La Jornada Semanal, 14 de abril de 1996
Después de 15 años de trabajo, Ariel Guzik
creó el instrumento más sensible para captar sonidos
ambientales: Espejo Plasmaht. El proyecto reúne saberes que van
de la laudería a la computación. El singular instrumento
de cuerdas, que interpreta toda clase de estímulos sonoros,
abre insólitas perspectivas científicas,
acústicas, musicales y aun terapéuticas. Estamos ante el
nacimiento de una excepcional fuente sonora. Para darla a conocer,
Guzik produjo el disco Plasmaht, que ya está en
circulación. En esta entrevista, el inventor se asoma a su
Espejo Plasmaht y nos entrega sus reflejos.
Cómo concebiste y desarrollaste esta máquina?
Mi objetivo fue experimentar con resonancias. La idea básica es generar sensaciones vibratorias, y música si es posible, sin pasar por partituras; no tanto por romper con las convenciones, sino por ignorancia e incapacidad de someterme a los sistemas donde el conocimiento se particulariza demasiado y donde se habla mucho de verdades absolutas sobre notación y armonía. En general, si se quiere transmitir emotividad a través de la música mediante herramientas e instrumentos tradicionales se debe tener un entrenamiento técnico e interpretativo. Creo que es más fácil sacar de una escuela a un virtuoso técnico que a un intérprete sensible. Yo busqué una forma de vibración o de generación de sonoridades de una manera directa, corporal o intuitiva, más por comprensión de la física del sonido que por la comprensión formal de la música.
Cómo podrías explicar las partes de este instrumento?
Está constituido como un espejo, en dos lados: uno, con sensores y transductores y el otro con reactores, elementos vibrantes, cuerdas y maderas.
De dónde proviene la forma de la máquina?
Tiene que ver con una permanente obsesión, la de la nave espacial, pero también con la máquina de Frankenstein, donde un hombre se carga de energía proveniente de relámpagos. Desde hace muchos años ya tenía la imagen de mí mismo conectado a una máquina y cargándome de energía cósmica. Vagamente, el objetivo sería construir una máquina aparatosa, conectable al cuerpo y que además volara. Una vez que funcionan sus partes ya ensambladas, se rebasa en mucho mi expectativa original y de pronto me encuentro, en verdad, conectado al monstruo, viajando efectivamente en él como en una nave espacial.
Y qué aspectos aparecieron que no concebiste originalmente?
La generación de algo que llamo "célula resonante": un modelo orgánico, autónomo e impredecible que se compone de la correlación de diversos nodos vibratorios. También surgió un elemento que selecciona muestras de señales caóticas, al que llamo "lluvoide" y que sirve para generar armónicos derivados de señales aleatorias; dicho de otro modo, para convertir ruido en música.
Inicialmente no tenías objetivos particulares precisos, pero finalmente llegaste a ellos. Qué te propusiste al realizar el disco Plasmaht?
La idea original, efectivamente, no fue hacer un instrumento, pero muy tempranamente se encaminó por ahí. Quise hacer del disco una especie de emisario que abandona este laboratorio y camina por el mundo para abrir ciertas puertas. Intento el vuelo de la máquina pero ya en un sentido más aprehensible y mundano, dando a conocer con otros músicos un instrumento que, por ejemplo, vibra estimulado con la voz, con otros instrumentos o con las señales biológicas de una manera directa sin que su sonoridad sea electrónica sino acústica.
Tu punto de partida fue la improvisación?
Sí, aunque basada en una serie de elementos concretos y elaborados. Cuando va adquiriendo forma y empieza a tener vida propia, surge la idea de sacarla de la intimidad y socializarla aunque todavía no estoy convencido, arriesgando y sacrificando, quizá, mi propia fantasía. Los alcances de esta máquina, mientras está dentro de mi propia imaginación, son infinitos, y el hecho de socializarla significa abrirme y entregarla.
También experimentas con las resonancias de las plantas en la máquina, como en "El experimento de las cucurbitáceas".
Sí, conecté una biznaga con electrodos a la máquina, entonces se abrieron los canales y el primer resultado fue una amalgama de cosas indefinibles. Después de varios días de experimentación me di cuenta que algunas ventanas o formas de enlace son sensibles. Así, se va creando una célula resonante que es un modelo de oscilaciones autorregulables, un autómata analógico que relaciona la cuerda con las señales de la planta. Luego de tres o cuatro semanas de experimentación, no me cabe la menor duda de que la biznaga establece una relación directa con la máquina.
Algunas piezas dejan una lejana impresión de ciertas músicas aleatorias de los años sesenta. Tuviste alguna influencia de la vanguardia musical de esa época?
No sé, yo era muy chico, aunque sí me acuerdo de la música electroacústica y los experimentos con cinta magnética. Creo que hay algo en el disco que tiene que ver con esta música y también con la música continua o ambient los antecedentes del deplorable New age o música de elevador, que se logra tecnológicamente y que evoca una sensación inconsciente de bienestar en el oyente. En Plasmaht todas las reverberaciones que puedan evocar a esa música fueron experimentales; por supuesto, nosotros no utilizamos sintetizadores ni medios que transformen artificialmente los sonidos.
Eso fue a finales de los setenta y a principio de los ochenta?
