La Jornada Semanal, 14 de abril de 1996


El heraldo de la guerra

Alfredo Muñiz

Titular de la cátedra de Cábala en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Angelina Muñiz es autora de una vasta obra narrativa, con títulos como Morada interior, Tierra adentro, La guerra del Unicornio y Huerto cerrado, huerto sellado (Premio Xavier Villaurrutia). Este año, decidió dar a conocer el diario que llevó su padre en los albores de la guerra. Alfredo Muñiz, redactor en jefe del Heraldo de Madrid, diario liberal clausurado al triunfo de Franco, revela en estas notas de la vida cotidiana una curiosa capacidad admonitoria.



Alfredo Muñiz nació en Jaén (España) en 1899 y murió en el exilio mexicanoen 1982. Al estallar la guerra civil era redactor jefe del Heraldo de Madrid. Cronista y crítico teatral, reseñó los estrenos de obras de García Lorca, Valle-Inclán, Benavente, los Álvarez Quintero. Durante la guerra colaboró en periódicos publicados en Francia que apoyaban a la República española: Madrid, República y Cette Semaine. Antes de morir le entregó a su hija un diario que había escrito entre el 16 de febrero de 1936, día de las elecciones generales, y el 15 de julio, fecha en que fue interrumpido. Se trata de un testimonio único que restituye las partes tachadas por la censura del periódico. Aparecerá publicado el próximo otoño en España por la editorial Compañía Literaria. Lo siguiente es un adelanto. (Angelina Muñiz-Huberman)

16 de febrero de 1936

Madrid y toda España, por supuesto se echó a la calle muy de mañana. Había una especie de consigna que nadie dio que obligaba a los ciudadanos a acudir temprano a los colegios electorales para depositar su voto; aquel voto solemne que iba a inclinar la balanza de los anhelos nacionales hacia uno u otro de los lados contendientes. [...]

Cumplido mi deber y mi derecho de votante acudí al Heraldo de Madrid.1 Son las diez de la mañana. En la redacción hay ya algunos compañeros que aplacan sus nervios haciendo cálculos sobre el posible resultado de la jornada electoral. Poco a poco van llegando los camaradas menos madrugadores, que participan invariablemente en el juegode las predicciones. [...] Así, entre oficios de oráculos y frases de aliento mutuo, vamos consumiendo las horas angustiosas de este día memorable, mientras las entrañas de las urnas se van nutriendo de ideas antagónicas.

Durante la mañana hemos recorrido muchas veces Madrid de norte a sur y de este a oeste. Un pequeño ejército de taxímetros, dispuestos al afecto, nos ha llevado a los colegios electorales de todas las barriadas en inútil busca de noticias gratas. Apuntamos en las cuartillas anécdotas pintorescas, pescadas al revuelode las candidaturas, y regresamos a la Redacción en las primeras horas de la tarde.

Llamadas telefónicas; preguntas inquietantes de los lectores impacientes, cuya zozobra los lleva a inquirir noticias sobre hechos que aún no se han producido; atmósfera cargada de presagios sobre el porvenir de España y el reloj, sobre el testero central de la Redacción, marcando con su ritmo perezoso el curso de las horas...

Las siete de la tarde. Hasta nosotros llegan las primeras noticias, con ese rumor confuso de las cosas inciertas: En Madrid, el triunfo de las izquierdas ha sido aplastante! Viva el Frente Popular! No ha terminado el recuento de votos! Parece que las derechas llevan una ventaja grande!...

Rumores, anticipos de los propios deseos, que van tomando forma a través de los hilos telefónicos en cien versiones tan dispares como apasionadas. Así, en esta incertidumbre que era reactivo poderoso para nuestros nervios, llegamos a las ocho de la noche, hora de decepciones para los anhelos izquierdistas. Las ocho campanadas del reloj apagaron sus vibraciones en el ronco carraspeo de nuestro aparato de radio. Un silencio nervioso y, al fin, la voz mecanizada de Martí de Veres habla desde el micrófono instalado en el Ministerio de la Gobernación. [...]

