El asesinato de un miembro del Comité de Unidad Tepozteca (CUT) por parte de la fuerza pública en el estado de Morelos, se suma al rosario de agravios que padecemos por el enrarecimiento del clima político. En un incidente que inevitablemente evoca al ocurrido en Aguas Blancas, se ordena detener a un grupo de manifestantes que iría al homenaje oficial a Emiliano Zapata; se produce un altercado cuyo saldo es un muerto y varios heridos. La primera reacción es bajarle perfiles al incidente, sin embargo éste es filmado, y la constancia que entregan las imágenes orilla a ensayar una nueva estrategia oficial. Consignar policías, solicitar la intervención de cuanta comisión de Derechos Humanos se quiera hacer cargo, es la vía elegida para salir del paso. Hay demasiado cinismo en estas rectificaciones, en los retos que el procurador estatal lanzara contra un reportero para que probara sus dichos, cosa que finalmente sucedió. Estos yerros debieran conocer costos políticos inmediatos; acostumbrarse a la impunidad con que autoridades ejercen sus funciones es ir en sentido contrario de la modernización que se pregona.
Además de las consecuencias jurídicas que pudiera traer la averiguación del caso, conviene llamar la atención sobre los posibles orígenes de este nuevo episodio de intransigencia. Apelando a la épica más inmediata, se podría decir que la resistencia comunitaria a la construcción de un club de golf junto con la innombrable voracidad de los poderosos intereses involucrados en la controversia, condujeron al homicidio. Los malísimos habrían ganado de nuevo mientras que los buenísimos habrían hecho su aportación a la martirología. Sospecho, que las razones de la absurda muerte de Marcos Olmedo, están un poco más allá de la controvertida disputa en torno a la legitimidad de instalar un club de golf en la comunidad tepozteca. Creo que dicha visión (absolutamente convincente si se trata de edificar un mausoleo) se desmiente con el pronunciamiento del grupo de inversionistas que anuncia la suspensión del proyecto y ofrece como diagnóstico el que los problemas en Topoztlán no se deben a la construcción o no de un proyecto, que por demás se politizó tan rápida e intensamente que nunca se pudo ventilar o discutir con propiedad.
Me parece que la puerta interpretativa del club de golf como causante es limitada. Entiendo que la brutalidad responde a un clima político envenenado que ha dejado de ser capaz de procesar y conducir ofertas y demandas sociales nuevas. Hoy pudo ser el club de golf, mañana otra cosa. La esclerosis se expresa en excesos y arbitrariedades que por fortuna son denunciados. Ahora el problema es cómo proceder, porque al consignar a 55 policías, uno se pregunta son muchos, son todos, son pocos? Se piensa en verdad que esos 55 policías son los portadores del clima envenenado, son los causantes últimos de la violencia? Tal vez eso se crea, y a partir de ahora los excesos en que incurren autoridades se alivien sobrepoblando reclusorios con corporaciones enteras. Ello obligaría a los aspirantes a policías de todo el país a en el futuro obtener cláusulas en sus contratos de trabajo en que se estipule, por ejemplo, que obedecer órdenes en operativos filmados queda a discreción del contratado; a la parte contratante quizá le haga falta establecer que es ajena a las ``simpatías'' que se desaten entre sus contratados, y así por el estilo.
Si creemos, en cambio, que el problema se debe no sólo a un abuso de autoridad, sino a la incapacidad política para dirimir conflictos civilizadamente, entonces el dilema que nos debemos plantear, en este afán del país de leyes, es cómo indiciar a un clima político?, cómo integrar la averiguación? Eso evidentemente tiene otros nombres. Por lo pronto el saldo del conflicto, hasta ahora es: un muerto, varios heridos, una filmación que permite desmentir a las autoridades, 55 policías consignados, la suspensión de un proyecto de inversión, y la profundización de un clima político enrarecido y explosivo. Sinceramente no veo vencedores y sí muchos vencidos.