La ciencia aparece como el principal árbitro en la definición del sexo. Todas las controversias sobre este tema, se resuelven mediante el juicio terminante de los datos clínicos, las determinaciones hormonales, el examen del material genético. Parecería así que lo biológico es lo que da sustento al sexo en los humanos. El conocimiento en la biomedicina y su arsenal clasificatorio, aparecen como los elementos más confiables en los que la sociedad deposita su identidad sexual. Pero esta no es sino una imagen engañosa. Debe notarse que no es la biología la que está hablando, es la ciencia la que está hablando.
El siglo XIX, por ejemplo, estuvo lleno de controversias sobre la definición del sexo. Mientras en las sociedades médicas francesas se debatían con pasión diferentes argumentos anatómicos y funcionales de la sexualidad, en la medicina legal se resolvían problemas prácticos, como emitir los dictámenes sobre el sexo de individuos con distintos tipos de ambigüedad. Las descripciones del hermafroditismo se multiplicaban, hasta toparse con la autoridad de una sola voz, la de Geoffroy Saint-Hilaire y sus complejísimos cuadros clasificatorios de los ``vicios de conformación''. Otra voz, la de Tardieu, resonaba en las paredes de las cárceles y los tribunales, prescribiendo a las personas el nombre que debían llevar y las ropas que tenían que usar. La biomedicina ha venido así cumpliendo con un doble rol, por un lado aumentando el conocimiento sobre el que pueda sustentarse un paradigma de dos sexos únicos y, por otra parte, su papel como árbitro último para decidir, en caso de duda, cuál es el sexo de las personas. Un conocimiento con implicaciones hacia adentro de la propia estructura del conocimiento y al mismo tiempo con utilidad hacia afuera. Este doble papel y sobre todo su contacto con el exterior, brinda la oportunidad de explorar las relaciones entre las esferas biológica y sociocultural del sexo.
La interesante colección de casos particulares de Ambrosio Tardieu da pistas importantes sobre la naturaleza de esta relación. La intervención médica ante casos de ambigüedad es solicitada por instancias específicas de la sociedad. No es el médico el que sale a la calle a buscar pseudohermafroditas, ni siquiera es el propio individuo el que acude al médico para aclarar su identidad sexual, es la familia, los tribunales civiles y las autoridades policiacas quienes someten a estas personas al escrutinio de la ciencia 1. A la sociedad decimonónica --como a la actual-- todo lo que escapa a la imagen de dos sexos únicos (hombre o mujer) le genera una gran angustia. No es aceptable que alguien rompa con el paradigma de los dos sexos, por lo tanto, esa desviación debe corregirse. Es el médico el que debe tranquilizar a la sociedad, decirle cuál es el verdadero sexo del individuo, determinar las ropas que debe usar y el nombre que debe asentarse en los libros del registro civil (hoy se incorporan las más sofisticadas técnicas quirúrgicas y endocrinológicas). La angustia es grande pues en esta demanda hacia la ciencia intervienen, en el siglo XIX, los instrumentos e instituciones represivas, como las propia autoridades judiciales y policiacas. El conocimiento aparece aquí como el árbitro supremo, pero al mismo tiempo como un instrumento de la sociedad para mantener a todos los individuos, sin excepciones, dentro de uno de los dos posibles territorios de una clasificación primaria de los seres humanos: hombre o mujer.
Adicionalmente, la noción de dos sexos únicos no surge de la ciencia. Esta clasificación es anterior al conocimiento que dio origen a la civilización occidental. Mucho antes que Hipócrates y Platón, prevalecía la división de la especie humana en estas dos categorías. Es evidente, además, su carácter transcultural. Con excepción de la prehistoria, sobre la que no se tienen datos precisos, el paradigma vale lo mismo en Mesopotamia que en el oriente o la grecia antiguos. Al no surgir de la ciencia, la idea de dos sexos opera en ella --en la ciencia-- como verdadero paradigma. Los programas de investigación giran en torno de él y la mayoría de los científicos no se han atrevido a poner en duda su pertinencia. Es además un paradigma estático. Las concepciones sobre la estructura del universo se han modificado varias veces, pero el paradigma de dos sexos únicos hasta hoy no ha cambiado, lo que revela su especial resistencia.
Pero, a pesar de lo anterior, la otra cara de la ciencia, la que genera el conocimiento, se tropieza constantemente con las incongruencias del propio modelo y constituye una de las posibilidades para su examen crítico. Cuando se dice que la ciencia es simplemente un instrumento de las sociedades o las culturas para mantener la idea de dos sexos hay que tomar algunas precauciones, pues se puede caer facilmente en simplificaciones como la que afirma que lo biológico está determinado social y culturalmente. El problema es mucho más complejo. Al trascender el paradigma de dos sexos únicos también los espacios sociales y culturales , la idea de que la cultura o la sociedad son quienes determinan finalmente el sexo de las personas, tiene la misma utilidad que el mejor de los lugares comunes.
1. Tardieu, A. Estudio médico-legal sobre los vicios de conformación de los órganos sexuales, Paris, 1870