Después de escuchar las palabras del secretario político del ministro de la Gobernación, todos cambiamos una mirada de angustia. No comprendíamos este resultado desastroso para el Frente Popular; sentíamos en lo hondo de nuestra conciencia la sacudida brutal de una realidad aciaga que venía a destrozar los cálculos, no ya de los que mantuvieron la fe con mayor firmeza, sino hasta los de sentido más moderado, que nunca imaginaron una derrota tan decisiva.

Más de una hora permanecimos todos bajo los efectos de un estado de depresión moral, que las palabras de los más animosos trataban de compensar con inyecciones de aliento.

A las nueve y media, la Redacción se fue atronando de gritos de júbilo. El primero de ellos, rotundo y emocionado, venía impregnado de yodo mediterráneo: El triunfo en Barcelona ha sido clamoroso! A este grito telefónico siguió el de Sevilla y el de Murcia y el de Valencia... Todos ellos vibraban de entusiasmo. Bien por el Frente Popular! España entera había dictado la voluntad de su orden con idéntica firmeza: El pueblo, por la Revolución!

Aquella madrugada, fría y lluviosa, salí del periódico con el pulso cansado y el corazón abierto a mis mejores esperanzas. [...]

17 de febrero de 1936

La mañana, gris y desapacible, amaneció henchida de entusiasmo popular. La noticia del triunfo izquierdista había ganado todos los oídos; los unos, para estremecerlos de odio; los otros, para acariciarlos con el susurro de una ilusión hecha carne de realidades. Sobre el tono tristón de una luz acerada, la ciudad vio alzarse los primeros puños socialistas, que más tarde iban a ser espectáculo duro de todos los ámbitos nacionales.

Sobre Madrid florecieron las ansias del pueblo en manifestaciones impresionantes, que eran nervio y vida de un clamor de justicia. Unánimemente, sin necesidad de consignas previas, los talleres, las oficinas y los tajos se durmieron de silencio. Era el tributo que el trabajo rendía al triunfo de la Revolución. Las plazas y las calles se hincharon de humanidad enfervorecida, cuya nobleza solidaria con los hermanos presos lanzó el grito firme de su deseo sentimental: Amnistía! Esta palabra trazó una cruz de imposiciones sobre el mapa de España.

Las masas madrileñas, roncas de voces y de júbilo, dirigieron sus pasos hacia la Cárcel Modelo. Reclamaban a sus presos; querían libertarlos, porque los acentos más firmes de su propaganda electoral habían sido para exteriorizar este anhelo y las elecciones les habían dado el triunfo.

En la calle de Blasco Ibáñez, el signo generoso de liberar a los encarcelados tuvo la primera réplica sangrienta. Al llegar la manifestación al cruce con el paseo de Alberto Aguilera, una descarga alevosa convirtió en lamentos de dolor los gritos alborozados del pueblo. Sobre el pavimento quedaron exánimes varios cuerpos de mujeres y de hombres. Uno de ellos, joven, de diecisiete años, cerrados para siempre sus ojos a la luz de la vida...

Fue el bautismo de sangre de los triunfantes.

Las informaciones oficiales del suceso decían que los disparos se habían hecho desde el interior de un automóvil; las particulares, que fue la fuerza pública... Qué más da? El hecho, el triste hecho, fue que, una vez más, se cumplió el sino miserable de la carne del pueblo: ser ametrallada por unos o por otros.

18 de febrero de 1936

En diferentes puntos de la península se han producido incidentes con motivo de las manifestaciones organizadas por el Frente Popular para reclamar la libertad de los presos políticos y sociales. El pueblo, que no entiende de inconvenientes de tipo legalista, no acierta a explicarse el fenómeno de juridicidad que se empeña en mantener las puertas de las cárceles cerradas, después del triunfo de las izquierdas. [...]

Al ministerio de la Puerta de Sol empiezan a llegar telefonemas inquietantes. Los presos de San Miguel de los Reyes han organizado un plante. [...] En el penal de Santoña se registra un acto de rebeldía. [...] En el patio central quedan cuatro cuerpos tendidos. [...] El gobierno en sus estertores recurre a las medidas solemnes: en Valencia, Zaragoza y Alicante se decreta el estado de guerra; en Madrid y el resto de la nación, el de alarma. España recobra su personalidad más característica...


1 Soy redactor de este periódico desde hace ocho años.