Desde hace unas semanas, en Gran Bretañas no se consume carne. Las pérdidas por falta de compra de carne de res para su economía son ya devastadoras. Incluso las grandes transnacionales de hamburguesas han dado por producir su ``Mac-soya'' para asegurar algunos clientes aprehensivos. La noticia que suscitó tal alarma parte de una observación médica especulativa que vincula la enfermedad de ``las vacas locas'' y una forma rara de degeneración cerebral humana. Los ingleses, de sí bastante influenciables por las noticias alarmistas, tomaron a pie juntillas este informe preliminar abandonando las carnicerías y todo lo que huele a res.
La enfermedad bovina en cuestión, llmada encefalopatía bovina espongiforme (BSE por sus siglas en inglés) se identificó por primera vez en 1986 en el ganado británco. Degenera el cerebro de las vacas lentamente, dándole una apariencia de ``queso gruyere'', lo que condiciona cambios de percepción, falta de coordinación y muerte del animal. La gran mayoría de los animales afectados en la última década son vacas lecheras, que se asegura que no pueden transmitir la enfermedad, pero un 20 por ciento del ganado vacuno se destina para consumo humano. Se sospecha que contrajeron la encefalopatía comiendo desechos incluídos en su pastura de borregos enfermos con una degeneración nerviosa similar. Aún cuando la causa precisa no se conoce, en 1992 ``enloquecieron'' 37 mil vacas. Esto hizo que el gobierno inglés adoptara medidas drásticas: sacrificar e incinerar a toda res enferma, eliminar desechos de las pasturas y, sobretodo, prohibir la venta de cerebros, médula espinal u otros órganos bovinos posiblemente contaminados. Las medidas sirvieron, porque la frecuencia actual de vacas enfermas es de unas mil al mes, que son sistematicamente sacrificadas.
La semana antepasada, un comité de expertos médicos sugirió que la BSE se parece a algunos casos atípicos de enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, una encefalopatía degenerativa humana que produce demencia, espasticidad de músculos y, eventualmente, la muerte. El Creutzfeldt-Jakob ocurre en todo el mundo, con una prevalencia de 0.7 a 1.3 casos por millón de individuos; es decir: alrededor de 85 en México o 60 en Inglaterra. su origen se desconoce, pero como se considera una enfermedad transmisible, se recomiendan medidas de protección, así como incinerar los instrumentos que se hayan usado para cuidar a estos pacientes. No hay tratamiento, y estos enfermos demenciados mueren en un lapso promedio de 9 meses.
El comité inglés identificó a diez individuos, cuyo examen patológico cerebral reveló una forma diferente de pseudoesclerosis. Atribuyeron tales hallazgos a que estos individuos habrían consumido carne de res en la décda de los ochentas, cuando el control sanitario era menos rígido. Y con ello desataron la tempestad. Por cierto, NO se sabe, aceptando tal relación epidemiológica, si el consumo de pollo o carne de cerdo, también contaminadas con desechos animales, sean otra fuente de infección en humanos. Más aún, NO se sabe si existe un vínculo transmisible entre las reses y los seres humanos (pero se infiere a partir de la brucelosis, que es una enfermedad bacteriana que se adquiere por consumir leche no pasteurizada). NO se sabe si la carne, ya cocida y preparada, pueda contener suficientes partículas del supuesto agente infeccioso para transmitir la enfermedad y menos, si este agente (virus, rickettsia, o lo que resulte ser) puede atravezar las barreras que protegen el cerebro humano.
En fin, se requiere de un estudio más concienzudo, de pruebas diagnósticas, de expertos con más sentido social y menos histeria, porque se trata de un padecimiento fatal, para el que no se conoce la cura. Entretanto, las hamburguesas en Inglaterra se pudren en los frigoríficos, el ministro británico está contemplando sacrificar cientos de miles de reses para tranquilizar a los consumidores y Europa ha cerrado sus puertas a todo bistec inglés. En México no hay peligro inminente, pero la Secretaría de Salud mantiene la vigilancia sanitaria. Fenómenos de nuestro tiempo: mientras más abrimos los ojos, más queremos saber y nos asusta más nuestra insignificancia. Por el bien de todos, busquemos las respuestas científicas, no la locura colectiva.