El trayecto que va del 18 de agosto de 1995 cuando fue anunciada la aprobación del Club de Golf ``El Tepozteco'', al 10 de abril de 1996 en el que una movilización pacífica de tepoztecos fue reprimida por la fuerza pública y uno de sus dirigentes asesinado de un balazo, muestra los nudos autoritarios del régimen y su ineficiencia para frenar las nuevas luchas cívicas.
La mecánica del conflicto tepozteco reproduce, puntualmente, la lógica de otros conflictos sociales. Un grupo industrial, formado por empresarios y políticos deciden, violentando la normatividad ambiental y las tradiciones comunitarias del municipio de Tepoztlán, construir un megaproyecto de club de golf con 800 residencias de lujo. Para ello logra la aprobación del presidente municipal que había llegado a ese puesto ofreciendo oponerse al proyecto. Una semana después del anuncio de la aprobación, el 25 de agosto, más de mil tepoztecos toman el palacio municipal y destituyen al alcalde. El 24 de septiembre realizan elecciones ejemplares y nombran un nuevo presidente municipal. El 29 de noviembre el Congreso Estatal decreta la desaparición de poderes en el municipio. A partir de ese momento las provocaciones oficiales se intensifican; cuatro dirigentes son detenidos, se levanta la clausura impuesta a la construcción del club; se promueve a grupos disidentes, se bloquea a las autoridades reconocidas por los ciudadanos.
La apuesta gubernamental sigue al ``pie de la letra'' la receta aplicada durante años a distintos movimientos populares: designación unilateral de interlocutores, campañas de desprestigio público, aislamiento, desgaste, intentos de cooptación y, finalmente, la represión.
Resulta, sin embargo, que en este caso, como en Chiapas, Aguas Blancas y tantos otros más, estas recetas no han dado resultado. Por el contrario, conforme pasa el tiempo, el movimiento en lugar de desgastarse se fortalece. El terreno local en que se desenvolvía adquiere con rapidez una dimensión nacional (y hasta internacional). Y, el costo político de su solución se hace cada día más caro.
Distintas razones explican el fracaso de la estrategia gubernamental. Unas son de naturaleza interna, ligadas al tejido social tepozteco y a sus demandas.
Otras son de carácter nacional, y tienen que ver con el síndrome ``post-Chiapas''.
Entre algunas de las causas internas que explican la consistencia del movimiento se encuentran: una fuerte cohesión comunitaria. La resistencia en contra de megaproyectos que implican la pérdida del control de su territorio y de la aplicación de grandes fraccionadores. Una larga lucha por la democracia municipal. La no partidización del conflicto, y su capacidad para generar una conducción política efectivamente plural. Y, la naturaleza ambiental de sus demandas.
Tepoztlán es un centro turístico, nacional e internacional, visitado y habitado por gente que vive y simpatiza con causas ambientalistas, entre los que las canchas de golf no tienen buena fama. Lo que allí sucede es noticia dentro y fuera del país. Su lucha, además, forma parte de una desigual pero generalizada insubordinación e indignación ciudadana que se desarrolla en el país y que va en ascenso. Una parte de esa insubordinación está siendo conducida por los partidos con registro. Pero otra tiene su propia dirección. No es pues sólo lo duro sino lo tupido.
Por lo demás, después de la insurrección chiapaneca, los crímenes políticos y la crisis económica de diciembre del 94, los instrumentos estatales para generar consensos en los medios masivos de comunicación están gravemente dislocados. El mensaje gubernamental tiene un grave problema de credibilidad. La ``guerra de los videos'', desde Aguas Blancas hasta Tepoztlán, la han deteriorado aún más.
Aunque la empresa KS ha anunciado su decisión de echar marcha atrás en el proyecto de ``club de Golf'', el conflicto está aún lejos de resolverse. El CUT exige que esto se firme, pero también que sean liberados los cuatro presos políticos que tienen, la devolución de las tierras comunales, y que el gobernador Carrillo Olea renuncie.
Tepoztlán muestra la magnitud de los cambios políticos que hace falta emprender en el país, y cómo éstos distan mucho de agotarse en la esfera electoral y partidaria. Enseña que, independientemente de los resultados electorales de agosto de 1994, hay una grave crisis en la relación entre Estado y sociedad, que el viejo corporativismo está más muerto que vivo, y que las salidas represivas no solucionan nada. Indica cómo los viejos esquemas de negociación ``posibilista'' entre movimientos sociales y Estado se han agotado. Tepoztlán es, en suma, ejemplo de los nuevos aires que soplan desde abajo en muchas partes del país.