Ruy Pérez Tamayo
Tragedia en la UNAM

Escribo estas líneas al terminar la huelga en la UAM, que paralizó todas las actividades de esa institución durante 41 días en aras de la demanda del sindicato de un aumento del 100 por ciento en sus sueldos. Los huelguistas terminaron aceptando el 16 por ciento de aumento ofrecido inicialmente por las autoridades y ahora se enfrentan a la pérdida del 50 por ciento de los salarios caídos de los paristas durante el movimiento. Por su parte, los académicos (estudiantes y profesores) están tratando de encontrarle solución al semestre, que ya casi todos daban por perdido, sacrificando vacaciones y multiplicando horas de trabajo/día/mes.

El resultado objetivo de este episodio (no el que alegan sus promotores, los líderes del sindicato de trabajadores de la UAM) es verdaderamente trágico. No se alcanzó la meta ampliamente anunciada del movimiento, se lesionaron los intereses legítimos de miles de estudiantes, profesores-investigadores y hasta trabajadores de la UAM, y se redujeron en 50 por ciento los ingresos de los empleados de la UAM que apoyaron la huelga; pero además, esta huelga reveló una vez más la vulnerabilidad de las instituciones académicas mexicanas, que en aras de un populismo enajenado y suicida se consideran al mismo nivel que las fábricas de zapatos o los talleres de reparación de automóviles. Por razones puramente políticas, las universidades de nuestro país se han convertido en elementos de presión, que pueden usarse por los aspirantes al poder a su juicio y beneficio, al márgen de los intereses y funciones de tales estructuras.

La huelga en las universidades es una aberración inaceptable de un instrumento legítimo de los trabajadores para luchar pos sus derechos y perseguir sus intereses, y al mismo tiempo un desacato a los valores y a los objetivos que persiguen las universidades, especialmente en los países subdesarrollados. Al cerrar a la UAM por una demanda de mejores salarios, los huelguistas hacen presión en el sitio equivocado, porque la capacidad para responder a sus demandas no está en la UAM sino en el gobierno, y más específicamente en la SEP. Una huelga así sólo puede tener un resultado: nadie gana y todos pierden. Pierden los estudiantes, que dejan de asistir a clases y laboratorios y ahora están obligados a trabajar horas extras en las vacaciones para no perder el semestre; pierden los profesores, que acompañan a los estudiantes y tampoco tienen vacaciones; pierden las autoridades, que se desgastan enfrentándose al conflicto en lugar de promover programas para la superación de la UAM; pierden los trabajadores, no sólo el tiempo sino ahora, en épocas de crisis económica angustiosa, el 50 por ciento de sus salarios caídos; pierden los líderes sindicales, que llevaron a sus agremiados a ese movimiento tan grotesco y tan claramente destinado al fracaso; pierden todos los grupos de la UAM, porque aumenta la división entre personal académico, estudiantes y trabajadores, cuando lo deseable es que estén todos unidos detrás de los objetivos de la institución; y pierde México, porque en una de sus horas más críticas y en que más necesita de hombres bien preparados una de sus principales universidades se cierra con un pretexto tan absurdo.

Todo esto es obvio y fácilmente comprensible para todo el . Pero entonces ¿porqué hubo huelga en la UAM? ¿Será posible que los líderes de ese movimiento no se den cuenta de la realidad? Me cuesta trabajo creerlo, entre otras cosas porque la alternativa es que si se dan cuenta y no les importa; lo que les interesa es alcanzar otros objetivos menos confesables, como aumentar su fuerza política o conservar un puesto dentro del sindicato. Sin embargo, hay otra explicación posible; el movimiento fue tan absurdo y sus consecuencias tan negativas que pudiera haber sido diseñado precisamente para que fracasara y demostrar públicamente la inutilidad de los sindicatos y de las huelgas para dirimir conflictos laborales.

En estos tiempos las organizaciones sindicales se han debilitado considerablemente, en parte por la corrupción y la grilla de sus líderes y en parte por el giro a la derecha del gobierno en los últimos sexenios, que ha aceptado y promovido el charrismo sindical, y ahora parece estar dispuesto a acabar de una vez por todas con las organizaciones populares.

Esto es una tragedia social y un retroceso terrible para los derechos legítimos de los trabajadores, pero no debe impedir la crítica y la denuncia de los que, escudados en una estructura que en principio es saludable, abusan de ella y la prostituyen con movimientos tan sin sentido y tan aberrantes como la reciente huelga en la UAM.