Exactamente, fue el principio de los sintetizadores japoneses: ésa es la sonoridad que nos evocó el infinito, lo cósmico. Hay varios principios que tienen que ver con la distancia de objetos celestes, que de alguna manera percibimos sin darnos cuenta de que el movimiento de las frecuencias se relaciona con la lejanía y la velocidad (el efecto doppler, que es el cambio que experimenta la frecuencia de las ondas sonoras cuando el manantial que las engendra se acerca o aleja del observador).
Cómo médico herbolario, cuáles son las expectativas que tienes con tu máquina?
Me interesa la experimentación en el sentido biológico (con plantas) y la utilización terapéutica de la máquina, pero ahora sólo es una especulación. Sin duda, se pueden obtener respuestas muy directas sobre señales biológicas, perono significa que automáticamente se vuelva algo terapéutico. Hay demasiado que experimentar. Además, me interesa mucho la parte intimista de la máquina, los encuentros mágicos e individuales con la gente. Su uso práctico y masivo no está claro para mí. La máquina, como elemento para generar sensaciones, sigue siendo la forma más propicia de refugiarme en la fantasía.
Desde el punto de vista académico, el hígado es un órgano que tiene una forma, una química, una ubicación. Pero desde la perspectiva de mi formación, el hígado más bien es un humor, una tendencia del organismo, un color, un órgano de choque emocional, una temperatura, un sabor, una vivencia, una dirección, etcétera... Este proceso se puede explicar si se toma, a dosis de intoxicación, un brebaje que normalmente tendría un efecto depurativo del hígado, provocando una reacción opuesta a paradójica. Así, de repente se puede sentir un cólico en el mismo lugar donde los esquemas muestran el hígado, pero las sensaciones también pueden percibirse en todo el cuerpo: en el cerebro, en las piernas, en el ánimo, etcétera.
Creo que la formación siempre va en detrimento de la intuición. A mí me interesa mucho esa capacidad de los niños para aprender cosas infinitamente mayores que nosotros, porque aún tienen ese universo sin recortar. Un niño vidente no es necesariamente un superdotado.
En síntesis, esta máquina sería el vínculo entre lo que has concebido y los medios a tu alcance...
Ha sido un medio para aterrizar. Yo estaba percibiendo una serie de cosas que no podía describir con palabras. Empezamos a construir algo que representara todas mis ideas sobre la resonancia y que a la vez me integrara a mí mismo. Pero también tenía que buscar canales de expresión que justificaran y sustituyeran mi formación no académica...
Roberto García Bonilla
Como los acordes de un órgano descompuesto subiendo desde el fondo del océano, o los sonidos de asteroides moviéndose lentamente en el agua de una especie de matriz universal, la música que produce la máquina creada por Ariel Guzik parece provenir de otra zona física, incluso de otro lugar de nuestro mismo cuerpo, al oírla. Pues no son nuestros oídos solamente los que participan de la audición sino la densidad de nuestra propia sangre repentinamente fundida a la del mar, o nuestra capacidad de avanzar en la espesura para traspasarla. Plasmaht o la máquina-espejo de Ariel Guzik capta fuentes de sonidos que no reconocemos habitualmente, como el que descubrió el autor que emana de las espinas de una planta del desierto. Estas ondas sutiles son reproducidas por la máquina y convertidas en música. Se trata de una aplicación de la electromagnética al servicio de la magia, una teoría que, para el autor, "puede servir como una herramienta -puente entre dos mundos". Pero cuáles son los mundos que este experimento vincula? El del agua y el del aire quizás, o el del vuelo de un ave gigante y el del Golem, según Guzik. Sólo podemos hablar desde lo que el sonido de la máquina-espejo, junto con saxofones, trompetas, pianos y más instrumentos, suscita.
La música de Plasmaht nos conduce por un túnel vertical en el que la caída tiene el efecto de un ascenso. Cómo se consigue propiciar este vértigo al revés? La tercera pieza, titulada Ninfosis, podría llamarse también "El Bolero de Ariel", porque de algún modo resuena en su tejido el Bolero de Ravel, pero esta vez transmutado en aullidos de elefantes que huyen despavoridos. Como si la explosión original hacia la cual progresó la pieza hubiera hecho nacer otra explosión paralela y simultánea desde la otra cara del espejo. Podríamos imaginarnos también El grito de Edvard Munch, en el que boca y alarido son una misma espiral donde la voz está ausente. Su ausencia es su grito, pero el de Guzik está hecho de una espiral invertida, ascendente y submarina. De dónde proviene esta música? De otra parte, previa a ella, y que sólo podemos imaginarnos como silencio, aunque esté lleno de sonidos. Ese silencio en el cual observó Juan Villoro que "minuciosamente lo invisible producía ruidos".
La construcción de la máquina requirió un trabajo conjunto de distintos realizadores. En la obra fueron reflejados ladridos de perros, ruidos ambientales y hasta el que emite la vibración de unos melones. El eco de Jan Garbarek y de tambores orientales aparece en el entramado. Pero una vibración más resistente avanza sola, un murmullo sin memoria de vigorosas dimensiones. Iridiólogo y médico herborista, saxofonista y dibujante, Ariel Guzik consigue en este trabajo conjugar sus talentos. Véanse los signos de la máquina-espejo grabados en la superficie del CD, o déjese llevar por el camino del sonido hacia otra parte.
Ariel Guzik,
Plasmaht,
CD producido por Fonca/
Ariel Guzik/María Elena Leal.
Claudia Kerik