La muerte a balazos de un militante del Comité de Unidad Tepozteca tras de la intercepción a manifestantes que recordaban el asesinato de Emiliano Zapata, la muerte de un indígena durante un enfrentamiento entre priístas y perredistas en la población chiapaneca de Sabanillas, los 30 heridos a consecuencia de un choque entre indígenas y golpeadores priístas en Nacajuca, la ocupación de la alcaldía de Coyuca de Benítez por campesinos agraviados por la matanza de Aguas Blancas hechos de los que la prensa informó en sólo dos días, jueves y viernes pasadosdan cuenta de una grave realidad de creciente repetición en México: gobierno y gobernados acuden cada vez con más frecuencia, desplazado el diálogo, a la acción directa como recurso para imponer sus decisiones.
Esa realidad terrible es consecuencia de una serie de hechos como éstos: el abandono gubernamental de la negociación como vía para resolver conflictos, la incapacidad de los gobernantes para lograr acuerdos racionales y su incumplimiento cuando los logran, y la pérdida de confianza de los gobernados en la ley y las instituciones, lo cual los orilla a emplear la acción directa como único camino para alcanzar sus reivindicaciones o, al menos, para desfogar la incontenible irritación contra un gobierno que tantas muestras de incompetencia e insensibilidad ha dado.
Todo ello es parte de la descomposición política que acompaña al actual periodo de aparente fin de régimen lapso semejante a una larga noche de transición, en el cual también participa la crisis económica, que no sólo ha empobrecido a las clases medias y arrojado a la miseria a las proletarias sino que exaspera a todos por sus efectos, sí, pero sobre todo por la sordera que, ante el clamor por un cambio de política económica, muestra el gobierno del presidente Ernesto Zedillo. Es decir, podrán clamar por el cambio de rumbo los obreros y los empresarios, los campesinos y los académicos, los partidos de oposición y hasta segmentos del propio partido del mandatario, pero el Poder Ejecutivo, impasible, sigue pregonando que él y nadie más que él posee la verdad y, según ésta, pronto saldremos de la crisis, aun cuando nadie vea todavía la luz al final del túnel.
Esa firmeza del Ejecutivo, tan criticable en materia económica, sería agradecible en otros rubros de la vida nacional, fundamentalmente el político, en el cual el Presidente postula un fair play que no siempre paractica y, adicionalmente, varios gobernadores y no pocos funcionarios federales juegan partidos plenos de faules y trampas. Y así, el gobernador de Tabasco sigue en su puesto a pesar de pruebas evidentísimas ya no de su origen ilegítimo sino de la ingobernabilidad que ahí prevalece, el de Puebla se empecina en consumar un fraude electoral en Huejotzingo aunque ello propicie el abandono de la mesa de la reforma política por parte del segundo partido del país en importancia, mesa en la cual, por otro lado, las marchas y contramarchas no hacen sino tornar viscoso y confuso el futuro de la tan traída y llevada reforma.
A tal estado de descomposición difícilmente sea ajeno el caso del codirector de la revista La Crisis, Alvaro Cepeda Neri, sospechosamente agredido nada menos que a unos metros de la Secretaría de Gobernación, adonde acudía a una no grata cita con Emilio Chuayffet, quien previamente le había reprochado por teléfono la publicación de un artículo que aún no aparecía, pero del cual el funcionario estaba puntualmente enterado, como lo comentó el director del semanario, el columnista Carlos Ramírez (El Financiero, viernes 12 de abril de 1996, p. 39).
Y ante esta inocultable descomposición de la que aquí han sido mencionados sólo algunos ejemplos, el presidente de la República responde con la inacción, como si no fuera depositario de un enorme poder acumulado a lo largo de decenios, usado muchas veces para la comisión de condenables excesos pero que, rectamente ejercido, puede contribuir de modo determinante a reordenar la casa, a implantarle bozales a los fieros mastines del sistema político y a encauzar a la nación, mediante una auténtica reforma política, a un amanecer de genuina democracia. No parece haber duda de que estamos en una larga noche de transición hacia algo que sustituirá al régimen agonizante y que esperemos sea democrático. Noche y todo, su obscuridad no tiene porqué ser tan densa ni tan dolorosa, y la sociedad debe esforzarse por hacer menos agudas sus aristas en lo político, lo económico y lo social, pero su esfuerzo será más fluido y efectivo si el poder presidencial usado sin autoritarismos, pero también sin dubitacionesse ejerce en el mismo sentido y atento al clamor social.