero: al tratar a los compañeros de Ulises como a animales, Polifemo reveló su propia animalidad, no la de sus víctimas. Esa antigua obligación hospitalaria como clave de la humanidad sigue hoy vigente y su cumplimiento es también el gran desafío actual que se plantea a nuestras democracias. Los y las suplicantes, lo sabemos desde Homero o desde Esquilo, deben ser acogidos: la barbarie que les persigue es su carta de ciudadanía ante quienes nos tenemos por diferentes y mejores que los bárbaros. No hay excusas para el rechazo, apenas cortapisas prudenciales. A fin de cuentas, la condición del desterrado nos recuerda, no ya a todo demócrata sino a todo ser humano reflexivo, la nuestra propia. [...]
Tomado del Diccionario filosófico de Fernando Savater